Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Común] [C-Pasado] De la necesidad, virtud
Octojin
El terror blanco
Octojin se mantuvo oculto entre las sombras del puerto, observando con atención el caos que se había desatado tras su jugada. Su maniobra había sido un éxito parcial: las cajas estaban ahora en el fondo del mar, fuera del alcance inmediato de los hombres que las custodiaban. Pero el problema no había desaparecido; más bien, se había multiplicado. El puerto estaba en un estado de máxima alerta, con hombres armados patrullando de un lado a otro, buscando al responsable de la desaparición de las cajas.

El tiburón sabía que su presencia ya no era un secreto. El grito del humano había alertado a todos, y ahora estaba en una situación peligrosa. Sin embargo, no era el tipo de criatura que se acobardaba fácilmente. Con su objetivo cumplido a medias, tenía dos opciones: escapar ahora y regresar en otro momento, o aprovechar el caos para investigar más y descubrir qué había dentro del almacén que tantos querían proteger.

Mientras permanecía en su escondite acuático, sus agudos sentidos percibieron movimientos y sonidos que provenían del almacén. La actividad en el interior era frenética; se oían órdenes rápidas y movimientos apresurados. Algo importante estaba sucediendo, y Octojin no podía dejar pasar la oportunidad de descubrir qué era.
Con movimientos precisos y calculados, el gyojin tiburón nadó hasta un punto más cercano al almacén, donde el agua se encontraba más oscura y profunda. Desde allí, podía observar mejor la situación. Los hombres en el muelle parecían estar cada vez más nerviosos, mirando hacia el agua y hacia el interior del almacén.
Octojin se sumergió nuevamente, moviéndose con la gracia natural que solo un ser como él podía tener en su hábitat. Desde el fondo del mar, subió lentamente hasta quedar casi a nivel de la superficie, lo suficiente como para espiar lo que ocurría sin ser visto. Desde esa posición, podía ver la entrada del almacén y a los hombres que entraban y salían apresuradamente.

De pronto, su mirada se detuvo en un hombre que salía del almacén, cargando una caja. No era el típico mafioso trajeado. Era más bajo, más joven, con una apariencia que no encajaba del todo con los demás. El gyojin lo siguió con la mirada mientras se alejaba, notando que no mostraba la misma urgencia que los otros. Había algo en él que lo hizo dudar, como si no perteneciera del todo a ese entorno.
Octojin decidió que necesitaba acercarse más, no solo para investigar al joven, sino también para entender qué estaba sucediendo dentro del almacén. Deslizarse hasta la orilla no era un problema, lo difícil sería acercarse al almacén sin ser visto. Pero Octojin era un cazador experimentado y sabía cómo moverse sin atraer la atención. O eso creía él.

Con un ágil movimiento, el gyojin emergió del agua en un lugar oscuro y apartado, donde las sombras lo ocultaban. Estaba en un punto ciego para la mayoría de los hombres armados que ahora patrullaban el puerto. Desde allí, se movió sigilosamente hacia el almacén, utilizando los contenedores y las pilas de cajas como cobertura.

La entrada estaba bien vigilada, pero Octojin observó que había un pequeño acceso lateral, posiblemente una salida de emergencia, que no estaba tan custodiada. Era su oportunidad. Sin dudarlo, se deslizó hasta esa puerta, asegurándose de no hacer ruido. Colocó una mano en la manija y, con un ligero giro, la abrió lentamente. El interior del almacén estaba iluminado por luces tenues, lo que facilitaba su avance sin ser detectado.

Dentro, el almacén era un laberinto de estanterías repletas de cajas y palets, pero lo que más llamó la atención de Octojin fue un grupo de hombres reunidos en el centro, alrededor de una mesa improvisada. Allí, el tiburón vio algo que le dejó claro que había subestimado la magnitud de lo que estaba en juego.
Sobre la mesa había un mapa de la isla, pero no un mapa cualquiera. Este estaba marcado con diferentes símbolos y colores, señalando puntos estratégicos alrededor de la isla, incluidos algunos cerca del puerto y otros en zonas más remotas. Pero lo que realmente capturó su atención fue una caja pequeña y metálica en el centro de la mesa, que uno de los hombres abría con cautela.

Dentro de la caja, había lo que parecía ser un cristal brillante, con un brillo intenso y una energía palpable que se podía sentir incluso desde la distancia. Los hombres a su alrededor miraban el cristal con una mezcla de reverencia y codicia. Octojin sabía lo que era, o al menos lo sospechaba: una pieza de un arma antigua, algo que había sido perdido durante siglos y que ahora estaba en manos de personas que no comprendían su verdadero poder.

El tiburón comprendió que no estaba solo en su interés por lo que había en el puerto. Otros grupos estaban involucrados, y cada uno buscaba obtener esa pieza para sus propios fines. Y si caía en las manos equivocadas, el equilibrio de poder en la isla, e incluso más allá, podría verse gravemente alterado.

Sabía que no podía actuar solo en esta situación. Hasta la fecha había sido su modo de trabajo, pero lo que estaba en juego requería más que fuerza bruta. Necesitaba aliados, o al menos, necesitaba crear una distracción lo suficientemente grande para hacer que esos hombres abandonaran el almacén.

