Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
24-08-2024, 08:00 AM
(Última modificación: 25-09-2024, 09:09 AM por Ragnheidr Grosdttir.)
Su vida en Elbaf, la isla de los gigantes, aparecía ante él como un sueño lejano y difuso, casi como si fuera de otra vida. Fue un lapsus ... Pero dentro de esos recuerdos, había una imagen que nunca pudo olvidar, Nosha, la diosa de la muerte, a quien veneraba desde joven. La relación de Hammond con Nosha era complicada. Los gigantes de Elbaf no solían adorar a dioses oscuros, su sociedad celebraba el valor y la gloria en la batalla, adorando a deidades de fuerza y victoria. Sin embargo, desde niño, Hammond sentía una conexión profunda y misteriosa con la muerte, no como un fin trágico, sino como una inevitable conclusión de todo lo que existía. Y fue en uno de sus momentos más oscuros en Elbaf, mucho antes de ser exiliado, cuando Nosha apareció por primera vez en sus sueños. Era un sueño que, aunque borroso, se repetía constantemente. En él, estaba solo en un campo de batalla devastado, con sus compañeros gigantes caídos a su alrededor. El cielo era de un negro profundo, y la luna parecía sangrar. Entre las sombras del horizonte, surgía una figura femenina de proporciones colosales, con una capa negra que ondeaba como un velo en el viento. Nosha, la diosa de la muerte, se acercaba lentamente, sus ojos brillando con una luz espectral. En ese sueño, Hammond no sentía miedo, sentía paz. La diosa lo miraba, y con una voz que resonaba en su ser, decía: "Todo lo que empieza, debe terminar. Pero el fin no es derrota, es renacimiento." Desde entonces, Hammond supo que su destino estaba marcado. Nosha se convirtió en su guía silenciosa, una presencia que sentía cuando estaba cerca de la muerte, en las batallas y en los momentos de soledad. Fue después de aquel sueño recurrente que decidió llevar siempre consigo un pequeño amuleto en forma de cuervo, símbolo de Nosha, para recordar que la muerte no era algo a temer, sino algo a respetar y comprender.
Antes de ser expulsado de Elbaf, Hammond tuvo otra visión de Nosha, mucho más vívida que cualquier sueño anterior. En esta ocasión, estaba en un acantilado al borde del mar, con el viento rugiendo a su alrededor. La diosa apareció ante él, con una presencia aún más imponente que en sus sueños anteriores. Le habló de un destino fuera de Elbaf, de un exilio que lo llevaría a lugares lejanos, donde su verdadera fuerza y propósito serían probados. Nosha le advirtió que tendría que enfrentar la muerte varias veces en su camino, no solo la suya, sino la de aquellos a quienes amaba y aquellos a quienes debía derrotar. "Tu viaje no será fácil, pero cada paso te acercará a tu destino final", le susurró. Esa fue la última vez que vio a Nosha mientras estaba en Elbaf. Poco después, los eventos que lo llevaron a su exilio se desataron, y Hammond se vio obligado a abandonar su hogar. Aunque vagamente recuerda los detalles de su partida, lo que nunca ha olvidado es la presencia de Nosha, y esa sensación de que cada batalla, cada decisión, lo estaba llevando hacia un destino mayor, uno que solo la diosa de la muerte conocía por completo.
Ahora, en Dawn, Hammond siente que está más cerca de comprender ese propósito. Los misterios de la isla y las sombras que acechan en cada rincón le recuerdan constantemente las palabras de Nosha. Cada vez que se enfrenta a una decisión crucial o a un peligro mortal, siente la mirada de la diosa sobre él, como si estuviera evaluando su progreso. Y, en lo más profundo de su ser, Hammond sabe que algún día volverá a ver a Nosha, pero esta vez no será en un sueño, sino en el momento en que esté listo para enfrentar su destino final.
La imagen para Hammond era importante o al menos lo era para Olaf, uno de sus maestros, El consejo que aquel anciano daría a Venture hace años sería el de "No te dejes ver fácilmente" y por eso siempre intentaba tener la cara cubierta cuando se metía en problemas. Los hombres, ante la presencia del nórdico, escaparon. Y cómo no hacerlo. Ambos pies de Hammond se introdujeron en basura, debido al peso que este tenía, el cual a ojo podía andar por los trescientos kilos. Imagínate ganar doscientos de puro músculo en solo diez años. Como si fuera un héroe, alzó los brazos, pero no celebró, tan solo se puso hacer poses de culturista. — ¡Jeg er Hammond, den uovervinnelige! — Dijo alegre, seguro de si mismo. Se sentía algo ridículo con la máscara aquella de perdedor, así que buscó en los alrededores algo que cubriera su rostro mejor. El sustituto fue un cubo de metal al que le hizo dos agujeros con los dedos en los ojos. Literalmente con un dedo abrió el metal como si fuera de plástico.
Las palabras en aquella lengua aún le costaban, tenían un tono lánguido y poco recto, como una serpiente en el Jorm. Debido a su falta de entendimiento, no comprendió muy bien lo que decía Airgid. — Jeg vet, jeg vet. Du trenger ikke si det. Mye ingenting. — Caminó un par de pasos hacia ella. La miró bien, era una joven apañada. Cual saco de patatas la tomó por la cintura y se la colocó al hombro. — Og nå la oss gå. Jeg vil samle tjenesten. — Comenzó a caminar en dirección a la costa de la isla, donde se ubicaba una chabola de cuatro cartones y dos mantas. Según las costumbres que había podido apreciar, si una mujer pedía ayuda y se la dabas, los humanos podían utilizarla para el sexo. En aquel basurero se encontraba lo peor de lo peor. Humanos capaces de aprovecharse del débil sin miramientos. Hammond calló, escuchó, observó e intentaba aprender. No le vendría mal compartir culturas, tenía que abrirse a nuevas experiencias. Al parecer y por suerte, era una mujercita ya. Ya estaba por maldecir que realmente se tratara de una niña. Por mucha cultura que fuera acostarse con una chiquilla, Hammond tenía ciertos límites que no estaba dispuesto a sobrepasar. Por lo que veía, lo que aprendió en aquellos días, utilizar de esa manera a las mujeres era cultural, podía pasar por ese aro, no por todos.