Byron
Que me lo otorguen
23-08-2024, 01:22 PM
(Última modificación: 23-08-2024, 04:31 PM por Byron.)
Con el ceño fruncido Byron escuchaba atentamente las palabras de aquella chica rubia con coleta alta. Siendo honestos, el joven no había comprendido ni la mitad, no porque aquel texto fuese muy complejo, si no por ser pronunciado con una lengua tan profunda, que cualquier ciudadano de Logue Town quedaría atónito ante esta, pensando que o tenía una tara, o claramente llevaba poco tiempo conociendo el idioma. Un pequeño suspiro salió por sus labios, disimulando el gesto llevándose una mano a su nariz para un leve rascado, y evitando todo contacto visual con aquella madre que cargaba los dos bichitos amarillos restantes. La incomodidad de no entender su forma de tirar las palabras, y el no querer hacerla sentir a ella mal o avergonzada eran el motivo por el que el muchacho evitaba chocar miradas.
Aun así, de lo que entendió, pudo rescatar aquello sobre una ofrenda. Se acercó pensativo hacia el cartel, para leerlo el mismo y llenar los huecos que claramente se había perdido en el aire con esa curiosa narración. Cuando apartó la mirada de aquel cartel, se dio cuenta de que los presentes podían categorizarse en dos grupos, los locos y los despreocupados, aunque Byron no tenía claro a cual pertenecía él.
El profeta se dirigió a él, por sus palabras parecía haber estado presente en la destrucción de aquel helado lugar, era totalmente factible, Byron apenas había explorado el lugar, pues todo se vino abajo a los pocos minutos de su aparición. Le contestó asintiendo dubitativamente, sí, había sido testigo de aquel acontecimiento, pero no estaba tan en sintonía con las conjeturas de aquel pirado que sostenía a un ser amarillo por sus piernas.
-No creo que… bueno, es igual, tampoco parece que sea muy consciente…- Dijo mirando la estupefacta cara bobalicona de aquel inofensivo personajillo.
El ruido de la rubia saltando al lago le hizo apartar la mirada del moño canoso. E increíblemente ese gesto, pareció abrir la veda que experimentar. Ella simplemente parecía disfrutar de un baño refrescante, su compañera hacía lo propio, pero sumergiéndose más, experimentando una transformación en su cuerpo, pasando de tener piernas escamadas a una hermosa cola, y con ella se hundió en las profundidades. El pelo pincho, intentó empujar al loco profeta para que entrase también al lago, pero fracasó, cayendo él solo, y se unió a la sirena descendiendo rápidamente, Byron no sabía si aquel tipo era de los suyos y estaba haciendo su primer acercamiento o en su defecto huía avergonzado ante la humillación proporcionada por nuestros lunático compañero. Un momento, ¿no conocía Byron ya a este sujeto?
A pesar de todo, el espadachín alado era el que más le desconcertaba, no podía leerle en lo absoluto. Estaba disfrutando tranquilamente de un cigarro y una cerveza, sentado en la orilla, como si se tratase de un día de playa. Al parecer era el que había pedido la tregua con las chicas, después de intentar atacar a una de ellas por la espalda, un poco bipolar bajo el juicio, y alguien de quien claramente no te podías fiar, y sus alas negras lo delataban.
Y si el anterior era el que no podía leer, a este le leía como un libro abierto, en su cabeza tenía grabadas las letras de la palabra “peligro”. El profeta a su lado había quedado en comparación como un inocente niño muy cuerdo, pues el monstruoso tiburón estaba llegando a unas cotas de locura que ninguno de los presentes había cruzado. Primero hurgó en su herida para ofrecer su sangre, pero, al notarlo insuficiente, se autolesionó, mordió su propia mano haciéndose una nueva herida y se hundió en lo profundo del lago, tiñendo poco a poco el agua cristalina con el rojo de su sangre.
Byron observaba la situación con los ojos abiertos como platos y las cuencas desorbitadas antes los hechos que le estaba tocando presenciar. Entonces, entrando en escena con suma elegancia, a pasitos cortos, hablando con total naturalidad a aquellos que se encontraban en el agua. Esto, era ya demasiado, era lo único que pasaba por su mente, aun manteniéndose sereno en sus pensamientos.
Volvió a repasar el texto, en su cabeza, ofrenda, Norfeo, una ofrenda a Norfeo, ese era el nombre de la figura ensalzada que había visto en el cielo. Buscaba en su mente, que podría complacer a un dios, con el gusto tan retorcido como para haber creado esta especie de juego. Sonrió pícaramente, un juego de recolectar canicas, Byron a pesar de la inicial contaba con otras dos que igual aquella curiosa deidad estaba interesada en masajear.
