Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
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[C-Pasado] Bestias en el mar, bestias en la selva
Octojin
El terror blanco
22 de Primavera del año 723.
Octojin llegó a la isla Motobami después de un viaje marítimo que puso a prueba su resistencia y destreza. Las corrientes cerca de la isla eran traicioneras, y la niebla densa que a menudo la envolvía hacía que la navegación fuera un desafío incluso para el más experimentado de los marinos. Pero Octojin, siendo un gyojin, encontró en el agua un aliado más que un obstáculo, utilizando su fuerza y habilidades natatorias para acercarse a la costa.
 
La isla no era extensa, pero lo que le faltaba en tamaño lo compensaba con una densa vegetación que se extendía desde la línea de playa hasta las alturas del gran monte en su centro. Las copas de los árboles formaban un techo casi impenetrable que apenas dejaba pasar la luz del sol, creando un mundo de sombras y sonidos en el suelo de la selva, solo apto para valientes.
 
Al pisar la isla, Octojin sintió la arena húmeda y fresca bajo sus pies, un cambio bienvenido después del incesante vaivén del océano. No obstante, el sonido del mar fue rápidamente reemplazado por el coro de la selva: pájaros con cantos agudos, el crujir de ramas y el constante zumbido de insectos que parecían omnipresentes y de seguro que serían bastante molestos.
 
Con precaución, el gyojin comenzó a adentrarse en la selva. Necesitaba encontrar alimento y un lugar seguro para descansar. La flora era tan rica como variada, con frutas colgando tentadoramente de ramas a menudo justo fuera de su alcance. Octojin recolectó varias frutas cuyo jugoso interior prometía saciar tanto su hambre como su sed. Mordisqueó con cautela, familiarizándose primero con el sabor y asegurándose de que no fueran tóxicas.
 
Después de asegurar un pequeño alijo de alimentos, Octojin buscó un lugar para establecerse temporalmente. Encontró un claro, un pequeño respiro en la opresiva densidad del bosque, donde la luz del sol caía en cascada a través de una rara abertura en el dosel. Allí, se sentó, apoyando su espalda contra el tronco de un árbol robusto, y permitió que sus ojos vagaran por su entorno, siempre vigilante.
 
No tardó en darse cuenta de que no estaba solo en la isla. A lo lejos, más allá de la limitada visibilidad que le ofrecía el claro, podía percibir movimientos: figuras grandes y pequeñas que esquivaban su vista, apenas perceptibles entre el enredo de lianas y hojas. Aunque no podía verlos claramente, Octojin sintió la presencia de las criaturas que habitaban la isla. Eran, según las historias que había escuchado en los puertos, animales de naturalezas peculiares y a menudo peligrosas.
 
La primera criatura que logró ver claramente fue un enorme lagarto, cuya piel cambiaba de color adaptándose a las hojas y ramas a su alrededor. El reptil se movía con una gracia silenciosa que contradecía su tamaño, sus ojos fríos y calculadores fijos en Octojin por un momento antes de desaparecer de nuevo en la espesura.
 
Más tarde, mientras el sol comenzaba a declinar, avistó una bandada de lo que a primera vista parecían ser pájaros comunes, pero a medida que se acercaban, su tamaño y sus picos, desproporcionadamente grandes y afilados, revelaron su verdadera naturaleza. Estas aves, al parecer, actuaban como guardianes de la isla, vigilando y marcando el territorio contra intrusos. Al acercarse demasiado, comenzaron a lanzar graznidos estridentes, una clara advertencia que Octojin no se atrevió a ignorar.
 
La noche se acercaba y con ella, una sensación de inquietud crecía en el gyojin. Decidió que permanecer en el claro no era seguro; los sonidos de la selva se intensificaban y las sombras alargadas parecían cobrar vida propia. Con cuidado, recogió sus pertenencias y se movió a una zona más densa, donde las ramas y las raíces entrelazadas ofrecían tanto camuflaje como protección.
 
Allí, en la oscuridad relativa bajo el grueso dosel, Octojin pasó la noche. El sueño era ligero y vigilante, interrumpido por los sonidos de la selva y el constante susurro de la vegetación. Aunque estaba acostumbrado a la soledad del mar abierto y a la vasta quietud del océano profundo, la selva presentaba un tipo diferente de aislamiento, uno lleno de vida pero también de amenazas ocultas en cada sombra.
 
Octojin sabía que su estancia en la isla Motobami no sería larga. La curiosidad que lo había llevado hasta allí se mezclaba ahora con una cautela renovada. Mientras planeaba su próximo movimiento, el gyojin reflexionaba sobre las lecciones que la isla le estaba enseñando. En la selva, como en el mar, cada paso debía darse con respeto y conocimiento del entorno, y cada encuentro con sus misteriosos habitantes era un recordatorio de que en este mundo, era tanto un visitante como un superviviente.
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[C-Pasado] Bestias en el mar, bestias en la selva - por Octojin - 21-08-2024, 02:26 PM

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