Octojin
El terror blanco
22-08-2024, 04:55 PM
Tras el caótico despliegue de eventos y revelaciones, Octojin se encontraba aturdido y dolorido, tanto física como espiritualmente. Atrapado en aquél sitio junto con gente a la que no conocía y cuyos pensamientos eran contradictorios entre sí, se esforzaba por procesar la información que le llegaba por todos lados. El viento seguía soplando con fuerza, y las palabras del profeta resonaban en su mente con una claridad alarmante.
Pero fue la rubia que le había disparado quien, a través de la petición del que Octojin denominaba como el salido del grupo, leyó el cartel e hizo que incrementasen sus propios miedos y confusiones, algo que terminó de convencerlo de la gravedad de la situación. Airgid, que así se hizo llamar, era la rubia temeraria del grupo, se acercó al cartel mientras Octojin se reincorporaba y lidiaba con el dolor de la herida y el peso de la inminente catástrofe.
Aunque el escualo ya estaba acostumbrado al acento de la rubia, lo cierto es que había algo de cómico en él. ¿De qué region o isla sería? Si no le hubiera metido un tiro, seguramente se lo hubiera preguntado por simple curiosidad. Pero quizá si le preguntaba, le volvía a amenazar con una de sus armas. El tiburón sacudió la cabeza, intentando centrarse en lo realmente importante: el mensaje que el Dios Norfeo había puesto ante ellos. En concreto había unas palabras que resonaban en la mente del tiburón, "El cartel dice que cualquier ofrenda será altamente recompensada. Es nuestra única salida de esta locura."
Las palabras golpearon a Octojin como un mazo. En su mente, la única opción viable y lógica era seguir las instrucciones del profeta. El apocalipsis estaba sobre ellos, y el pánico se apoderaba de su ser. La paranoia lo invadía, alimentada por las creencias que se agitaban en el aire y por la inminente sensación de un final catastrófico.
Sin pensar en las consecuencias, Octojin se desplazó hasta el borde del lago recién formado, allí ya se había metido la rubia junto con dos de los tres seres extraños de color amarillento. Lo cierto es que ese color era demasiado vivo para la situación tan tenue que estaban sufriendo. La mirada del gyojin estaba fija en las aguas cristalinas que parecían un espejo al mundo celestial. Con manos temblorosas, tocó la herida de bala aún sangrante, sintiendo el líquido cálido entre sus dedos. "Si una ofrenda debo hacer, que sea mi propia sangre," murmuró con voz ronca, cargada de un miedo existencial que rara vez había experimentado.
Pero la desesperación volvió a su cabeza, y con un movimiento brusco y desesperado, se mordió la mano, abriendo otra herida. La sangre comenzó a fluir con más intensidad, goteando en las aguas claras del lago. Las gotas rojas se esparcían como pétalos en un estanque, creando remolinos diminutos que parecían absorber su esencia vital.
Empujándose con lo que le quedaba de fuerza, Octojin se lanzó al agua del lago. El impacto fue menos doloroso de lo esperado, y pronto se encontró flotando, sostenido por la densidad del líquido. Levantando la cabeza hacia el cielo que se reflejaba en el lago, comenzó su plegaria al dios que creía responsable de su tormento.
-Gran Norfeo el Magno, Poeta Insomne de los cielos y los mares, ante ti vengo a ofrecer mi sangre y mi ser -comenzó, con su voz más vibrante de lo habitual resonando sobre el agua-. Perdona mis errores, mis fallos, y los de todos los aquí presentes. Absuélvenos de nuestros pecados y guíanos hacia la salvación o el final que merecemos.
La confesión de Octojin fue intensa y llena de emoción. Con los ojos cerrados y el cuerpo semi sumergido, añadió las últimas palabras.
-Y confieso, en mi locura y desesperación, me he comido la estúpida canica que tanto valor parece tener, pensando que podría darme fuerza, sabiduría, o que podría saciar mi hambre. Me equivoqué, y por eso pido aún más tu misericordia. No estaba buena, he de confesar también.
