Galhard respiraba con dificultad, cada inhalación era un recordatorio de la herida que le ardía en el costado. La sangre se mezclaba con el sudor en su piel pálida, y el dolor era un zumbido constante en su cabeza. Mientras intentaba controlar su respiración, sus ojos no podían apartarse de la monstruosa figura que Nagaki había adoptado y como Qazan había caído en combate frente a la Nagaki que hablaba como un hombre. Los tentáculos azules de la monstruosa Nagaki se agitaban amenazantes bajo el agua, y su rostro, distorsionado en una máscara de terror, le recordaba las pesadillas más oscuras que un hombre pudiera imaginar.
La escena ante él era surrealista. El lago, formado por las acciones de seres extraños y los restos de la batalla, brillaba a la luz tenue que se filtraba entre las montañas. El aire estaba cargado de tensión, como si el mismo paisaje aguardara con ansias el siguiente movimiento. Galhard sabía que cada segundo contaba.
Mientras su mente trataba de procesar lo que acababa de suceder, su mirada se detuvo en un objeto a la orilla del agua. Entre la confusión de la batalla y la furia desencadenada por Nagaki, la bolsa de canicas de la gyojin había sido descuidada. A pesar de su agotamiento, el instinto de supervivencia y la experiencia militar de Galhard lo impulsaron a moverse.
Luchando contra el dolor que lo atravesaba, Galhard se acercó cautelosamente. Cada paso era medido, cada movimiento deliberado. Se agachó con esfuerzo y sus dedos se cerraron alrededor de la bolsa. Al levantarla, sintió el peso familiar de las canicas en su interior, una sensación que le proporcionó una pequeña chispa de satisfacción en medio del caos.
Con las canicas aseguradas, Galhard se permitió un breve instante de reflexión. Miró a su alrededor, viendo cómo Nagaki se sumergía en el agua, arrastrando a una de las criaturas amarillas con ella. Su mente calculó rápidamente sus opciones: luchar aquí, en un terreno que no le favorecía, con una oponente en su elemento natural y en una forma tan aterradora, sería suicida. Sus heridas le recordaban que no estaba en condiciones de enfrentarse a tal amenaza.
La estrategia era clara. Retirarse, y vivir para luchar otro día. En su entrenamiento como marine, había aprendido que a veces la mejor manera de ganar una batalla era saber cuándo alejarse.
Galhard se giró, tratando de dejar atrás el lago y la monstruosa figura de Nagaki. Sus pasos, aunque dolorosos, eran decididos. El objetivo principal era sobrevivir, y en este mundo distorsionado, eso significaba no dejarse llevar por la arrogancia o la desesperación. Necesitaba tiempo para curar sus heridas, para restaurar su energía y prepararse para lo que venía.
No tenía tiempo para poder dedicar una ofrenda en condiciones, más allá de lanzar hacia el lago una de las tres canicas que poseía actualmente así que alzando su voz tratando de que esta llegara a aquel extraño ser que parecía reinar sobre las grotescas criaturas amarillas
—Si tú eres el jefe no puedo ofrecerte algo más que una canica, dadas las circunstancias puedo aventurarme a pensar que son la materialización de la vida de un ser que esté atrapado en esta pesadilla... Así que espero que sea del agrado— Tras aquellas palabras la canica que Gal lanzó se fue hundiendo en el agua, puede que sirviese de ofrenda o bien para que Nagaki recuperase la que era suya por derecho pero Galhard no tenía tiempo para detenerse a pensar más, debía de irse cuanto antes.
Mientras avanzaba por el terreno rocoso, Galhard hizo un inventario mental de sus recursos. Las canicas eran su boleto para continuar en este juego mortal, y aunque se encontraba en una situación crítica, no iba a rendirse. Cada paso lo alejaba más del peligro inmediato, pero también lo acercaba a un nuevo comienzo. Sabía que esto no era el final, sino una pausa necesaria.
El viento frío de la montaña azotaba su rostro, pero eso solo lo hacía más consciente de su propia existencia. Estaba vivo, y mientras siguiera respirando, seguiría luchando.
