Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
22-08-2024, 07:53 PM
La noche anterior había sido un tanto especial. No ocurrió nada que pudiera considerarse nuevo o inesperado para Camille, quien se había escurrido por entre los interminables y laberínticos pasillos de la base cuando esta se encontraba ya bajo el amparo de la Luna y las estrellas. Mientras paseaba por el interior, multitud de pensamientos y recuerdos del pasado fueron asaltándole en su mente. Como una reminiscencia, se veía a sí misma recorriendo a hurtadillas las diferentes secciones tras notar una actividad inusual, justo a aquellas horas en las que una cría como ella debería llevar metida un buen rato en la cama, durmiendo plácidamente. Todo con motivo de una curiosidad incipiente por averiguar qué hacían aquellos marines, reclutas y soldados rasos la mayoría, deambulando discretamente por el G-31.
Por supuesto, habían pasado muchos años desde que la capacidad de Camille para escurrirse a hurtadillas se esfumó por completo. Dado su enorme tamaño que ya se había vuelto más que evidente durante la adolescencia, la discreción había pasado a un segundo plano. De todos modos, desde que era toda una recluta, tampoco se le había hecho completamente necesario el pasar desapercibida para poder ir donde quisiera. Nadie o casi nadie era ajeno a la situación de la oni enla base, de modo que mentar a la capitana Montpellier para utilizarla como excusa —una tarea asignada o una petición personal de la misma— solía ser suficiente para llegar hasta donde se dirigía en esos momentos.
El Torneo del Calabozo era un evento que se daba cada uno o dos meses, en función de la disponibilidad, siempre coincidente con la llegada de un oficial en concreto al G-31. Allí, los marines que más se salían de las rectas vías de la Marina se batían en combates en una suerte de competición hasta dar con un ganador. Claro que no eran a muerte ni buscaban convertirse en algún tipo de castigo macabro, sino más bien en una oportunidad de conducir a estos individuos, darles un aliciente e incluso llevar más allá sus capacidades. Casi siempre, todos los «bichos raros» del G-31 terminaban participando de una u otra manera en la competición. La morena aún no había participado en ninguna edición, pero realmente el único motivo real era su reciente graduación.
Lo que no había esperado encontrarse aquella noche era a un rubio en particular con el que había interactuado apenas tres días antes, justo uno del particular grupo al que había hecho todo un tour por la base y Loguetown. A la oni le pudo la curiosidad y fue incapaz de imponerse a la tentación de ver hasta dónde sería capaz de llegar Atlas. Para su sorpresa, aquella vez tendría que trasnochar hasta ver la final.
No le fue ninguna sorpresa al día siguiente que el rubio ni siquiera reparase en su presencia cuando se situó tras él a la cola: debía estar agotado, y no era para menos. Los combates del Torneo del Calabozo eran consecutivos, de modo que los finalistas habían pasado por no pocos encuentros casi sin descanso. Quien se alzaba victorioso se bañaba en la dudosa gloria de ser el campeón, pero también requería de un día o dos para recuperarse completamente del esfuerzo.
Cuando Atlas se dirigió a ella, la recluta saludó con un gesto de la cabeza y echó un vistazo por encima del resto de marines.
—Nada especialmente apetitoso: café, huevos revueltos, pan y parece que deliciosas gachas de ayer... o de antes. El desayuno de los campeones pero con el sello de calidad del G-31 —bromeó, torciendo los labios en una mueca. La invitación, sin embargo, le hizo borrar el gesto y bajó la mirada hacia Atlas con cierta sorpresa—. Eh... sí, claro que sí.
Casi siempre comía sola, al igual que a la hora de entrenar, de bajar a Loguetown, de disfrutar de sus momentos de ocio y, en general, cualquier cosa que no fuera la estricta colaboración entre ella y sus compañeros. No es que no se llevase bien con nadie en la base, pero de alguna forma siempre se había sentido un poco fuera de lugar. Quizá fuera por las miradas que atraían ella, sus cuernos y su prominente tamaño, o puede que simplemente nadie estuviera completamente cómodo juntándose con una oni. Tal vez, incluso, fueran estos pensamientos los verdaderos culpables de que casi siempre estuviera a su rollo, más que una intención activa de sus compañeros. A saber.
