Cuando Airgid le aseguró que estaba bien, la sirena le sonrió suavemente en consecuencia. Para ella era lo más importante. No era una monjita de la caridad, aunque tuviese conocimientos de medicina. Podía ser una aprovechada si así lo necesitaba. Pero Airgid era su amiga y Asradi se preocupaba por los suyos.
Escuchó, entonces, la voz de Yoshi, clamando por la bufanda. Fue ahí cuando lo comprobó: era un mestizo, al menos. Podía notar las branquias cuando dicha prenda salió volando. Pero no le importaba. Es decir. Mestizo o no, ese era uno de los suyos. Siempre y cuando se comportase correctamente, al menos con ellas dos. No necesitaban un caballero, ellas sabían defenderse. Airgid era fuerte y arrojada y ella... Bueno, ella tenía sus truquitos. En resumen, que indefensas no estaban.
No solo eso, sino que el oso panda también decidió unirse. Asradi nunca había visto un animal de tan índole.
— Es bonito... — Murmuró para sí, mirando el suave pelaje moteado. Lo adorable que parecía. Y, acto seguido, sus ojos fueron fijándose de manera más crítica. Era grande. Seguramente ahí hubiese una buena cantidad de carne. Sería una excelente comida de emergencia si no fuese porque hablaba.
— Vamos entonces, grandullón. — Le hizo un mimo a Panda, un par de palmaditas en el suave pelaje cuando se acercó.
Octojin también había parecido calmarse y todo iba bien. Aunque de repente el viejales alado decidió que no estaba a gusto e intentó atacar a Airgid. Por fortuna, fue el mismo Yoshiro quien se interpuso. Asradi frunció el ceño de forma inmediata.
Y ya iba a abrir la boca para soltar una perorata cuando algo mágico pasó.
Mágico y bizarro.
De repente, como si el cielo se abriese, dejando que un rayo de divina luz cayese sobre ellos, descendieron tres criaturas la mar de extrañas. Bajitas, amarillas y pelonas. Los ojos azules de la sirena se abrieron de par en par antes de enarcar una ceja. Miró, por inercia, la bolsa de su cintura luego. No, ahí solo tenía la dichosa canica o chapa. No había hongos o hierbas alucinógenas. Si eso era un sueño, era mejor que un drama político.
— ¿Y eses bichos? — Preguntó en voz alta, pero para nadie en concreto.
Airgid fue la primera que se acercó a aquellas cositas amarillas, y ella también avanzó un par de pasos, con cautela. Es que no era solo la llegada de aquellas criaturas que descendieron cual profetas. ¿Serían amiguetes de aquel que sí se denominó profeta como tal? Dedicó una mirada entornada hacia Lovecraft, antes de que otro hecho llamase su atención.
La formación de aquel extraño y repentino lago. La visión del agua le atrajo irremediablemente. Y antes de que pudiese hacer nada, Airgid ya se había hecho con su pequeño ejército de criaturitas. Y Octojin...
— ¡Espera! — No pudo hacer más.
Octojin ya se había metido en el agua, tras haber hecho una ofrenda de su propia sangre y ahora oraba a Norfeo, como si el mundo se fuese a acabar. La expresión de Asradi era un poema en su totalidad. ¿De repente el gyojin se había golpeado la cabeza o algo?
La sirena se aproximó a la orilla, mirando hacia el agua. De momento no parecía haber nada extraño o fuera de lugar, ya teniendo en cuenta la situación de por sí. Metió un pie, y luego el otro, dejando que el líquido lamiese sus pies y tobillos. Todo parecía normal, dentro de lo que cabía.
Sin decir nada, se zambulló hasta perderse debajo de la superficie acuática. Cuando hizo eso, lo que asomó durante unos segundos no fueron sus piernas, sino directamente una cola antes de volver a desaparecer bajo el agua. Como si el contacto con el agua hubiese provocado ese cambio voluntario. La sirena sonrió debajo del agua, mucho más cómoda.
