Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
19-08-2024, 07:42 PM
Camille se quedó absorta por un momento tras escuchar las palabras de Octojin. Varios pensamientos fugaces se le cruzaron en la mente. «Ojalá pudiera ser así de sencillo», fue cuanto pudo concluir para sí misma. A decir verdad, independientemente de cómo se fuera a resolver la situación de Hans, si la Marina se involucraba ella no se quedaría al margen. No porque tuviera que salpicarle necesariamente a ella, sino porque sería incapaz de dejarlo estar y no hacer ni una sola pregunta al respecto. Incluso si se hubiera tratado de un asunto que afectase a una persona completamente desconocida para ella, sentía que no habría podido limitarse a echarse a un lado y guardar las distancias. La oni era el tipo de persona que creía en la justicia, no una absoluta e inclemente, sino en aquella que protegiera a quienes no tenían los medios para hacerlo, incluso si los problemas que tenían habían sido causados por errores propios.
Separó aquellos pensamientos de su mente por el momento, negando despacio y sonriendo levemente.
—Que ocurra lo que tenga que ocurrir —concluyó ella, elevando la cabeza para mirar al gyojin directamente a los ojos—. Yo también espero poder contártelo, si no significaría que alguno de los dos habrá muerto. Probablemente yo.
Aquella frase tan tétrica se vio iluminada por una carcajada sincera, volviendo a negar y haciendo un gesto con la mano para restarle importancia. No sabría si tendría mucho efecto; después de todo, su uniforme seguía cubierto de sangre.
Giró sobre sus talones y emprendió la marcha, alzando la mano de nuevo en un gesto de despedida a medida que se alejaba.
—Cuídate Octo.
Sus pasos no tardaron demasiado en llevarla más allá de la vista del tiburón, quien probablemente ya estaría reservando algún cuarto cochambroso en el que pasar la noche. La luz de las lámparas iluminaba las callejuelas de Loguetown, aunque su intensidad en esa zona no era suficiente como para evitar que se formasen zonas de penumbra. A medida que uno se iba acercando al centro´de la ciudad, estas áreas ensombrecidas se iban volviendo más y más raras hasta que terminaban por desaparecer, dando lugar a una noche llena de vida urbana.
Camille, sin embargo, estaba recorriendo un camino diferente. Por lo general era difícil que no llamase la atención, pero en aquella ocasión particular sentía que debía ser especialmente precavida. En parte porque al estar cubierta de sangre haría saltar las alarmas de quienes se cruzase en el camino; por otro lado, trataba de evitar que ojos indiscretos pudieran mantenerse al acecho, observándola.
Su mirada se clavó en la cajita de madera que sostenía entre sus manos. Por cosas del azar o como una burla del destino, el artefacto no había sufrido ni un solo rasguño ni se había manchado en absoluto: estaba impoluto, como si lo hubieran tallado ese mismo día.
—¿Qué puede ser tan importante...? —se preguntó a sí misma en un tono tan bajo que casi ni ella fue capaz de escucharse.
El contenido de los pergaminos era un misterio, así como el sello que adornaba la madera. Dudaba que fuera a haber ningún otro intento en las próximas horas, quizá ni siquiera en los días siguientes. Después de todo, llamaría demasiado la atención ahora que la Marina estaba al tanto... o al menos la insignificante fracción que podía representar una única recluta. Tampoco tenía intención de que esto se mantuviera así por mucho más tiempo.
Callejeando y tomando ciertos atajos, no le llevó mucho tiempo regresar hasta las puertas del G-31 y ponerse a la altura del control de acceso. En cuanto las luces del puesto de vigilancia la iluminaron pudo notar cómo se propagaba la sensación de alarma entre sus compañeros: un par de soldados salieron rápidamente a comprobar si estaba herida, mientras que otro de mayor graduación, por sus identificativos un cabo, se apresuró a preguntar qué había ocurrido.
Para entonces Camille ya se había guardado la cajita en sus ropas. Evitaría preguntas al respecto por ahora.
—Una reyerta en las afueras. Hay heridos y muertos —explicó, sin dar demasiados detalles más allá de la dirección de la bodega abandonada—. Hay que mandar a una patrulla junto al equipo de limpieza para ocuparse del desastre. Mañana sería conveniente identificar a los ladrones. Ah, y avisad a la capitana Montpellier de que necesito hablar con ella.
—La capitana estará durmiendo ahora mismo. ¿Seguro que no puede esp...?
—Ahora —sentenció.
En cualquier otra situación, cualquier destacamento marine habría pedido explicaciones a una recluta como ella. En su caso, todos sabían de sobra el vínculo que existía entre la oni y su madre adoptiva, de modo que no fueron necesarias las preguntas. Su mirada tampoco dio pie a que nadie se atreviera a hacerlas.
Después de eso, Camille se apresuró a llegar hasta el despacho de la capitana. Para cuando quiso presentarse allí, ya había una luz encendida en el interior de la sala que sobresalía por la puerta entreabierta. Se plantó frente a ella, pensando aún en cómo explicar todo lo de aquel día, inspiró profundamente, soltó el aire despacio y entró.
—Mocosa —empezó Beatrice, con la voz aún algo ronca propia de alguien que acababa de despertarse de un sueño profundo. Tenía la cara tapada con una mano, probablemente por el cansancio—, espero que tengas un buen motivo para haberme... —Alzó la cabeza y con ella la mirada, topándose con los ojos de la oni. La capitana frunció el ceño—. ¿Qué demonios te ha pasado?
