Todo se calmó por un momento. Aquel regordete había sido interrumpido en su acción, y las palabras de mi compañero ayudaron a ello. Su arma de fuego ya no representaba un peligro. Aun así, lo mantuve en mi mira durante unos minutos mientras veía cómo su espíritu se doblegaba ante la situación. Solo entonces aflojé la cuerda y comencé a pensar en otros planes.
—¡Gracias! —le dije a Hyun, quien parecía el más humano de los presentes. Qué irónico. Le hice una pequeña reverencia, agradeciendo su forma de actuar. Con la situación más controlada, me bajé del carro y subí hasta la colina para ver si el resto del grupo necesitaba ayuda. La escena era muy variopinta: vi cómo lanzaban dos cadáveres al abismo. Una especie de seres tribales, similares a los de mi isla de origen (aunque con características bastante diferentes), parecían marcar el límite entre su territorio y el nuestro. Aquello me resultaba muy familiar; los Wandara harían lo mismo.
El peliblanco parecía retroceder en son de paz, mientras que el anciano parecía tener la intención de acercarse. No bajé la guardia ni apunté con mi arco; mis experiencias previas me decían que, de hacerlo, podría dinamitar la situación y poner en peligro a mi longevo compañero. No obstante, desde las alturas, me mantuve alerta para reaccionar lo más rápido posible en caso de que hubiese hostilidades. ¿Qué pretendía? No iban a devolver la vida a los muertos.
—Lovecraft. —dije en un tono de voz lo más tranquilo posible. Era la primera vez que pronunciaba bien su nombre. — No te lo recomiendo... —Mantuve una voz tranquila, audible y respetuosa; no quería complicarle la situación.
Había visto al Hinokami rugir, a los Wandara realizar rituales, a Maka devorar un antílope en cuestión de segundos... Había visto muchas cosas. Pero aquel día era el más bizarro de mi vida: demasiadas cosas inconexas, demasiadas casualidades.
—¿Le cubrimos? ¿Qué intenta? —le pregunté al peliblanco al cruzármelo, mientras apretaba con fuerza el arco.
—¡Gracias! —le dije a Hyun, quien parecía el más humano de los presentes. Qué irónico. Le hice una pequeña reverencia, agradeciendo su forma de actuar. Con la situación más controlada, me bajé del carro y subí hasta la colina para ver si el resto del grupo necesitaba ayuda. La escena era muy variopinta: vi cómo lanzaban dos cadáveres al abismo. Una especie de seres tribales, similares a los de mi isla de origen (aunque con características bastante diferentes), parecían marcar el límite entre su territorio y el nuestro. Aquello me resultaba muy familiar; los Wandara harían lo mismo.
El peliblanco parecía retroceder en son de paz, mientras que el anciano parecía tener la intención de acercarse. No bajé la guardia ni apunté con mi arco; mis experiencias previas me decían que, de hacerlo, podría dinamitar la situación y poner en peligro a mi longevo compañero. No obstante, desde las alturas, me mantuve alerta para reaccionar lo más rápido posible en caso de que hubiese hostilidades. ¿Qué pretendía? No iban a devolver la vida a los muertos.
—Lovecraft. —dije en un tono de voz lo más tranquilo posible. Era la primera vez que pronunciaba bien su nombre. — No te lo recomiendo... —Mantuve una voz tranquila, audible y respetuosa; no quería complicarle la situación.
Había visto al Hinokami rugir, a los Wandara realizar rituales, a Maka devorar un antílope en cuestión de segundos... Había visto muchas cosas. Pero aquel día era el más bizarro de mi vida: demasiadas cosas inconexas, demasiadas casualidades.
—¿Le cubrimos? ¿Qué intenta? —le pregunté al peliblanco al cruzármelo, mientras apretaba con fuerza el arco.