No sabía como pero los dos se habían calmado. Al menos de momento. Le echó una mirada seria al gyojin tiburón. Sí, quizás lo de boqueroncito no había sido muy acertado por parte de Airgid. Pero es que también ellos serían estúpidos si se dejasen provocar por cualquier palabra que saliese de la boca de alguien de la superficie. De todas manera, decidió dejarle en paz. Básicamente porque el hombre alado elevaba al tiburón cual aguilucho lo hacía con un salmón, por los aires. Esa sí era una vista curiosa.
Intentó levantarse, aunque el viento seguía soplando fuerte. Y no solo eso, seguía llegando gente y gente. ¿Qué era eso? Ni que hubiesen abierto un buffet de comida gratis y todo el mundo hubiese decidido brotar, cual margarita, en ese lugar. No, eso no era normal. También entendía la reticencia de Airgid con aquella situación. ¿Un dios? ¿Un demonio? Podía ser. En los mares se encontraban cosas extrañas. Y, a veces, hasta las leyendas cobraban vida.
— No lo sé, no sé de qué se trata todo esto. Pero entre el viento y la situación, es lo único cuerdo que se me ocurre para no volverme loca. — Emitió un suspiro cansado.
Se acomodó el pelo, que se le había revuelto con tanta caída y tanta ventolera. Ni en una tormenta marina había tenido tantos problemas para mantener el equilibrio.
De todas maneras y por simple precaución, mantenía ahora una mano en la empuñadura del látigo que pendía de su cintura. Era más bien un arma defensiva, que solo sacaba cuando era necesario. En realidad, Asradi no era una mujer extremadamente belicosa. A no ser que le tocasen las narices. Como el tipo con sus fantasías guarras.
— Inténtalo y te juro que te arranco los dedos de un mordisco. — De hecho, frunció el ceño ante el que había mencionado eso. — Y no tendrás nada que hacer los miércoles. — ¿En serio? ¿Qué estaba pasando en ese lugar y con esta gente?
También se fijó en el pelirrojo. De hecho, lo contempló durante un buen rato. No era únicamente humano, ¿sería un mestizo? Los ojos azules de Asradi se afilaron ligeramente cuando se toparon con los de Yoshiro, sobre todo cuando vió que se hacía con una de esas bolsas. Y, como no, Airgid le increpaba al respecto.
Y, entonces, la situación continuó volviéndose bizarra. La expresión de Asradi fue una de total estupefacción cuando apareció aquel... aquel...
— No sé que he bebido antes de acostarme, pero ha debido de ser bueno. — Musitó para sí misma, con los ojos bien abiertos, parpadeando totalmente incrédula y viendo el llamativo espectáculo de quien se hacía llamar El Profeta. O algo así.
¿Era quizás una divinidad venida a menos? O un loco. No. Seguramente todo eso era a causa del hongo que había probado la noche anterior para un narcótico en el que estaba trabajando medicinalmente.
Sí, seguramente era eso. Estaba todavía en drogas. Esa sí era la explicación más lógica que podía darse ahora mismo.
No se percató de que el viento había amainado un poco hasta que sintió la voz de Airgid dirigiéndose a ella. Aceptó la mano de la rubia y se puso en pie, sacudiéndose un poco la arena de las piernas escamadas.
— Tienes razón, este lugar es una locura. De todas maneras... — Se volvió unos momentos hacia los demás. — Nosotras vamos a ver si encontramos una salida. Si queréis colaborar, sin manos largas... — Enarcó una ceja, recalcando la frase con ese gesto. Y con manos largas se refería también a que ni se les ocurriese tocarles las bolsitas. — … Supongo que sois bienvenidos.
El que quisiera unirse, claro. Luego, se centró en Airgid, a la que miró con más atención.
— ¿Estás bien? No ha llegado a herirte, ¿verdad? — Sí, era una preocupona a veces en ese aspecto.
Intentó levantarse, aunque el viento seguía soplando fuerte. Y no solo eso, seguía llegando gente y gente. ¿Qué era eso? Ni que hubiesen abierto un buffet de comida gratis y todo el mundo hubiese decidido brotar, cual margarita, en ese lugar. No, eso no era normal. También entendía la reticencia de Airgid con aquella situación. ¿Un dios? ¿Un demonio? Podía ser. En los mares se encontraban cosas extrañas. Y, a veces, hasta las leyendas cobraban vida.
— No lo sé, no sé de qué se trata todo esto. Pero entre el viento y la situación, es lo único cuerdo que se me ocurre para no volverme loca. — Emitió un suspiro cansado.
Se acomodó el pelo, que se le había revuelto con tanta caída y tanta ventolera. Ni en una tormenta marina había tenido tantos problemas para mantener el equilibrio.
De todas maneras y por simple precaución, mantenía ahora una mano en la empuñadura del látigo que pendía de su cintura. Era más bien un arma defensiva, que solo sacaba cuando era necesario. En realidad, Asradi no era una mujer extremadamente belicosa. A no ser que le tocasen las narices. Como el tipo con sus fantasías guarras.
— Inténtalo y te juro que te arranco los dedos de un mordisco. — De hecho, frunció el ceño ante el que había mencionado eso. — Y no tendrás nada que hacer los miércoles. — ¿En serio? ¿Qué estaba pasando en ese lugar y con esta gente?
También se fijó en el pelirrojo. De hecho, lo contempló durante un buen rato. No era únicamente humano, ¿sería un mestizo? Los ojos azules de Asradi se afilaron ligeramente cuando se toparon con los de Yoshiro, sobre todo cuando vió que se hacía con una de esas bolsas. Y, como no, Airgid le increpaba al respecto.
Y, entonces, la situación continuó volviéndose bizarra. La expresión de Asradi fue una de total estupefacción cuando apareció aquel... aquel...
— No sé que he bebido antes de acostarme, pero ha debido de ser bueno. — Musitó para sí misma, con los ojos bien abiertos, parpadeando totalmente incrédula y viendo el llamativo espectáculo de quien se hacía llamar El Profeta. O algo así.
¿Era quizás una divinidad venida a menos? O un loco. No. Seguramente todo eso era a causa del hongo que había probado la noche anterior para un narcótico en el que estaba trabajando medicinalmente.
Sí, seguramente era eso. Estaba todavía en drogas. Esa sí era la explicación más lógica que podía darse ahora mismo.
No se percató de que el viento había amainado un poco hasta que sintió la voz de Airgid dirigiéndose a ella. Aceptó la mano de la rubia y se puso en pie, sacudiéndose un poco la arena de las piernas escamadas.
— Tienes razón, este lugar es una locura. De todas maneras... — Se volvió unos momentos hacia los demás. — Nosotras vamos a ver si encontramos una salida. Si queréis colaborar, sin manos largas... — Enarcó una ceja, recalcando la frase con ese gesto. Y con manos largas se refería también a que ni se les ocurriese tocarles las bolsitas. — … Supongo que sois bienvenidos.
El que quisiera unirse, claro. Luego, se centró en Airgid, a la que miró con más atención.
— ¿Estás bien? No ha llegado a herirte, ¿verdad? — Sí, era una preocupona a veces en ese aspecto.