Al final, Galhard encontró un lugar relativamente seguro, un pequeño claro entre los árboles, donde podía detenerse y evaluar su situación. Mientras se apoyaba en un tronco para descansar, miró hacia el horizonte, pensando en los próximos pasos. La retirada había sido necesaria, pero la batalla, tanto interna como externa, estaba lejos de terminar. Con las dos canicas en su poder y un renovado sentido de propósito, estaba listo para lo que viniera a continuación en la siguiente zona que le deparase el futuro.
La escena ante él era surrealista. El lago, formado por las acciones de seres extraños y los restos de la batalla, brillaba a la luz tenue que se filtraba entre las montañas. El aire estaba cargado de tensión, como si el mismo paisaje aguardara con ansias el siguiente movimiento. Galhard sabía que cada segundo contaba.
Mientras su mente trataba de procesar lo que acababa de suceder, su mirada se detuvo en un objeto a la orilla del agua. Entre la confusión de la batalla y la furia desencadenada por Nagaki, la bolsa de canicas de la gyojin había sido descuidada. A pesar de su agotamiento, el instinto de supervivencia y la experiencia militar de Galhard lo impulsaron a moverse.
Luchando contra el dolor que lo atravesaba, Galhard se acercó cautelosamente. Cada paso era medido, cada movimiento deliberado. Se agachó con esfuerzo y sus dedos se cerraron alrededor de la bolsa. Al levantarla, sintió el peso familiar de las canicas en su interior, una sensación que le proporcionó una pequeña chispa de satisfacción en medio del caos.
Con las canicas aseguradas, Galhard se permitió un breve instante de reflexión. Miró a su alrededor, viendo cómo Nagaki se sumergía en el agua, arrastrando a una de las criaturas amarillas con ella. Su mente calculó rápidamente sus opciones: luchar aquí, en un terreno que no le favorecía, con una oponente en su elemento natural y en una forma tan aterradora, sería suicida. Sus heridas le recordaban que no estaba en condiciones de enfrentarse a tal amenaza.
La estrategia era clara. Retirarse, y vivir para luchar otro día. En su entrenamiento como marine, había aprendido que a veces la mejor manera de ganar una batalla era saber cuándo alejarse.
Galhard se giró, tratando de dejar atrás el lago y la monstruosa figura de Nagaki. Sus pasos, aunque dolorosos, eran decididos. El objetivo principal era sobrevivir, y en este mundo distorsionado, eso significaba no dejarse llevar por la arrogancia o la desesperación. Necesitaba tiempo para curar sus heridas, para restaurar su energía y prepararse para lo que venía.
No tenía tiempo para poder dedicar una ofrenda en condiciones, más allá de lanzar hacia el lago una de las tres canicas que poseía actualmente así que alzando su voz tratando de que esta llegara a aquel extraño ser que parecía reinar sobre las grotescas criaturas amarillas
—Si tú eres el jefe no puedo ofrecerte algo más que una canica, dadas las circunstancias puedo aventurarme a pensar que son la materialización de la vida de un ser que esté atrapado en esta pesadilla... Así que espero que sea del agrado— Tras aquellas palabras la canica que Gal lanzó se fue hundiendo en el agua, puede que sirviese de ofrenda o bien para que Nagaki recuperase la que era suya por derecho pero Galhard no tenía tiempo para detenerse a pensar más, debía de irse cuanto antes.
Mientras avanzaba por el terreno rocoso, Galhard hizo un inventario mental de sus recursos. Las canicas eran su boleto para continuar en este juego mortal, y aunque se encontraba en una situación crítica, no iba a rendirse. Cada paso lo alejaba más del peligro inmediato, pero también lo acercaba a un nuevo comienzo. Sabía que esto no era el final, sino una pausa necesaria.
El viento frío de la montaña azotaba su rostro, pero eso solo lo hacía más consciente de su propia existencia. Estaba vivo, y mientras siguiera respirando, seguiría luchando.
Al final, Galhard encontró un lugar relativamente seguro, un pequeño claro entre los árboles, donde podía detenerse y evaluar su situación. Mientras se apoyaba en un tronco para descansar, miró hacia el horizonte, pensando en los próximos pasos. La retirada había sido necesaria, pero la batalla, tanto interna como externa, estaba lejos de terminar. Con las dos canicas en su poder y un renovado sentido de propósito, estaba listo para lo que viniera a continuación en la siguiente zona que le deparase el futuro.