Octojin
El terror blanco
22-08-2024, 09:18 AM
La arena mordía su costado con cada granito impulsado por el viento feroz. Octojin yacía en el suelo, incapaz de levantarse, mientras el barco crujía y gemía al compás del caos desatado alrededor. Derribado, el gyojin tiburón observaba con asombro los eventos que se desarrollaban ante sus ojos, su mente aún se encontraba luchando por asimilar la realidad de su situación.
El profeta, un ser cuyo aspecto rozaba lo absurdo, había proclamado la llegada de un apocalipsis inminente con una vehemencia que resonaba en el aire tenso. Sus palabras, aunque inicialmente habían sido recibidas con escepticismo y burlas, comenzaban a sembrar dudas en el corazón del escualo. Octojin, luchando contra el dolor y la confusión, no podía evitar sentir que tal vez había algo de verdad en la locura del profeta. El viento, las corrientes de aire y la propia naturaleza del lugar parecían confirmarlo.
Fue entonces cuando ocurrió algo que superó cualquier expectativa. Tres diminutos seres de color amarillo procedentes de una raza que Octojin no había visto jamás, moviéndose con una gracia que desafiaba la gravedad, saltaban con una sorprendente agilidad, cada salto los elevaba o hacía que descendieran a su gusto. El espectáculo era de tal magnitud que Octojin se olvidó momentáneamente de su incapacidad para moverse, su mirada fija en los jóvenes mientras manipulaban su entorno de maneras que él jamás habría imaginado posibles fue cada vez más y más atónita.
Octojin observó, con la boca abierta, cómo una cascada de agua cristalina comenzó a formarse, fluyendo hacia el campo de batalla y creando una cavidad en el suelo donde caía. El agua se acumulaba rápidamente, lo que hizo que se crease una especie de lago de claridad inusitada que reflejaba el cielo azul y las estrellas nocturnas con una precisión perfecta.
Los niños descendieron flotando suavemente hacia el suelo, aún sujetando un cartel entre ellos, que clavaron al lado del lago. El mensaje en el cartel, era algo que el tiburón no podría leer, por lo que no le prestó demasiada importancia.
Aquella sucesión de actos resonó profundamente en el interior de Octojin, cuyas escamas se erizaron ante la solemnidad del momento. Su mente, habitualmente escéptica y lógica, comenzaba a ceder ante la posibilidad de que estuvieran en presencia de fuerzas mucho mayores que ellos, entidades que jugaban con los mortales como si fueran meros peones en un tablero de ajedrez cósmico.
"El apocalipsis", resonaba en su cabeza mientras observaba el lago formado por los seres amarillos. Las palabras del profeta y el acto de los jóvenes amarillos parecían estar inexplicablemente conectados, tejiendo una narrativa que Octojin ya no podía descartar como mera coincidencia o delirio.
Mientras yacía allí, golpeado no solo físicamente sino también espiritualmente, Octojin se encontraba en una encrucijada de fe y escepticismo. La posibilidad de que todo aquello fuera un ensueño o una manipulación comenzaba a parecer menos aterradora que la alternativa: que realmente estuvieran a merced de deidades y profecías antiguas, navegando no solo un mar físico sino también uno metafísico de destino y predestinación.
Con el profundo azul del lago reflejando las estrellas sobre él, y el cartel proclamando vete a saber qué, Octojin sentía cómo las raíces de su entendimiento del mundo se sacudían. A pesar de su posición vulnerada, una parte de él quería levantarse y meterse en el agua, quería creer, quería ser parte de algo más grande que la simple supervivencia en los océanos que siempre había conocido.
En ese momento, el gyojin tiburón no solo luchaba por recuperar el control de su cuerpo, sino también por entender su lugar en un universo que, hasta ese entonces, había creído conocer.
—¡El apocalipsis ha llegado! —se limitó a vociferar. Si el profeta en realidad era un sectario, ya tenía a su primer miembro — ¡Huid! ¡Huid mientras podáis!
