Octojin
El terror blanco
22-08-2024, 12:17 AM
El viento rugía con una ferocidad que Octojin apenas recordaba haber experimentado antes. Cada ráfaga parecía querer arrancarle todos y cada uno de los trozos de madera al ya desgastado barco, cuyo casco crujía y gemía bajo la presión de la tormenta que se estaba formando. Las conversaciones a su alrededor, aunque llenas de vida y discusión, se veían a menudo ahogadas por el chillido del viento y el golpear de las olas contra el costado del barco.
El humano que había quedado atrapado en la estructura del barco, se debatía en un intento por liberarse. Su lucha por desengancharse y la subsiguiente caída al decrecer en tamaño atrajeron la atención de todos, incluyendo la de Octojin. Observó con una mezcla de asombro y preocupación cómo Hyunn finalmente caía al suelo, colgando de su gabardina desgarrada por el esfuerzo.
Por otro lado, se había colado en la zona un pato extravagante, parecía completamente absorto en sus propias reflexiones y exploraciones. Sus comentarios sobre las peculiaridades del entorno y su constante búsqueda de pistas o artefactos le daban un aire de detective privado, aunque uno bastante peculiar debido a su apariencia y comportamiento.
El escenario seguía siendo caótico. La situación se volvía cada vez más tensa y confusa, y las personalidades presentes no hacían más que añadir a la complejidad del drama que se desarrollaba. Por allí había otro humano más, que a juzgar por sus comentarios parecía sumido en sus propias fantasías y ensoñaciones, en las cuales debería estar revolcado por el suelo, solo que en vez de por una ráfaga de viento, hubiera sido intencionado y en vez de piedras y astillas, tendría a las dos mujeres a su lado. Su reacción, aunque inicialmente distante, pronto se convertía en una participación más activa a medida que la realidad de su entorno se hacía más palpable.
En medio de este caos, otro personaje, esta vez en un sentido quizá más estricto de la palabra, se autoproclamaba como un profeta, irrumpía en escena con advertencias apocalípticas y gestos dramáticos. Sus palabras, aunque cargadas de gravedad, eran recibidas con escepticismo y, en algunos casos, mofa. Octojin no pudo evitar sentir una punzada de irritación ante la pomposidad del hombre, pero también una curiosidad subyacente sobre la verdad detrás de sus declaraciones.
Quizá el que más importancia le daba a aquellas canicas era joven pelirrojo, después de haber robado una de las bolsas tan disputadas, ahora proponía una alianza, un cambio de táctica que Octojin encontró sorprendentemente audaz, aunque algo desesperada.
La mujer del extraño acento parecía que había parado la hostilidad. Al menos hacía el gyojin. Dejó de apuntarle y su rostro parecía algo menos tenso. Aunque bueno, al escualo no se le daba demasiado bien leer el rostro de los humanos. ¿Por qué gesticulaban tanto?
La idea de una salida o de una resolución pacífica parecía cada vez más lejana. A su alrededor, los distintos seres seguían debatiendo, luchando y teorizando, cada uno atrapado en su propio dilema o motivado por sus propias ambiciones y miedos.
El panda, cuya presencia había sido casi cómica al principio, ahora parecía una de las voces más razonables, sugiriendo una colaboración y ofreciendo un sentido de camaradería que Octojin encontraba tanto refrescante como necesario en ese momento de crisis.
Lo cierto es que la situación allí era un microcosmos de conflictos, misterios y alianzas improbables, y a medida que Octojin observaba y escuchaba, se daba cuenta de que cada decisión, cada acción tomada por los presentes, podría tener consecuencias imprevistas en ese extraño y tumultuoso viaje en el que todos se habían embarcado sin querer ni recordar.
El tiburón había sido desplazado a regañadientes por Illyasbabel. Que finalmente, tras un desgaste inútil, decidió dejar al gyojin en tierra mientras el se movía con mayor facilidad. Evitó disculparse por pesar tanto. A veces tenía complejo por ello, ser una mole de cuatro metros y doscientos kilos a veces tenía inconvenientes, y que te levanten a pulso era uno de ellos. Lo cierto es que tendría que poner una reclamación a aerolíneas Illyasbabel si es que salía con vida de aquel sitio. Aunque no había comprado billete, el vuelo había dejado mucho que desear.
—Estoy bien, no te preocupes. Ha sido un disparo de nada… —comentó el gyojin a la par que se llevaba la mano a la herida, de la cual salía algo de sangre—. Yo creo que deberíamos huir, porque…
Y entonces, Illyasbabel se lanzó al ataque. El gyojin se llevó las manos a la cabeza y pensó que hacer. ¿No se había dado cuenta que la tensión hacia ellos había disminuido? Aunque el ambiente no era para nada el idílico, y no había bandos claros, la huida hubiera sido la mejor opción.
—¡Vamos a parar de darnos de hostias y buscar una salida! Yo creo que deberíamos…
Pero antes de que acabase la frase, el viento pareció tomar vida propia. Una ráfaga particularmente fuerte golpeó a Octojin, lanzándolo de vuelta hacia el casco del barco. El impacto fue brutal, y por un momento, todo lo que pudo ver fueron estrellas danzando ante sus ojos. El gyojin se sacudió la cabeza, tratando de recuperar sus sentidos, mientras el barco seguía sacudiéndose violentamente bajo la tormenta de viento, que ahora arreciaba con una intensidad cada vez más creciente.
Desde el suelo, Octojin observó al grupo, intentando divisar las actitudes de los presentes, e intentando incorporarse sin éxito.