La recluta se mantuvo en silencio y avanzó pausadamente hasta plantarse frente al escritorio de su superior. Metió la mano entre sus ropas, sacó la caja de madera con el símbolo de dragón y la depositó sobre el mueble. Tras un par de segundos en los que la marine observaba la calma, Beatrice alzó los ojos y la miró interrogante.
Camille le devolvió la mirada. Si hubiera alguna silla apropiada para ella se habría sentado, pero se limitó a responder con un tono severo.
—Hay muchas cosas que tengo que contarte.
Separó aquellos pensamientos de su mente por el momento, negando despacio y sonriendo levemente.
—Que ocurra lo que tenga que ocurrir —concluyó ella, elevando la cabeza para mirar al gyojin directamente a los ojos—. Yo también espero poder contártelo, si no significaría que alguno de los dos habrá muerto. Probablemente yo.
Aquella frase tan tétrica se vio iluminada por una carcajada sincera, volviendo a negar y haciendo un gesto con la mano para restarle importancia. No sabría si tendría mucho efecto; después de todo, su uniforme seguía cubierto de sangre.
Giró sobre sus talones y emprendió la marcha, alzando la mano de nuevo en un gesto de despedida a medida que se alejaba.
—Cuídate Octo.
Sus pasos no tardaron demasiado en llevarla más allá de la vista del tiburón, quien probablemente ya estaría reservando algún cuarto cochambroso en el que pasar la noche. La luz de las lámparas iluminaba las callejuelas de Loguetown, aunque su intensidad en esa zona no era suficiente como para evitar que se formasen zonas de penumbra. A medida que uno se iba acercando al centro´de la ciudad, estas áreas ensombrecidas se iban volviendo más y más raras hasta que terminaban por desaparecer, dando lugar a una noche llena de vida urbana.
Camille, sin embargo, estaba recorriendo un camino diferente. Por lo general era difícil que no llamase la atención, pero en aquella ocasión particular sentía que debía ser especialmente precavida. En parte porque al estar cubierta de sangre haría saltar las alarmas de quienes se cruzase en el camino; por otro lado, trataba de evitar que ojos indiscretos pudieran mantenerse al acecho, observándola.
Su mirada se clavó en la cajita de madera que sostenía entre sus manos. Por cosas del azar o como una burla del destino, el artefacto no había sufrido ni un solo rasguño ni se había manchado en absoluto: estaba impoluto, como si lo hubieran tallado ese mismo día.
—¿Qué puede ser tan importante...? —se preguntó a sí misma en un tono tan bajo que casi ni ella fue capaz de escucharse.
El contenido de los pergaminos era un misterio, así como el sello que adornaba la madera. Dudaba que fuera a haber ningún otro intento en las próximas horas, quizá ni siquiera en los días siguientes. Después de todo, llamaría demasiado la atención ahora que la Marina estaba al tanto... o al menos la insignificante fracción que podía representar una única recluta. Tampoco tenía intención de que esto se mantuviera así por mucho más tiempo.
Callejeando y tomando ciertos atajos, no le llevó mucho tiempo regresar hasta las puertas del G-31 y ponerse a la altura del control de acceso. En cuanto las luces del puesto de vigilancia la iluminaron pudo notar cómo se propagaba la sensación de alarma entre sus compañeros: un par de soldados salieron rápidamente a comprobar si estaba herida, mientras que otro de mayor graduación, por sus identificativos un cabo, se apresuró a preguntar qué había ocurrido.
Para entonces Camille ya se había guardado la cajita en sus ropas. Evitaría preguntas al respecto por ahora.
—Una reyerta en las afueras. Hay heridos y muertos —explicó, sin dar demasiados detalles más allá de la dirección de la bodega abandonada—. Hay que mandar a una patrulla junto al equipo de limpieza para ocuparse del desastre. Mañana sería conveniente identificar a los ladrones. Ah, y avisad a la capitana Montpellier de que necesito hablar con ella.
—La capitana estará durmiendo ahora mismo. ¿Seguro que no puede esp...?
—Ahora —sentenció.
En cualquier otra situación, cualquier destacamento marine habría pedido explicaciones a una recluta como ella. En su caso, todos sabían de sobra el vínculo que existía entre la oni y su madre adoptiva, de modo que no fueron necesarias las preguntas. Su mirada tampoco dio pie a que nadie se atreviera a hacerlas.
Después de eso, Camille se apresuró a llegar hasta el despacho de la capitana. Para cuando quiso presentarse allí, ya había una luz encendida en el interior de la sala que sobresalía por la puerta entreabierta. Se plantó frente a ella, pensando aún en cómo explicar todo lo de aquel día, inspiró profundamente, soltó el aire despacio y entró.
—Mocosa —empezó Beatrice, con la voz aún algo ronca propia de alguien que acababa de despertarse de un sueño profundo. Tenía la cara tapada con una mano, probablemente por el cansancio—, espero que tengas un buen motivo para haberme... —Alzó la cabeza y con ella la mirada, topándose con los ojos de la oni. La capitana frunció el ceño—. ¿Qué demonios te ha pasado?
La recluta se mantuvo en silencio y avanzó pausadamente hasta plantarse frente al escritorio de su superior. Metió la mano entre sus ropas, sacó la caja de madera con el símbolo de dragón y la depositó sobre el mueble. Tras un par de segundos en los que la marine observaba la calma, Beatrice alzó los ojos y la miró interrogante.
Camille le devolvió la mirada. Si hubiera alguna silla apropiada para ella se habría sentado, pero se limitó a responder con un tono severo.
—Hay muchas cosas que tengo que contarte.