Octojin
El terror blanco
21-08-2024, 02:16 PM
Octojin se encontraba en una fase de su vida marcada por el cansancio y el desgaste, no solo físico sino también emocional. Las cicatrices de batallas recientes aún resonaban en su memoria y cuerpo, evidenciadas por la pesadez de sus pasos cada vez que deambulaba por las calles de Loguetown. La ciudad, con su bullicio y ajetreo, se había convertido en un espacio cada vez más asfixiante para él. Aquella mañana, en particular, había sido algo diferente. Pero incluso en su propia soledad, siempre había alguien que interrumpía su tranquilidad. Necesitaba el aire libre, el espacio abierto, y sobre todo, el reconfortante sonido del mar. Su piel, aún sensible al tacto por las recientes heridas, fue un recordatorio constante de su resiliencia y su capacidad para sobrevivir.
Primeramente había sido el viejo, con unas más que sinceras palabras, y ahora era Atlas. Un marine que parecía prometedor, e incluso algo en la no muy afortunada intuición del tiburón, le decía que podía confiar en él. Aunque eso tardaría en llegar, si es que llegaba.
—Octojin, encantado.
La introducción era simple, pero detrás de ella yacía un océano de historias y experiencias que no solía compartir a la ligera, especialmente no con humanos, aunque Atlas no parecía llevar consigo el típico prejuicio o miedo que otros mostraban al encontrarse con un gyojin.
—Mi vida es… diferente a lo que muchos podrían esperar —respondió con una voz que, esperaba, no delatara el torbellino de emociones que le costaba tanto controlar. La brisa marina llevaba consigo el aroma del salitre, un olor que siempre reconfortaba al tiburón, aunque ahora se mezclaba con el olor de pescado fresco y el bullicio de una ciudad que nunca dormía.
El gyojin había aprendido a ser cauteloso, a medir las palabras y las acciones, especialmente en territorio humano. La vida le había enseñado que incluso un gesto mal interpretado podría desencadenar un conflicto. Sin embargo, en la presencia de Atlas, sentía una rara mezcla de curiosidad y camaradería. Algo en su manera abierta y sin pretensiones de acercarse a la conversación disminuía las barreras que solía mantener erguidas.
—Trabajo solo, principalmente —continuó, fijándose su mirada en las aguas que se extendían más allá del puerto, donde el océano se encontraba con el cielo en un horizonte sin fin. —Soy un… recolector, por decirlo de alguna manera. Busco cosas que sean valiosas, útiles o simplemente interesantes. No es un trabajo común, pero me permite estar en el lugar que más amo: el mar. Cuando piso alguna tierra… Las cosas suelen torcerse.
La confesión del gyojin fue seguida por un silencio cómodo. Observó a Atlas, cuya expresión indicaba que estaba procesando su respuesta, quizás intentando encajar las piezas de ese tiburón solitario en su visión del mundo. La gente tendía a hacer eso; trataban de entender a los demás a través de sus propios marcos de referencia, a menudo sin darse cuenta de cuán amplio podía ser el abismo de experiencias y culturas.
—Y, a veces, me encuentro ayudando a la Marina, aunque eso no es por elección propia —agregó Octojin, con una sonrisa amarga tocando brevemente sus labios. El recuerdo de la bodega y el caos que había enfrentado junto a Camille era algo reciente, aún fresco y doloroso, tanto en su mente como en las marcadas heridas de su cuerpo. —Parece que terminamos haciendo lo que necesitamos, más que lo que queremos, ¿no es así?
El rostro del escualo mostró una mezcla de empatía y resignación. Era raro encontrar humanos que pudieran entender esa dinámica, esa sensación de ser llevado por corrientes que uno no siempre podía controlar. Pero a juzgar por la respuesta del marine a por qué se alistó, parecía que él también tenía esa sensación.
Lo cierto era que Octojin, con cada palabra, sentía cómo se formaba un puente improbable entre ambos, un reconocimiento mutuo de las batallas que cada uno enfrentaba en sus respectivos mundos. No eran tan diferentes, después de todo. Ambos buscaban su lugar, su manera de contribuir, de ser parte de algo más grande que ellos mismos. ¿Pero acaso no era eso lo que debía buscar cada ser de la tierra?
