Terence Blackmore
Enigma del East Blue
20-08-2024, 10:23 AM
El choque de espadas, aunque leve, fue un recordatorio de la fragilidad del ambiente que nos rodeaba. Lance, el hombre con quien había cruzado palabras, no tardó en reaccionar, mostrándome un temple que pocos de su edad poseen. Su risa, aunque amistosa, era más un escudo que una muestra genuina de confianza. Observé con detenimiento, notando cómo sus ojos buscaban más de lo que las palabras revelaban.
Cuando se disculpó y explicó que el choque de espadas podía interpretarse como un desafío, asentí ligeramente, una respuesta medida, calculada, casi como un trámite y con una calma que bordeaba la indiferencia. - El conflicto por malentendidos suele ser el refugio de los desesperados, y tú no pareces ser uno de ellos -, concluí mientras su risa posterior y el apretón de manos que siguió no me tomó por sorpresa, pero tampoco lo correspondí con la misma efusividad. Mi apretón fue firme, suficiente para dejar claro que, aunque no buscaba una confrontación, tampoco la evitaría si llegara el momento.
Su curiosidad sobre mi espada me arrancó una sonrisa breve, apenas un gesto. - Una espada es más que una herramienta, es una extensión de la voluntad - le respondí de manera sátira, pero templada, con una voz careciendo de la calidez que podría haberse esperado en una conversación así. - Para algunos, es un medio para cumplir sueños; para otros, el deseo de protección del débil. Mi razón, Lance, no es ninguna de las dos, pero afortunadamente, tampoco soy un guerrero de la espada -, espeté con una sonrisa extrañamente cercana pero emocionalmente distante.
La aparición de Juuken suavizó el ambiente, pues su naturaleza inocente sirvió como un puente entre las energías dispares de los presentes. Sin embargo, cuando el nórdico, con su risa estruendosa y maneras rústicas, se presentó, no pude evitar un ligero fruncimiento de ceño. Su gesto de escupir en la mano antes de ofrecerla a Lance me resultó tanto burdo como innecesario, una muestra de camaradería primitiva que, en mi opinión, no tenía lugar en una situación como esta, pero tampoco me correspondía a mí juzgarlo.
El espadachín de pelo blanco, sin embargo, lo tomó con la misma energía que parecía caracterizarlo. Ignoró la incomodidad evidente y respondió con una declaración que me dejó pensativo: el deseo de ser un gran pirata, de recorrer el mundo sin límites. Una ambición tan vasta como peligrosa. Este joven era un campo minado de ilusiones y peligros, pero aun así, no pude evitar sentir una ligera extrañeza sobre su audacia, ya que de todos los lugares, Rostock es en el último en el que esperaría encontrarme con alguien así.
Cuando Hammond, el hercúleo guerrero-pescador, preguntó acerca de si Juuken y yo íbamos con Lance, me mantuve en silencio, dejando que la respuesta de Lance resonara en el aire. Su risa y la aceptación sin reservas de lo que se le proponía demostraban su naturaleza impulsiva. Yo, por el contrario, no me dejaba llevar tan fácilmente por las emociones del momento. Mis ojos se entrecerraron, evaluando la situación con frialdad. El destino tiene formas curiosas de entrelazar caminos, y aunque ante mí se cernía un cónclave de personas interesantes, no había necesidad de revelar mis intenciones aún o siquiera de decidir, sino que dejaría que fueran los propios hechos los que deformaran nuestra circunstancia.
Así que, en lugar de responder, mantuve la mirada fija en Lance, dejando que él y Hammond interpretaran mi silencio como mejor les pareciera. Al fin y al cabo, en un juego de voluntades, la paciencia y el cálculo siempre han sido mis mejores aliados.
Cuando se disculpó y explicó que el choque de espadas podía interpretarse como un desafío, asentí ligeramente, una respuesta medida, calculada, casi como un trámite y con una calma que bordeaba la indiferencia. - El conflicto por malentendidos suele ser el refugio de los desesperados, y tú no pareces ser uno de ellos -, concluí mientras su risa posterior y el apretón de manos que siguió no me tomó por sorpresa, pero tampoco lo correspondí con la misma efusividad. Mi apretón fue firme, suficiente para dejar claro que, aunque no buscaba una confrontación, tampoco la evitaría si llegara el momento.
Su curiosidad sobre mi espada me arrancó una sonrisa breve, apenas un gesto. - Una espada es más que una herramienta, es una extensión de la voluntad - le respondí de manera sátira, pero templada, con una voz careciendo de la calidez que podría haberse esperado en una conversación así. - Para algunos, es un medio para cumplir sueños; para otros, el deseo de protección del débil. Mi razón, Lance, no es ninguna de las dos, pero afortunadamente, tampoco soy un guerrero de la espada -, espeté con una sonrisa extrañamente cercana pero emocionalmente distante.
La aparición de Juuken suavizó el ambiente, pues su naturaleza inocente sirvió como un puente entre las energías dispares de los presentes. Sin embargo, cuando el nórdico, con su risa estruendosa y maneras rústicas, se presentó, no pude evitar un ligero fruncimiento de ceño. Su gesto de escupir en la mano antes de ofrecerla a Lance me resultó tanto burdo como innecesario, una muestra de camaradería primitiva que, en mi opinión, no tenía lugar en una situación como esta, pero tampoco me correspondía a mí juzgarlo.
El espadachín de pelo blanco, sin embargo, lo tomó con la misma energía que parecía caracterizarlo. Ignoró la incomodidad evidente y respondió con una declaración que me dejó pensativo: el deseo de ser un gran pirata, de recorrer el mundo sin límites. Una ambición tan vasta como peligrosa. Este joven era un campo minado de ilusiones y peligros, pero aun así, no pude evitar sentir una ligera extrañeza sobre su audacia, ya que de todos los lugares, Rostock es en el último en el que esperaría encontrarme con alguien así.
Cuando Hammond, el hercúleo guerrero-pescador, preguntó acerca de si Juuken y yo íbamos con Lance, me mantuve en silencio, dejando que la respuesta de Lance resonara en el aire. Su risa y la aceptación sin reservas de lo que se le proponía demostraban su naturaleza impulsiva. Yo, por el contrario, no me dejaba llevar tan fácilmente por las emociones del momento. Mis ojos se entrecerraron, evaluando la situación con frialdad. El destino tiene formas curiosas de entrelazar caminos, y aunque ante mí se cernía un cónclave de personas interesantes, no había necesidad de revelar mis intenciones aún o siquiera de decidir, sino que dejaría que fueran los propios hechos los que deformaran nuestra circunstancia.
Así que, en lugar de responder, mantuve la mirada fija en Lance, dejando que él y Hammond interpretaran mi silencio como mejor les pareciera. Al fin y al cabo, en un juego de voluntades, la paciencia y el cálculo siempre han sido mis mejores aliados.