Con evidentes dificultades, el gyojin se acabó levantando de su zona, aprovechando que el viento había dado una ligera pausa. Agarrándose de la madera del barco, y con una firme determinación, el habitante del mar se dirigiría hacia aquél misterioso agua. ¿Estaría allí la respuesta a todas sus preguntas?
El profeta, un ser cuyo aspecto rozaba lo absurdo, había proclamado la llegada de un apocalipsis inminente con una vehemencia que resonaba en el aire tenso. Sus palabras, aunque inicialmente habían sido recibidas con escepticismo y burlas, comenzaban a sembrar dudas en el corazón del escualo. Octojin, luchando contra el dolor y la confusión, no podía evitar sentir que tal vez había algo de verdad en la locura del profeta. El viento, las corrientes de aire y la propia naturaleza del lugar parecían confirmarlo.
Fue entonces cuando ocurrió algo que superó cualquier expectativa. Tres diminutos seres de color amarillo procedentes de una raza que Octojin no había visto jamás, moviéndose con una gracia que desafiaba la gravedad, saltaban con una sorprendente agilidad, cada salto los elevaba o hacía que descendieran a su gusto. El espectáculo era de tal magnitud que Octojin se olvidó momentáneamente de su incapacidad para moverse, su mirada fija en los jóvenes mientras manipulaban su entorno de maneras que él jamás habría imaginado posibles fue cada vez más y más atónita.
Octojin observó, con la boca abierta, cómo una cascada de agua cristalina comenzó a formarse, fluyendo hacia el campo de batalla y creando una cavidad en el suelo donde caía. El agua se acumulaba rápidamente, lo que hizo que se crease una especie de lago de claridad inusitada que reflejaba el cielo azul y las estrellas nocturnas con una precisión perfecta.
Los niños descendieron flotando suavemente hacia el suelo, aún sujetando un cartel entre ellos, que clavaron al lado del lago. El mensaje en el cartel, era algo que el tiburón no podría leer, por lo que no le prestó demasiada importancia.
Aquella sucesión de actos resonó profundamente en el interior de Octojin, cuyas escamas se erizaron ante la solemnidad del momento. Su mente, habitualmente escéptica y lógica, comenzaba a ceder ante la posibilidad de que estuvieran en presencia de fuerzas mucho mayores que ellos, entidades que jugaban con los mortales como si fueran meros peones en un tablero de ajedrez cósmico.
"El apocalipsis", resonaba en su cabeza mientras observaba el lago formado por los seres amarillos. Las palabras del profeta y el acto de los jóvenes amarillos parecían estar inexplicablemente conectados, tejiendo una narrativa que Octojin ya no podía descartar como mera coincidencia o delirio.
Mientras yacía allí, golpeado no solo físicamente sino también espiritualmente, Octojin se encontraba en una encrucijada de fe y escepticismo. La posibilidad de que todo aquello fuera un ensueño o una manipulación comenzaba a parecer menos aterradora que la alternativa: que realmente estuvieran a merced de deidades y profecías antiguas, navegando no solo un mar físico sino también uno metafísico de destino y predestinación.
Con el profundo azul del lago reflejando las estrellas sobre él, y el cartel proclamando vete a saber qué, Octojin sentía cómo las raíces de su entendimiento del mundo se sacudían. A pesar de su posición vulnerada, una parte de él quería levantarse y meterse en el agua, quería creer, quería ser parte de algo más grande que la simple supervivencia en los océanos que siempre había conocido.
En ese momento, el gyojin tiburón no solo luchaba por recuperar el control de su cuerpo, sino también por entender su lugar en un universo que, hasta ese entonces, había creído conocer.
—¡El apocalipsis ha llegado! —se limitó a vociferar. Si el profeta en realidad era un sectario, ya tenía a su primer miembro — ¡Huid! ¡Huid mientras podáis!
Con evidentes dificultades, el gyojin se acabó levantando de su zona, aprovechando que el viento había dado una ligera pausa. Agarrándose de la madera del barco, y con una firme determinación, el habitante del mar se dirigiría hacia aquél misterioso agua. ¿Estaría allí la respuesta a todas sus preguntas?