Buceó unos metros, no demasiado lejos de Octojin. ¿Ese lago tenía fondo? ¿Habría algo por debajo de la superficie peligroso? Prefería comprobarlo por si acaso.
Escuchó, entonces, la voz de Yoshi, clamando por la bufanda. Fue ahí cuando lo comprobó: era un mestizo, al menos. Podía notar las branquias cuando dicha prenda salió volando. Pero no le importaba. Es decir. Mestizo o no, ese era uno de los suyos. Siempre y cuando se comportase correctamente, al menos con ellas dos. No necesitaban un caballero, ellas sabían defenderse. Airgid era fuerte y arrojada y ella... Bueno, ella tenía sus truquitos. En resumen, que indefensas no estaban.
No solo eso, sino que el oso panda también decidió unirse. Asradi nunca había visto un animal de tan índole.
— Es bonito... — Murmuró para sí, mirando el suave pelaje moteado. Lo adorable que parecía. Y, acto seguido, sus ojos fueron fijándose de manera más crítica. Era grande. Seguramente ahí hubiese una buena cantidad de carne. Sería una excelente comida de emergencia si no fuese porque hablaba.
— Vamos entonces, grandullón. — Le hizo un mimo a Panda, un par de palmaditas en el suave pelaje cuando se acercó.
Octojin también había parecido calmarse y todo iba bien. Aunque de repente el viejales alado decidió que no estaba a gusto e intentó atacar a Airgid. Por fortuna, fue el mismo Yoshiro quien se interpuso. Asradi frunció el ceño de forma inmediata.
Y ya iba a abrir la boca para soltar una perorata cuando algo mágico pasó.
Mágico y bizarro.
De repente, como si el cielo se abriese, dejando que un rayo de divina luz cayese sobre ellos, descendieron tres criaturas la mar de extrañas. Bajitas, amarillas y pelonas. Los ojos azules de la sirena se abrieron de par en par antes de enarcar una ceja. Miró, por inercia, la bolsa de su cintura luego. No, ahí solo tenía la dichosa canica o chapa. No había hongos o hierbas alucinógenas. Si eso era un sueño, era mejor que un drama político.
— ¿Y eses bichos? — Preguntó en voz alta, pero para nadie en concreto.
Airgid fue la primera que se acercó a aquellas cositas amarillas, y ella también avanzó un par de pasos, con cautela. Es que no era solo la llegada de aquellas criaturas que descendieron cual profetas. ¿Serían amiguetes de aquel que sí se denominó profeta como tal? Dedicó una mirada entornada hacia Lovecraft, antes de que otro hecho llamase su atención.
La formación de aquel extraño y repentino lago. La visión del agua le atrajo irremediablemente. Y antes de que pudiese hacer nada, Airgid ya se había hecho con su pequeño ejército de criaturitas. Y Octojin...
— ¡Espera! — No pudo hacer más.
Octojin ya se había metido en el agua, tras haber hecho una ofrenda de su propia sangre y ahora oraba a Norfeo, como si el mundo se fuese a acabar. La expresión de Asradi era un poema en su totalidad. ¿De repente el gyojin se había golpeado la cabeza o algo?
La sirena se aproximó a la orilla, mirando hacia el agua. De momento no parecía haber nada extraño o fuera de lugar, ya teniendo en cuenta la situación de por sí. Metió un pie, y luego el otro, dejando que el líquido lamiese sus pies y tobillos. Todo parecía normal, dentro de lo que cabía.
Sin decir nada, se zambulló hasta perderse debajo de la superficie acuática. Cuando hizo eso, lo que asomó durante unos segundos no fueron sus piernas, sino directamente una cola antes de volver a desaparecer bajo el agua. Como si el contacto con el agua hubiese provocado ese cambio voluntario. La sirena sonrió debajo del agua, mucho más cómoda.
Buceó unos metros, no demasiado lejos de Octojin. ¿Ese lago tenía fondo? ¿Habría algo por debajo de la superficie peligroso? Prefería comprobarlo por si acaso.