—Hasta los huevos del puto viento —exclamó desde el suelo—. Prefiero otro puto disparo que estamparme otra vez —finalizó con un tono más suave. De otro modo, quizá lo tomaban muy literal.
El humano que había quedado atrapado en la estructura del barco, se debatía en un intento por liberarse. Su lucha por desengancharse y la subsiguiente caída al decrecer en tamaño atrajeron la atención de todos, incluyendo la de Octojin. Observó con una mezcla de asombro y preocupación cómo Hyunn finalmente caía al suelo, colgando de su gabardina desgarrada por el esfuerzo.
Por otro lado, se había colado en la zona un pato extravagante, parecía completamente absorto en sus propias reflexiones y exploraciones. Sus comentarios sobre las peculiaridades del entorno y su constante búsqueda de pistas o artefactos le daban un aire de detective privado, aunque uno bastante peculiar debido a su apariencia y comportamiento.
El escenario seguía siendo caótico. La situación se volvía cada vez más tensa y confusa, y las personalidades presentes no hacían más que añadir a la complejidad del drama que se desarrollaba. Por allí había otro humano más, que a juzgar por sus comentarios parecía sumido en sus propias fantasías y ensoñaciones, en las cuales debería estar revolcado por el suelo, solo que en vez de por una ráfaga de viento, hubiera sido intencionado y en vez de piedras y astillas, tendría a las dos mujeres a su lado. Su reacción, aunque inicialmente distante, pronto se convertía en una participación más activa a medida que la realidad de su entorno se hacía más palpable.
En medio de este caos, otro personaje, esta vez en un sentido quizá más estricto de la palabra, se autoproclamaba como un profeta, irrumpía en escena con advertencias apocalípticas y gestos dramáticos. Sus palabras, aunque cargadas de gravedad, eran recibidas con escepticismo y, en algunos casos, mofa. Octojin no pudo evitar sentir una punzada de irritación ante la pomposidad del hombre, pero también una curiosidad subyacente sobre la verdad detrás de sus declaraciones.
Quizá el que más importancia le daba a aquellas canicas era joven pelirrojo, después de haber robado una de las bolsas tan disputadas, ahora proponía una alianza, un cambio de táctica que Octojin encontró sorprendentemente audaz, aunque algo desesperada.
La mujer del extraño acento parecía que había parado la hostilidad. Al menos hacía el gyojin. Dejó de apuntarle y su rostro parecía algo menos tenso. Aunque bueno, al escualo no se le daba demasiado bien leer el rostro de los humanos. ¿Por qué gesticulaban tanto?
La idea de una salida o de una resolución pacífica parecía cada vez más lejana. A su alrededor, los distintos seres seguían debatiendo, luchando y teorizando, cada uno atrapado en su propio dilema o motivado por sus propias ambiciones y miedos.
El panda, cuya presencia había sido casi cómica al principio, ahora parecía una de las voces más razonables, sugiriendo una colaboración y ofreciendo un sentido de camaradería que Octojin encontraba tanto refrescante como necesario en ese momento de crisis.
Lo cierto es que la situación allí era un microcosmos de conflictos, misterios y alianzas improbables, y a medida que Octojin observaba y escuchaba, se daba cuenta de que cada decisión, cada acción tomada por los presentes, podría tener consecuencias imprevistas en ese extraño y tumultuoso viaje en el que todos se habían embarcado sin querer ni recordar.
El tiburón había sido desplazado a regañadientes por Illyasbabel. Que finalmente, tras un desgaste inútil, decidió dejar al gyojin en tierra mientras el se movía con mayor facilidad. Evitó disculparse por pesar tanto. A veces tenía complejo por ello, ser una mole de cuatro metros y doscientos kilos a veces tenía inconvenientes, y que te levanten a pulso era uno de ellos. Lo cierto es que tendría que poner una reclamación a aerolíneas Illyasbabel si es que salía con vida de aquel sitio. Aunque no había comprado billete, el vuelo había dejado mucho que desear.
—Estoy bien, no te preocupes. Ha sido un disparo de nada… —comentó el gyojin a la par que se llevaba la mano a la herida, de la cual salía algo de sangre—. Yo creo que deberíamos huir, porque…
Y entonces, Illyasbabel se lanzó al ataque. El gyojin se llevó las manos a la cabeza y pensó que hacer. ¿No se había dado cuenta que la tensión hacia ellos había disminuido? Aunque el ambiente no era para nada el idílico, y no había bandos claros, la huida hubiera sido la mejor opción.
—¡Vamos a parar de darnos de hostias y buscar una salida! Yo creo que deberíamos…
Pero antes de que acabase la frase, el viento pareció tomar vida propia. Una ráfaga particularmente fuerte golpeó a Octojin, lanzándolo de vuelta hacia el casco del barco. El impacto fue brutal, y por un momento, todo lo que pudo ver fueron estrellas danzando ante sus ojos. El gyojin se sacudió la cabeza, tratando de recuperar sus sentidos, mientras el barco seguía sacudiéndose violentamente bajo la tormenta de viento, que ahora arreciaba con una intensidad cada vez más creciente.
Desde el suelo, Octojin observó al grupo, intentando divisar las actitudes de los presentes, e intentando incorporarse sin éxito.
—Hasta los huevos del puto viento —exclamó desde el suelo—. Prefiero otro puto disparo que estamparme otra vez —finalizó con un tono más suave. De otro modo, quizá lo tomaban muy literal.