Su voz se apagaba gradualmente, conforme se iba dando cuenta de que el apocalipsis estaba cerca. El agua del lago lo rodeaba, pero en su mente, estaba envuelto en una luz cálida, quizás imaginada, quizás real, esperando la absolución o la condena del dios que había invocado sin quererlo ni saberlo.
Pero fue la rubia que le había disparado quien, a través de la petición del que Octojin denominaba como el salido del grupo, leyó el cartel e hizo que incrementasen sus propios miedos y confusiones, algo que terminó de convencerlo de la gravedad de la situación. Airgid, que así se hizo llamar, era la rubia temeraria del grupo, se acercó al cartel mientras Octojin se reincorporaba y lidiaba con el dolor de la herida y el peso de la inminente catástrofe.
Aunque el escualo ya estaba acostumbrado al acento de la rubia, lo cierto es que había algo de cómico en él. ¿De qué region o isla sería? Si no le hubiera metido un tiro, seguramente se lo hubiera preguntado por simple curiosidad. Pero quizá si le preguntaba, le volvía a amenazar con una de sus armas. El tiburón sacudió la cabeza, intentando centrarse en lo realmente importante: el mensaje que el Dios Norfeo había puesto ante ellos. En concreto había unas palabras que resonaban en la mente del tiburón, "El cartel dice que cualquier ofrenda será altamente recompensada. Es nuestra única salida de esta locura."
Las palabras golpearon a Octojin como un mazo. En su mente, la única opción viable y lógica era seguir las instrucciones del profeta. El apocalipsis estaba sobre ellos, y el pánico se apoderaba de su ser. La paranoia lo invadía, alimentada por las creencias que se agitaban en el aire y por la inminente sensación de un final catastrófico.
Sin pensar en las consecuencias, Octojin se desplazó hasta el borde del lago recién formado, allí ya se había metido la rubia junto con dos de los tres seres extraños de color amarillento. Lo cierto es que ese color era demasiado vivo para la situación tan tenue que estaban sufriendo. La mirada del gyojin estaba fija en las aguas cristalinas que parecían un espejo al mundo celestial. Con manos temblorosas, tocó la herida de bala aún sangrante, sintiendo el líquido cálido entre sus dedos. "Si una ofrenda debo hacer, que sea mi propia sangre," murmuró con voz ronca, cargada de un miedo existencial que rara vez había experimentado.
Pero la desesperación volvió a su cabeza, y con un movimiento brusco y desesperado, se mordió la mano, abriendo otra herida. La sangre comenzó a fluir con más intensidad, goteando en las aguas claras del lago. Las gotas rojas se esparcían como pétalos en un estanque, creando remolinos diminutos que parecían absorber su esencia vital.
Empujándose con lo que le quedaba de fuerza, Octojin se lanzó al agua del lago. El impacto fue menos doloroso de lo esperado, y pronto se encontró flotando, sostenido por la densidad del líquido. Levantando la cabeza hacia el cielo que se reflejaba en el lago, comenzó su plegaria al dios que creía responsable de su tormento.
-Gran Norfeo el Magno, Poeta Insomne de los cielos y los mares, ante ti vengo a ofrecer mi sangre y mi ser -comenzó, con su voz más vibrante de lo habitual resonando sobre el agua-. Perdona mis errores, mis fallos, y los de todos los aquí presentes. Absuélvenos de nuestros pecados y guíanos hacia la salvación o el final que merecemos.
La confesión de Octojin fue intensa y llena de emoción. Con los ojos cerrados y el cuerpo semi sumergido, añadió las últimas palabras.
-Y confieso, en mi locura y desesperación, me he comido la estúpida canica que tanto valor parece tener, pensando que podría darme fuerza, sabiduría, o que podría saciar mi hambre. Me equivoqué, y por eso pido aún más tu misericordia. No estaba buena, he de confesar también.
Su voz se apagaba gradualmente, conforme se iba dando cuenta de que el apocalipsis estaba cerca. El agua del lago lo rodeaba, pero en su mente, estaba envuelto en una luz cálida, quizás imaginada, quizás real, esperando la absolución o la condena del dios que había invocado sin quererlo ni saberlo.