Después de Atlas, se puso algo de huevos, café y con no poco valor un cuenco de espesas gachas. Buscó un asiento que pudiera sostener bien su peso cuando se sentaron y dio un par de bocados antes de responder.
—Supongo que bien. No ha ocurrido mucha cosa que se salga de lo rutinario, al menos para mí —empezó a contar, aunque no estaba siendo del todo sincera. No después de lo ocurrido anoche—. Entrenar, patrullar, lidiar con alguna reyerta entre borrachos la otra noche... ya sabes, lo típico. ¿Y tú? ¿Algo interesante estos días? Aparte de huir de Shawn, claro —bromeó, riéndose un poco—. Espero que Ray y tú os estéis adaptando bien al G-31. Por los otros dos creo que será la base quien tendrá que adaptarse a ellos y no al revés...
Hacía alusión, por supuesto, a Masao y Takahiro, aunque este segundo era más por su propio rechazo que porque realmente el peliverde se saliera de la norma en exceso. El caso del otro... bueno, prefería no darle muchas vueltas.
La mirada sanguina de la oni analizó entonces el rostro de Atlas. No eran excesivamente evidentes dadas las capacidades del rubio, pero podían detectarse aún ciertas evidencias que delataban lo que había vivido el rubio la noche anterior: algún rasguño aquí y allá. Tras escuchar lo que tuviera que responder a sus preguntas, Camille sonreiría con calma y asentiría.
—Lo más complicado habrán sido las noches —empezó a hablar, con un tono algo más bajo y discreto. Sus manos se movieron despacio, soltando los cubiertos y gesticulando de una forma muy particular. En primer lugar se crujió los nudillos de sus dos índices y sus dedos corazón, primero los izquierdos y luego los derechos. Después, se llevó la mano izquierda a la clavícula como para masajear alguna molestia, ladeando la cabeza hacia el lado contrario dos veces seguidas, un movimiento muy concreto. Para cualquiera ajeno a lo que acaba de hacer, simplemente estaría aliviando la tensión de sus manos y cuello, pero estaba segura de que Atlas reconocería aquellos gestos al momento—. Tengo entendido que... ha sido un estreno por todo lo alto.
Sonrió con complicidad y dejó su mirada clavada en la del rubio, esperando su reacción. Con todo el ajetreo en el Torneo del Calabozo, dudaba que hubiera siquiera reparado en su presencia por descabellado que pudiera sonar.
Por supuesto, habían pasado muchos años desde que la capacidad de Camille para escurrirse a hurtadillas se esfumó por completo. Dado su enorme tamaño que ya se había vuelto más que evidente durante la adolescencia, la discreción había pasado a un segundo plano. De todos modos, desde que era toda una recluta, tampoco se le había hecho completamente necesario el pasar desapercibida para poder ir donde quisiera. Nadie o casi nadie era ajeno a la situación de la oni enla base, de modo que mentar a la capitana Montpellier para utilizarla como excusa —una tarea asignada o una petición personal de la misma— solía ser suficiente para llegar hasta donde se dirigía en esos momentos.
El Torneo del Calabozo era un evento que se daba cada uno o dos meses, en función de la disponibilidad, siempre coincidente con la llegada de un oficial en concreto al G-31. Allí, los marines que más se salían de las rectas vías de la Marina se batían en combates en una suerte de competición hasta dar con un ganador. Claro que no eran a muerte ni buscaban convertirse en algún tipo de castigo macabro, sino más bien en una oportunidad de conducir a estos individuos, darles un aliciente e incluso llevar más allá sus capacidades. Casi siempre, todos los «bichos raros» del G-31 terminaban participando de una u otra manera en la competición. La morena aún no había participado en ninguna edición, pero realmente el único motivo real era su reciente graduación.
Lo que no había esperado encontrarse aquella noche era a un rubio en particular con el que había interactuado apenas tres días antes, justo uno del particular grupo al que había hecho todo un tour por la base y Loguetown. A la oni le pudo la curiosidad y fue incapaz de imponerse a la tentación de ver hasta dónde sería capaz de llegar Atlas. Para su sorpresa, aquella vez tendría que trasnochar hasta ver la final.
