Atlas
Nowhere | Fénix
20-08-2024, 02:03 AM
Sí, definitivamente aquel señor desconocido debía tener mucha información que a mí me era completamente ajena. Hablaba como salido de otro tiempo, como si repitiese en voz alta algún mantra antiguo de una religión de miembros compungidos dedicados a experimentar la vida como una constante prueba de vida o muerte. A decir verdad, lo hacía de una forma un tanto opaca, no sé si metafórica, que no dejaba intuir con claridad el objeto real del que hablaba —bueno, sí, la parte de la canica había quedado más que clara, pero todo lo demás era como un acertijo—.
—Esto... —comencé a decir, sin saber muy bien qué responder. ¿Era el guardián de la ciénaga? ¿La estaba intentando anexionar a sus dominios? Decía que el territorio le pertenecía al fin y al cabo. ¿O acaso se refería el terreno de la hipérbole y la prosa recargada?—. Patata, supongo —terminé por decir, mentalmente exhausto de dar dar vueltas en torno a lo que decía aquel tipo sin saber a qué demonios se refería—. Si quieres la canica, me la vas a tener que quitar. Si dices que estás en medio de una prueba para medir tu valía no tendría demasiado sentido que te la diese sin más, ¿no te parece? Entonces no valdría nada. Ni la canica, ni la prueba... Y aun así me la estás pidiendo... ¿Seguro que te has enterado bien de lo que tienes que hacer?
No le dije nada más. Simplemente me lancé hacia delante con la naginata en ristre, trazando un corte vertical que estaba muy lejos de pretender herir a mi objetivo. Por el contrario, simplemente apoyé mi peso sobre el arma —y por consiguiente sobre el tipo de los acertijos— para posteriormente impulsarme hacia atrás. El suelo y las setas tenían esa consistencia elástica, así que era el momento de averiguar cuánto de elásticos eran. Intentaría a continuación saltar hacia atrás valiéndome de ese peso que había apoyado en él para, de un salto, aterrizar sobre la seta más cercana y ascender hacia las alturas, continuando con un desplazamiento por los aires hacia atrás que me llevaría a aterrizar torpemente sobre un nuevo hongo, éste más grande y de sombrero más ancho —unos cinco metros—, que me propulsaría varios metros más hacia arriba; esta vez en línea recta. Permanecería dando saltos sobre dicho hongo, altos y de los que dejan cosquillitas en el estómago, en espera de ver si el desconocido me seguía o no.
Las pruebas no tenían por qué ser exclusivamente combates a muerte, ¿no? Perseguir un objetivo escurridizo en medio de una densa niebla contra viento y marea era también una prueba de aptitud, actitud y valía más que digna. De hecho, tal vez incluso más que simplemente intentar ensartar al otro en medio de fango, lodo, setas y terreno pantanoso. En cualquier caso, estaba en la mano de mi hermético interlocutor decidir qué clase de desafíos estaba dispuesto a aceptar e intentar sobrepasar y cuáles no.
—Esto... —comencé a decir, sin saber muy bien qué responder. ¿Era el guardián de la ciénaga? ¿La estaba intentando anexionar a sus dominios? Decía que el territorio le pertenecía al fin y al cabo. ¿O acaso se refería el terreno de la hipérbole y la prosa recargada?—. Patata, supongo —terminé por decir, mentalmente exhausto de dar dar vueltas en torno a lo que decía aquel tipo sin saber a qué demonios se refería—. Si quieres la canica, me la vas a tener que quitar. Si dices que estás en medio de una prueba para medir tu valía no tendría demasiado sentido que te la diese sin más, ¿no te parece? Entonces no valdría nada. Ni la canica, ni la prueba... Y aun así me la estás pidiendo... ¿Seguro que te has enterado bien de lo que tienes que hacer?
No le dije nada más. Simplemente me lancé hacia delante con la naginata en ristre, trazando un corte vertical que estaba muy lejos de pretender herir a mi objetivo. Por el contrario, simplemente apoyé mi peso sobre el arma —y por consiguiente sobre el tipo de los acertijos— para posteriormente impulsarme hacia atrás. El suelo y las setas tenían esa consistencia elástica, así que era el momento de averiguar cuánto de elásticos eran. Intentaría a continuación saltar hacia atrás valiéndome de ese peso que había apoyado en él para, de un salto, aterrizar sobre la seta más cercana y ascender hacia las alturas, continuando con un desplazamiento por los aires hacia atrás que me llevaría a aterrizar torpemente sobre un nuevo hongo, éste más grande y de sombrero más ancho —unos cinco metros—, que me propulsaría varios metros más hacia arriba; esta vez en línea recta. Permanecería dando saltos sobre dicho hongo, altos y de los que dejan cosquillitas en el estómago, en espera de ver si el desconocido me seguía o no.
Las pruebas no tenían por qué ser exclusivamente combates a muerte, ¿no? Perseguir un objetivo escurridizo en medio de una densa niebla contra viento y marea era también una prueba de aptitud, actitud y valía más que digna. De hecho, tal vez incluso más que simplemente intentar ensartar al otro en medio de fango, lodo, setas y terreno pantanoso. En cualquier caso, estaba en la mano de mi hermético interlocutor decidir qué clase de desafíos estaba dispuesto a aceptar e intentar sobrepasar y cuáles no.