- Profeta… tú, imagino que será creyente con todas esas bobadas que dice… Te hago una pregunta, ¿Cuál es un acto muy común de los dioses según los mitos y fábulas?.- Dijo quitándose poco a poco la ropa, sin importarle que los presente viesen su cuerpo desnudo.- ¿No existía una donde un dios se transformaba en un cisne para cortejar a una mujer? O algo así, no soy un experto en este tema.- Ya con su última prenda, sonriendo de oreja a oreja.- Pero la seducción es mi especialidad... Por cierto, está feo intentar aprovecharse de la ofrenda del resto. – Dijo al verlo rezar desesperado, él realmente no estaba ofreciendo nada y oraba como si así fuese, menuda cara tenía.
Byron se encontraba erguido, tan solo vestía un calzón ajustado, con la bolsa de las canicas cargada en su hombro, se acercó todavía más a la orilla, mojando la punta de sus dedos. Un profundo suspiro por parte del muchacho, y quitó la prenda que le faltaba, disfrutando la brisa en sus partes íntimas. Antes de entrar, abrió la bolsa y sacó la canica de su interior, apretándola fuertemente en su puño y golpeando con este su pecho con determinación.
Siempre desde su primer recuerdo fue considerado alguien con una belleza casi divina, angelical, la gente caía postrada ante él, sin siquiera intentarlo, era su condición natural, igual había nacido solo para este momento. El conquistar y enamorar a un dios, si no, ¿para qué había sido bendecido con tal belleza? Cualquiera podría enamorar a un mero mortal, y no era algo de lo que sentirse orgulloso, sin embargo, conseguir que un dios probase la carne… Si era digno de elogio.
Posó su pie sobre el agua teñida bermellón, y como si su psique entendiese la necesidad de su ser, o por conveniencia del guión, su piel se desquebrajó e hizo añicos, cayendo a aquel agua como brillantes cristales de luz, dejando atrás el cuerpo de aquel desconocido rubio como un destello que alumbraba su paso hasta el centro de aquel lago de sangre. Él Solarian había recuperado su cuerpo original, ondeando sus mechones de pelo violeta al viento y mostrando sus resplandecientes ojos amatistas, además de todo lo demás pues seguía en cueros a los presentes.
Como si del elegido se tratase, abrazó la corriente de aire que tenía intención de arrastrarlo por el suelo, elevándolo en el aire unos segundos, iluminando su desnudo cuerpo la luna y las estrellas del despejado cielo nocturno. Siendo precipitado seguidamente, casi en caída libre hacia el centro de aquel lago sanguinolento. Allí, con la canica en su mano, y su mano en su pecho, ¿oró? por primera vez en su vida.
- Oh Norfeo, tres canicas tengo, espero que de tu gratitud sean, alabado seas… Si juegas conmigo… Que sea en mi cama.- Murmuró, todo un poeta.
Aun así, de lo que entendió, pudo rescatar aquello sobre una ofrenda. Se acercó pensativo hacia el cartel, para leerlo el mismo y llenar los huecos que claramente se había perdido en el aire con esa curiosa narración. Cuando apartó la mirada de aquel cartel, se dio cuenta de que los presentes podían categorizarse en dos grupos, los locos y los despreocupados, aunque Byron no tenía claro a cual pertenecía él.
El profeta se dirigió a él, por sus palabras parecía haber estado presente en la destrucción de aquel helado lugar, era totalmente factible, Byron apenas había explorado el lugar, pues todo se vino abajo a los pocos minutos de su aparición. Le contestó asintiendo dubitativamente, sí, había sido testigo de aquel acontecimiento, pero no estaba tan en sintonía con las conjeturas de aquel pirado que sostenía a un ser amarillo por sus piernas.
-No creo que… bueno, es igual, tampoco parece que sea muy consciente…- Dijo mirando la estupefacta cara bobalicona de aquel inofensivo personajillo.
El ruido de la rubia saltando al lago le hizo apartar la mirada del moño canoso. E increíblemente ese gesto, pareció abrir la veda que experimentar. Ella simplemente parecía disfrutar de un baño refrescante, su compañera hacía lo propio, pero sumergiéndose más, experimentando una transformación en su cuerpo, pasando de tener piernas escamadas a una hermosa cola, y con ella se hundió en las profundidades. El pelo pincho, intentó empujar al loco profeta para que entrase también al lago, pero fracasó, cayendo él solo, y se unió a la sirena descendiendo rápidamente, Byron no sabía si aquel tipo era de los suyos y estaba haciendo su primer acercamiento o en su defecto huía avergonzado ante la humillación proporcionada por nuestros lunático compañero. Un momento, ¿no conocía Byron ya a este sujeto?
