Timsy
Timsy
21-08-2024, 09:38 AM
Una vez más la densa niebla sembró el desconcierto. Podía saber cuando estaba subiendo y bajando, pero poco más podía adivinar. El suelo había desaparecido hacía rato, engullido por la masa neblinosa y no sabía cuando lo volvería a ver o si caería de nuevo en él o por el contrario caería en otra seta gigante que me propulsaría de nuevo por los cielos. Sentí una punzada de pesar y decepción al comprender que se me estaba negando la oportunidad de ver el mundo tal y como lo hacían la aves. De pronto permitirme ascender a esas alturas sin recibir una muerte segura por apachurramiento y quedar como papilla de pescado, pero no poder ver mucho más allá del alcance de mis manos me pareció cruel. Muy cruel. Quién hubiera ideado aquella realidad debía haber sido una mente retorcida. Espera… ¿A caso no era la mía? ¿Era yo el retorcido?
El descenso inició conmigo cabeza abajo, como el proyectil que busca perforar a su presa. Un proyectil ciego y desorientado, pero que igualmente golpería allá dónde el azar tuviera a bien. Dejé que las fuerzas ejercieran sobre mí libremente, como las medusas se dejaban guíar por las corrientes marinas. A fin de cuentas, ¿qué podía hacer yo? ¿Qué iba a ganar? ¿Y si podía volar también? Inconscientemente comencé a mover rápidamente los brazos con la esperanza de alzar el vuelo hacia ningún lugar. Doble decepción. ¿Cuántas más podría llevarme en los escasos segundos que duraría el trayecto?
Como si de un deja vu se tratara, el suelo se materializó y junto a él un cánido vestido de una manera peculiar. Caminaba a cuatro patas, en la misma dirección que lo hacía yo. No podía verle el rostro, pues él olfateaba el suelo a cuatro patas y yo le veía desde una posición superior y a su espalda. Antes de poder emitir sonido alguno, si no conseguía esquivarlo de alguna manera, le propinaría un fuerte cabezazo en todo el lomo sin remedio alguno. Con ello comprobaría si el daño de las caídas únicamente estaba exento si te estampabas contra el suelo o, por el contrario, si también chocarse y darle un cabezazo a un animal de los que allí vivían gozaba del mismo privilegio. Nada era seguro en aquel cruel y enigmático mundo.
El descenso inició conmigo cabeza abajo, como el proyectil que busca perforar a su presa. Un proyectil ciego y desorientado, pero que igualmente golpería allá dónde el azar tuviera a bien. Dejé que las fuerzas ejercieran sobre mí libremente, como las medusas se dejaban guíar por las corrientes marinas. A fin de cuentas, ¿qué podía hacer yo? ¿Qué iba a ganar? ¿Y si podía volar también? Inconscientemente comencé a mover rápidamente los brazos con la esperanza de alzar el vuelo hacia ningún lugar. Doble decepción. ¿Cuántas más podría llevarme en los escasos segundos que duraría el trayecto?
Como si de un deja vu se tratara, el suelo se materializó y junto a él un cánido vestido de una manera peculiar. Caminaba a cuatro patas, en la misma dirección que lo hacía yo. No podía verle el rostro, pues él olfateaba el suelo a cuatro patas y yo le veía desde una posición superior y a su espalda. Antes de poder emitir sonido alguno, si no conseguía esquivarlo de alguna manera, le propinaría un fuerte cabezazo en todo el lomo sin remedio alguno. Con ello comprobaría si el daño de las caídas únicamente estaba exento si te estampabas contra el suelo o, por el contrario, si también chocarse y darle un cabezazo a un animal de los que allí vivían gozaba del mismo privilegio. Nada era seguro en aquel cruel y enigmático mundo.