Atlas
Nowhere | Fénix
21-08-2024, 11:44 AM
No pude reprimir una sonrisa ante los comentarios de aquel tipo, liberando dos ladridos —no muy bien ejecutados, la verdad— mientras saltaba una y otra vez sobre la misma seta. Y ahí estaba de nuevo, enviando a quien no se los había pedido mensajes que en apariencia pretendían gozar de cierta profundidad, pero lanzados de manera artificial y forzada. Sin embargo, de entre todo ese discurso rimbombante una palabra llamó mi atención: sueño.
¿Decía aquel tipo la verdad y realmente me encontraba en un sueño? De ser así, debía ser el mío, ¿no? Hasta donde yo sabía era imposible estar de manera consciente en el sueño de otro. Y si era mi sueño podría hacer lo que quisiera. Siguiendo esa lógica intenté disipar toda la neblina de alrededor con un simple y profundo deseo. Por supuesto, nada sucedió. Por el contrario, continuó flotando, espesa y lenta, a nuestro alrededor en un intento por envolvernos en su húmeda sábana.
No obstante, debía conceder a aquel hombre que el ambiente que nos rodeaba era tremendamente extraño, en cierto modo onírico e irreal. Pero si no era mi sueño y ambos nos encontrábamos en él de manera independiente, ¿quién gobernaba aquel mundo? Bien pensado, que no pudiese despegar el saquito de mi costado parecía confirmar que allí había poderes y consciencias más allá de las nuestras, de lo que podíamos ver, oír y, en definitiva, percibir.
Fuera como fuese, ¿qué podía perder en un sueño? Bueno, el saquito o, mejor dicho, su contenido. Tampoco se antojaba como algo especialmente preocupante, ¿no? Parecía que el desconocido seguía disertando sobre el sexo de los ángeles por debajo de mi posición. Ya que no tenía control sobre lo que sucedía a mi alrededor y en teoría no había riesgo, ¿por qué no divertirme un poco?
—¡Pues vamos a ello! —dije antes de ejecutar mi movimiento. Viendo el aire medieval que se daba, lo último que quería era que ahora empezase a reflexionar en voz alta sobre el honor del guerrero y la importancia de atacar de frente y previo aviso.
Esperé a que mis pies estuviesen de nuevo a punto de pisar el sombrero del hongo y, en ese momento, flexioné las rodillas para que la seta asumiese mi peso y salté con fuerza. Salí despedido hacia las alturas. La niebla a mi alrededor no me permitía intuir con exactitud cuánto ascendí, pero a juzgar por la velocidad no fueron menos de veinte metros. En cualquier caso, lo más relevante de aquel movimiento no era el ascenso, sino el descenso.
Me precipité sobre la posición teórica de mi adversario, naginata en ristre y preparado para cuando su figura emergiese de nuevo entre la bruma. En ese momento trazaría un tajo vertical dirigido al centro de su torso. Aquella niebla impedía ver mucho más allá de la posición que ocupaba uno mismo. ¿Tendría tiempo de reaccionar adecuadamente a una caída en picado desde semejante altura?
¿Decía aquel tipo la verdad y realmente me encontraba en un sueño? De ser así, debía ser el mío, ¿no? Hasta donde yo sabía era imposible estar de manera consciente en el sueño de otro. Y si era mi sueño podría hacer lo que quisiera. Siguiendo esa lógica intenté disipar toda la neblina de alrededor con un simple y profundo deseo. Por supuesto, nada sucedió. Por el contrario, continuó flotando, espesa y lenta, a nuestro alrededor en un intento por envolvernos en su húmeda sábana.
No obstante, debía conceder a aquel hombre que el ambiente que nos rodeaba era tremendamente extraño, en cierto modo onírico e irreal. Pero si no era mi sueño y ambos nos encontrábamos en él de manera independiente, ¿quién gobernaba aquel mundo? Bien pensado, que no pudiese despegar el saquito de mi costado parecía confirmar que allí había poderes y consciencias más allá de las nuestras, de lo que podíamos ver, oír y, en definitiva, percibir.
Fuera como fuese, ¿qué podía perder en un sueño? Bueno, el saquito o, mejor dicho, su contenido. Tampoco se antojaba como algo especialmente preocupante, ¿no? Parecía que el desconocido seguía disertando sobre el sexo de los ángeles por debajo de mi posición. Ya que no tenía control sobre lo que sucedía a mi alrededor y en teoría no había riesgo, ¿por qué no divertirme un poco?
—¡Pues vamos a ello! —dije antes de ejecutar mi movimiento. Viendo el aire medieval que se daba, lo último que quería era que ahora empezase a reflexionar en voz alta sobre el honor del guerrero y la importancia de atacar de frente y previo aviso.
Esperé a que mis pies estuviesen de nuevo a punto de pisar el sombrero del hongo y, en ese momento, flexioné las rodillas para que la seta asumiese mi peso y salté con fuerza. Salí despedido hacia las alturas. La niebla a mi alrededor no me permitía intuir con exactitud cuánto ascendí, pero a juzgar por la velocidad no fueron menos de veinte metros. En cualquier caso, lo más relevante de aquel movimiento no era el ascenso, sino el descenso.
Me precipité sobre la posición teórica de mi adversario, naginata en ristre y preparado para cuando su figura emergiese de nuevo entre la bruma. En ese momento trazaría un tajo vertical dirigido al centro de su torso. Aquella niebla impedía ver mucho más allá de la posición que ocupaba uno mismo. ¿Tendría tiempo de reaccionar adecuadamente a una caída en picado desde semejante altura?