Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[Común] [C-Pasado] Los primeros brotes del destino
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Era inevitable. Desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron, supe que el joven Lance no era un hombre común. Percibí en él un matiz sutil, una variación en el tono que lo diferenciaba de los demás. Como una nota disonante que, aunque extraña, aporta una belleza inusitada a la melodía. Y yo, siempre atento a estos pequeños detalles, no pude evitar prestar más atención de la que habitualmente concedo. Había algo en él que me intrigaba, un algo que quería descifrar, aunque la misma tarea de hacerlo me supusiera un reto. Y los retos, por más que muchos lo ignoren, son la verdadera esencia de la vida.

Me observaba como si intentara descifrarme, como si creyera que podía leer en mí lo que otros no ven. Esa sonrisa suya, casi irónica, me confirmaba que estaba midiendo cada palabra, cada gesto, con la precisión de un relojero que ensambla una pieza delicada. Admirable, ciertamente, pero no sorprendente. Era el tipo de jugador que anticipaba movimientos, que sabía que una partida se gana en el segundo acorde, no en el primero. Reconocí ese lenguaje, pues yo mismo lo hablo. De hecho, lo domino a causa de un pasado de cicatrices forjadas en el alma, un entorno donde cualquiera más débil de voluntad, fácilmente se hubiera visto superado.

Cuando habló de la espada, noté un eco de verdad en sus palabras, pero también una reserva. Su afán por mostrarse despreocupado, por reírse ligeramente de lo que para otros es sagrado, me recordó a un músico que domina su instrumento, pero que, en el fondo, teme perder el control. Y, sin embargo, esa pasión que intentaba disimular lo traicionaba. Porque, aunque tratara de restarle importancia a la espada, se percibía el peso de su significado. Lance no vivía para la espada, eso estaba claro, pero tampoco podía desligarse completamente de ella. Como un violinista que, aunque proclame que puede vivir sin su violín, sabe en el fondo que su vida carecería de sentido sin la música.

Lo escuché atentamente, permitiéndole creer que sus palabras me alcanzaban de manera directa, cuando en realidad, no eran más que parte de una sinfonía que yo estaba componiendo a mi propio ritmo. Dejó entrever su preferencia por medirse con aquellos que viven para la espada, no por necesidad, sino por un genuino deseo de aprender. Un aprendiz perpetuo, aunque él no lo supiera. Curioso. 
No muchos son capaces de admitir que buscan aprender de los mejores, sin que su orgullo les juegue una mala pasada. Quizás en esto, Lance y yo compartimos una característica común: el reconocimiento de la virtud ajena no nos disminuye, sino que nos enriquece, y un afán por una suerte de cultura de mejora continua.

Aun así, la pregunta que seguía flotando en el aire, esa interrogante que Hammond había lanzado y que ambos habíamos evitado responder directamente, me ofrecía una oportunidad interesante. Mi silencio no era una omisión casual. No, era parte de mi propio juego. Prefería observar cómo las piezas se movían antes de intervenir, como un director que espera el momento exacto para levantar la batuta y dar entrada a la orquesta. No por indecisión, sino por cálculo. En el arte de la estrategia, como en la música, el tiempo es esencial. Una nota tocada demasiado pronto, o demasiado tarde, puede arruinar toda la composición.

Me pregunté si Lance había captado mi silencio por lo que realmente era, o si había interpretado mi falta de respuesta como una señal de indiferencia. No importaba demasiado, porque en cualquier caso, el efecto deseado ya estaba en marcha. Él se había lanzado al ruedo, exponiendo su perspectiva, mientras yo, por ahora, prefería permanecer en la penumbra, evaluando cada uno de los matices de la riqueza de la situación.

Finalmente, decidí concederle una pequeña muestra de reconocimiento. No porque lo necesitara, sino porque hacerlo me permitiría avanzar un paso más en esta danza de palabras. Sonreí, una sonrisa medida y precisa, lo suficientemente sincera como para ser tomada en serio, pero con la cautela propia de alguien que nunca se revela completamente.

-Interesante perspectiva, Lance- dije, dejando que mi voz fluyera suavemente, con una paz que rallaba en lo capaz. -Aprender de aquellos que viven para la espada, aunque tú mismo no lo hagas. Eso requiere una humildad que no es común encontrar. Pero más que humildad, revela una confianza en tus propias habilidades. No muchos admitirían, ni siquiera ante sí mismos, que buscan enfrentarse a quienes podrían superarlos. Eso dice mucho de tu carácter, aunque quizás no seas plenamente consciente de ello- comenté finalizando con un atisbo de lucidez poco propia de la situación y del disimulo que había urdido hasta ahora.

Al terminar de hablar, desvié brevemente mi atención hacia Hammond. Era extraño que un hombre que parecía no tener para comer estuviera pensando en invitar al acompañante que se encontraba próximo a mí. Quizá era una buena situación para encontrar información sobre la legendaria Elbaf, aquella isla que solo aparecía en cuentos, tierra enigmática de gigantes. Claramente, era una realidad, pero no abundaban los escritos de dicha tierra, quizá por el hermetismo de sus habitantes, o puede que algún secreto se encontrara en dichas tierras.

En cualquier caso, me adelanté un poco, dejando al peliblanco a mi lado y encarándome al mastodóntico hombre nórdico.

-¿Puedo invitar yo? - sonreí tendiendo la mano hacia el lateral con gesto afable.  -Me encantaría oír acerca de tu tierra natal- continué con quizá un atisbo de ilusión proveniente de mi mirada perdida. 
Las leyendas eran mi debilidad, evidentemente, o más bien, el conocimiento.
#16


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RE: [C-Pasado] Los primeros brotes del destino - por Terence Blackmore - 23-08-2024, 09:52 PM

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