Mientras el sol comenzaba a descender hacia el horizonte, pintando el cielo de tonos ardientes de rojo y naranja, el tiburón se dio cuenta de que ese encuentro, tan fortuito y casual, había dejado una marca. Atlas había mencionado sus propias razones para unirse a la Marina, y Octojin había compartido parte de su vida como recolector en el mar, un camino elegido por amor a la libertad y la solitud del océano. Aunque provenían de mundos diferentes, encontraron un punto de conexión en sus experiencias y aspiraciones, un puente improbable entre un humano y un gyojin que había extendido su mano en amistad.
Primeramente había sido el viejo, con unas más que sinceras palabras, y ahora era Atlas. Un marine que parecía prometedor, e incluso algo en la no muy afortunada intuición del tiburón, le decía que podía confiar en él. Aunque eso tardaría en llegar, si es que llegaba.
—Octojin, encantado.
La introducción era simple, pero detrás de ella yacía un océano de historias y experiencias que no solía compartir a la ligera, especialmente no con humanos, aunque Atlas no parecía llevar consigo el típico prejuicio o miedo que otros mostraban al encontrarse con un gyojin.
—Mi vida es… diferente a lo que muchos podrían esperar —respondió con una voz que, esperaba, no delatara el torbellino de emociones que le costaba tanto controlar. La brisa marina llevaba consigo el aroma del salitre, un olor que siempre reconfortaba al tiburón, aunque ahora se mezclaba con el olor de pescado fresco y el bullicio de una ciudad que nunca dormía.
El gyojin había aprendido a ser cauteloso, a medir las palabras y las acciones, especialmente en territorio humano. La vida le había enseñado que incluso un gesto mal interpretado podría desencadenar un conflicto. Sin embargo, en la presencia de Atlas, sentía una rara mezcla de curiosidad y camaradería. Algo en su manera abierta y sin pretensiones de acercarse a la conversación disminuía las barreras que solía mantener erguidas.
—Trabajo solo, principalmente —continuó, fijándose su mirada en las aguas que se extendían más allá del puerto, donde el océano se encontraba con el cielo en un horizonte sin fin. —Soy un… recolector, por decirlo de alguna manera. Busco cosas que sean valiosas, útiles o simplemente interesantes. No es un trabajo común, pero me permite estar en el lugar que más amo: el mar. Cuando piso alguna tierra… Las cosas suelen torcerse.
La confesión del gyojin fue seguida por un silencio cómodo. Observó a Atlas, cuya expresión indicaba que estaba procesando su respuesta, quizás intentando encajar las piezas de ese tiburón solitario en su visión del mundo. La gente tendía a hacer eso; trataban de entender a los demás a través de sus propios marcos de referencia, a menudo sin darse cuenta de cuán amplio podía ser el abismo de experiencias y culturas.
—Y, a veces, me encuentro ayudando a la Marina, aunque eso no es por elección propia —agregó Octojin, con una sonrisa amarga tocando brevemente sus labios. El recuerdo de la bodega y el caos que había enfrentado junto a Camille era algo reciente, aún fresco y doloroso, tanto en su mente como en las marcadas heridas de su cuerpo. —Parece que terminamos haciendo lo que necesitamos, más que lo que queremos, ¿no es así?
El rostro del escualo mostró una mezcla de empatía y resignación. Era raro encontrar humanos que pudieran entender esa dinámica, esa sensación de ser llevado por corrientes que uno no siempre podía controlar. Pero a juzgar por la respuesta del marine a por qué se alistó, parecía que él también tenía esa sensación.
Lo cierto era que Octojin, con cada palabra, sentía cómo se formaba un puente improbable entre ambos, un reconocimiento mutuo de las batallas que cada uno enfrentaba en sus respectivos mundos. No eran tan diferentes, después de todo. Ambos buscaban su lugar, su manera de contribuir, de ser parte de algo más grande que ellos mismos. ¿Pero acaso no era eso lo que debía buscar cada ser de la tierra?
Mientras el sol comenzaba a descender hacia el horizonte, pintando el cielo de tonos ardientes de rojo y naranja, el tiburón se dio cuenta de que ese encuentro, tan fortuito y casual, había dejado una marca. Atlas había mencionado sus propias razones para unirse a la Marina, y Octojin había compartido parte de su vida como recolector en el mar, un camino elegido por amor a la libertad y la solitud del océano. Aunque provenían de mundos diferentes, encontraron un punto de conexión en sus experiencias y aspiraciones, un puente improbable entre un humano y un gyojin que había extendido su mano en amistad.