No le fue ninguna sorpresa al día siguiente que el rubio ni siquiera reparase en su presencia cuando se situó tras él a la cola: debía estar agotado, y no era para menos. Los combates del Torneo del Calabozo eran consecutivos, de modo que los finalistas habían pasado por no pocos encuentros casi sin descanso. Quien se alzaba victorioso se bañaba en la dudosa gloria de ser el campeón, pero también requería de un día o dos para recuperarse completamente del esfuerzo.
Cuando Atlas se dirigió a ella, la recluta saludó con un gesto de la cabeza y echó un vistazo por encima del resto de marines.
—Nada especialmente apetitoso: café, huevos revueltos, pan y parece que deliciosas gachas de ayer... o de antes. El desayuno de los campeones pero con el sello de calidad del G-31 —bromeó, torciendo los labios en una mueca. La invitación, sin embargo, le hizo borrar el gesto y bajó la mirada hacia Atlas con cierta sorpresa—. Eh... sí, claro que sí.
Casi siempre comía sola, al igual que a la hora de entrenar, de bajar a Loguetown, de disfrutar de sus momentos de ocio y, en general, cualquier cosa que no fuera la estricta colaboración entre ella y sus compañeros. No es que no se llevase bien con nadie en la base, pero de alguna forma siempre se había sentido un poco fuera de lugar. Quizá fuera por las miradas que atraían ella, sus cuernos y su prominente tamaño, o puede que simplemente nadie estuviera completamente cómodo juntándose con una oni. Tal vez, incluso, fueran estos pensamientos los verdaderos culpables de que casi siempre estuviera a su rollo, más que una intención activa de sus compañeros. A saber.
Después de Atlas, se puso algo de huevos, café y con no poco valor un cuenco de espesas gachas. Buscó un asiento que pudiera sostener bien su peso cuando se sentaron y dio un par de bocados antes de responder.
—Supongo que bien. No ha ocurrido mucha cosa que se salga de lo rutinario, al menos para mí —empezó a contar, aunque no estaba siendo del todo sincera. No después de lo ocurrido anoche—. Entrenar, patrullar, lidiar con alguna reyerta entre borrachos la otra noche... ya sabes, lo típico. ¿Y tú? ¿Algo interesante estos días? Aparte de huir de Shawn, claro —bromeó, riéndose un poco—. Espero que Ray y tú os estéis adaptando bien al G-31. Por los otros dos creo que será la base quien tendrá que adaptarse a ellos y no al revés...
Hacía alusión, por supuesto, a Masao y Takahiro, aunque este segundo era más por su propio rechazo que porque realmente el peliverde se saliera de la norma en exceso. El caso del otro... bueno, prefería no darle muchas vueltas.
La mirada sanguina de la oni analizó entonces el rostro de Atlas. No eran excesivamente evidentes dadas las capacidades del rubio, pero podían detectarse aún ciertas evidencias que delataban lo que había vivido el rubio la noche anterior: algún rasguño aquí y allá. Tras escuchar lo que tuviera que responder a sus preguntas, Camille sonreiría con calma y asentiría.
—Lo más complicado habrán sido las noches —empezó a hablar, con un tono algo más bajo y discreto. Sus manos se movieron despacio, soltando los cubiertos y gesticulando de una forma muy particular. En primer lugar se crujió los nudillos de sus dos índices y sus dedos corazón, primero los izquierdos y luego los derechos. Después, se llevó la mano izquierda a la clavícula como para masajear alguna molestia, ladeando la cabeza hacia el lado contrario dos veces seguidas, un movimiento muy concreto. Para cualquiera ajeno a lo que acaba de hacer, simplemente estaría aliviando la tensión de sus manos y cuello, pero estaba segura de que Atlas reconocería aquellos gestos al momento—. Tengo entendido que... ha sido un estreno por todo lo alto.
Sonrió con complicidad y dejó su mirada clavada en la del rubio, esperando su reacción. Con todo el ajetreo en el Torneo del Calabozo, dudaba que hubiera siquiera reparado en su presencia por descabellado que pudiera sonar.