A pesar de todo, el espadachín alado era el que más le desconcertaba, no podía leerle en lo absoluto. Estaba disfrutando tranquilamente de un cigarro y una cerveza, sentado en la orilla, como si se tratase de un día de playa. Al parecer era el que había pedido la tregua con las chicas, después de intentar atacar a una de ellas por la espalda, un poco bipolar bajo el juicio, y alguien de quien claramente no te podías fiar, y sus alas negras lo delataban.
Y si el anterior era el que no podía leer, a este le leía como un libro abierto, en su cabeza tenía grabadas las letras de la palabra “peligro”. El profeta a su lado había quedado en comparación como un inocente niño muy cuerdo, pues el monstruoso tiburón estaba llegando a unas cotas de locura que ninguno de los presentes había cruzado. Primero hurgó en su herida para ofrecer su sangre, pero, al notarlo insuficiente, se autolesionó, mordió su propia mano haciéndose una nueva herida y se hundió en lo profundo del lago, tiñendo poco a poco el agua cristalina con el rojo de su sangre.
Byron observaba la situación con los ojos abiertos como platos y las cuencas desorbitadas antes los hechos que le estaba tocando presenciar. Entonces, entrando en escena con suma elegancia, a pasitos cortos, hablando con total naturalidad a aquellos que se encontraban en el agua. Esto, era ya demasiado, era lo único que pasaba por su mente, aun manteniéndose sereno en sus pensamientos.
Volvió a repasar el texto, en su cabeza, ofrenda, Norfeo, una ofrenda a Norfeo, ese era el nombre de la figura ensalzada que había visto en el cielo. Buscaba en su mente, que podría complacer a un dios, con el gusto tan retorcido como para haber creado esta especie de juego. Sonrió pícaramente, un juego de recolectar canicas, Byron a pesar de la inicial contaba con otras dos que igual aquella curiosa deidad estaba interesada en masajear.
- Profeta… tú, imagino que será creyente con todas esas bobadas que dice… Te hago una pregunta, ¿Cuál es un acto muy común de los dioses según los mitos y fábulas?.- Dijo quitándose poco a poco la ropa, sin importarle que los presente viesen su cuerpo desnudo.- ¿No existía una donde un dios se transformaba en un cisne para cortejar a una mujer? O algo así, no soy un experto en este tema.- Ya con su última prenda, sonriendo de oreja a oreja.- Pero la seducción es mi especialidad... Por cierto, está feo intentar aprovecharse de la ofrenda del resto. – Dijo al verlo rezar desesperado, él realmente no estaba ofreciendo nada y oraba como si así fuese, menuda cara tenía.
Byron se encontraba erguido, tan solo vestía un calzón ajustado, con la bolsa de las canicas cargada en su hombro, se acercó todavía más a la orilla, mojando la punta de sus dedos. Un profundo suspiro por parte del muchacho, y quitó la prenda que le faltaba, disfrutando la brisa en sus partes íntimas. Antes de entrar, abrió la bolsa y sacó la canica de su interior, apretándola fuertemente en su puño y golpeando con este su pecho con determinación.
Siempre desde su primer recuerdo fue considerado alguien con una belleza casi divina, angelical, la gente caía postrada ante él, sin siquiera intentarlo, era su condición natural, igual había nacido solo para este momento. El conquistar y enamorar a un dios, si no, ¿para qué había sido bendecido con tal belleza? Cualquiera podría enamorar a un mero mortal, y no era algo de lo que sentirse orgulloso, sin embargo, conseguir que un dios probase la carne… Si era digno de elogio.
Posó su pie sobre el agua teñida bermellón, y como si su psique entendiese la necesidad de su ser, o por conveniencia del guión, su piel se desquebrajó e hizo añicos, cayendo a aquel agua como brillantes cristales de luz, dejando atrás el cuerpo de aquel desconocido rubio como un destello que alumbraba su paso hasta el centro de aquel lago de sangre. Él Solarian había recuperado su cuerpo original, ondeando sus mechones de pelo violeta al viento y mostrando sus resplandecientes ojos amatistas, además de todo lo demás pues seguía en cueros a los presentes.
Como si del elegido se tratase, abrazó la corriente de aire que tenía intención de arrastrarlo por el suelo, elevándolo en el aire unos segundos, iluminando su desnudo cuerpo la luna y las estrellas del despejado cielo nocturno. Siendo precipitado seguidamente, casi en caída libre hacia el centro de aquel lago sanguinolento. Allí, con la canica en su mano, y su mano en su pecho, ¿oró? por primera vez en su vida.
- Oh Norfeo, tres canicas tengo, espero que de tu gratitud sean, alabado seas… Si juegas conmigo… Que sea en mi cama.- Murmuró, todo un poeta.