Octojin aprovechó el momento para retroceder lentamente, desapareciendo nuevamente en las sombras del almacén. Necesitaba planear con cuidado, porque una vez que actuara, no habría vuelta atrás. Mientras se escabullía hacia la salida lateral por la que había entrado, sus pensamientos se centraron en el cristal y en lo que debía hacer para asegurar que no cayera en las manos equivocadas.

El gyojin sabía que tenía que moverse rápido, pero también sabía que, para salir victorioso, debía jugar sus cartas con precisión. Y el primer paso era encontrar al joven que había visto salir con la caja. Había algo en él, una chispa que le hacía pensar que podía ser útil en lo que estaba por venir. Con eso en mente, Octojin se deslizó nuevamente hacia el exterior, decidido a seguir al joven y descubrir más sobre sus intenciones y posibles aliados.

La noche aún era joven, y el tiburón tenía mucho que hacer antes de que llegara el amanecer.

Volvió a ocultarse entre las sombras, asegurándose de no llamar la atención mientras rastreaba al joven que había salido con la caja. Sus sentidos agudos lo guiaron por el camino que el joven había tomado —y haberlo visto alejarse antes de ascender a la superficie también había ayudado—, evitando a los mafiosos que aún patrullaban el puerto. Podía sentir el viento fresco de la noche en su piel, pero su mente estaba concentrada en una sola cosa: seguir a ese muchacho y descubrir qué estaba sucediendo realmente.

El tiburón se movió rápidamente, casi sin hacer ruido, o más bien camuflando el ruido con las olas que golpeaban el muelle. Siguió el rastro del joven a través del puerto y hacia la ciudad. La adrenalina corría por su cuerpo mientras saltaba entre las sombras, ayudándose de sus sentidos y valiéndose de la distracción de los mafiosos, para mantenerse fuera de la vista. La luna, parcialmente oculta tras las nubes, proporcionaba la luz justa para que Octojin pudiera ver sin ser visto.

El puerto, que antes estaba lleno de actividad, comenzaba a calmarse. Sin embargo, los hombres armados aún se movían en pequeños grupos, revisando cada rincón en busca del intruso que había causado tanto alboroto. Octojin tuvo que ser cuidadoso, esperando pacientemente a que pasaran antes de continuar su persecución.

A veces le resultaba curioso como un tipo tan voluminoso como él se podía ocultar entre las sombras de una ciudad. Sus sentidos le ayudaban, pero lo cierto es que si no hubiera tanto bullicio, el mar no fuese un aliado con sus golpeteos constantes, y los mafiosos no estuvieran tan agobiados, la situación sería bastante distinta.

Aunque el tiburón se creía sigiloso, lo cierto era que estaba unos cuantos decibelios por encima de serlo. Pero la fortuna le sonreía y estaba en un ambiente en el que ser sumamente sigiloso no era extremadamente necesario. Sólo debía estar alerta, intentar no ser visto y huir.

Finalmente, el tiburón divisó al joven en la distancia, alejándose del puerto y entrando en las estrechas calles de la ciudad. El muchacho caminaba con rapidez, pero sin mostrar signos de alarma, como si estuviera seguro de que nadie lo seguía. Octojin decidió mantener una distancia prudente, observando cada movimiento del joven sin perderlo de vista.

A medida que avanzaban, las calles se volvían más estrechas y oscuras, un laberinto de callejones mal iluminados y edificios viejos. El gyojin se movía con cautela, evitando cualquier luz que pudiera delatar su presencia. El joven, por su parte, parecía tener un destino claro en mente, avanzando con determinación por los callejones.

Octojin observaba desde su posición a medida que caminaban, estudiando cada gesto del joven. Había algo en su comportamiento que no cuadraba con el nerviosismo habitual de alguien que acababa de robar una caja presuntamente valiosa. En lugar de estar ansioso o asustado, el muchacho parecía estar en calma, como si estuviera esperando algo o a alguien.

El tiburón sabía que ese era el momento adecuado para acercarse. Con movimientos fluidos y aligerando el paso, se deslizó fuera de las sombras y se dirigió hacia el joven, asegurándose de no hacer ruido hasta el último momento. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió una mano y tocó suavemente el hombro del muchacho.

Sin saber muy bien la reacción que iba a tener el humano, que podría sobresaltarse o intentar atacar, mantuvo e incrementó firmemente el agarre por el hombro, evitando que escapara.

—Tranquilo, no estoy aquí para hacerte daño —dijo Octojin con una voz grave pero controlada, mirando directamente a los ojos del muchacho, intentando que su mirada denotase firmeza—. Pero necesito respuestas, y las necesito ahora.

El gyojin redujo la presión que ejercía sobre el hombro del humano, hasta tal punto que no era mucho más que su mano posándose sobre éste. Le ojeó de arriba abajo, intentando buscar algún arma en su cuerpo, y tras ello, prosiguió intentando buscar esas respuestas que quería.

—¿Quién eres y qué estás haciendo con esa caja?

Puede que si el humano le diese buena espina, compartiese lo que había visto en el almacén. ¿Sería buena idea robar aquel cristal? ¿O debería conformarse con las cajas que estaban en el fondo del mar?
#6


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RE: [C-Pasado] De la necesidad, virtud - por Octojin - 12-08-2024, 01:07 PM
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