Octojin
El terror blanco
24-08-2024, 07:47 PM
La luz del alba se derramaba a través de los altos árboles, proyectando un mosaico de sombras sobre el pecho ensangrentado de Octojin. Sentía el peso de su cuerpo dolorido y fatigado mientras luchaba por reorientarse tras el encuentro brutal con las bestias de la selva. Su mente, todavía zumbando por la adrenalina del combate—si se podía llamar combate a aquellos tres segundos frenéticos de batalla—, apenas comenzaba a registrar el entorno cambiado. Fue entonces cuando la vio.
Un ser se erguía a poca distancia, su figura esbelta delineada por la luz que filtraba el dosel de la selva lo hizo fruncir el ceño, como aquello pudiera no ser real. La primera cosa que Octojin notó fue la cola de escamas plateadas y azuladas que terminaban en una aleta caudal distintiva, revelando su identidad como una sirena tiburón. Sus ojos, de un azul profundo y afilado que le evocaban al mar, lo estudiaban con una mezcla de preocupación y cautela. Su larga cabellera negra contrastaba vivamente con su piel tostada, y pese a la situación tensa, no pudo evitar admirar la majestuosidad de su presencia.
Octojin, con la respiración entrecortada y la vista nublada por el dolor, asintió lentamente en respuesta a su pregunta. La voz de Asradi, aunque cautelosa, llevaba un tono de genuina preocupación que le calmaba de alguna manera. "¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?" resonaban en su cabeza mientras intentaba formular una respuesta coherente.
—Estoy... vivo —consiguió decir con un hilo de voz. Su garganta se sentía áspera, y cada palabra resultaba todo un esfuerzo—. Pero he visto mejores días.
Aunque la desconfianza habitual hacia los desconocidos le instaba a mantenerse reservado, algo en el tono de Asradi y su oferta de ayuda tocó una fibra sensible en su ser. Con esfuerzo, trató de levantarse, apoyándose en un tronco cercano, pero el dolor de sus heridas lo hizo caer, golpeando su espalda el suelo y quedándose boca arriba.
Octojin, superado por el dolor y la debilidad, finalmente asintió, reconociendo que en su estado actual, la desconfianza era un lujo que no podía permitirse. Reptó ligeramente y apoyó su espalda en el tronco con el que se ayudó a levantarse antes. Suspiró y se dirigió a la sirena, no sin antes intentar centrar la mirada donde se suponía que estaba ella, aunque la niebla que el tiburón veía no ayudaba mucho.
—Va a ser que sí necesito ayuda. Gracias —fue todo lo que pudo susurrar.
El escualo, pese a haber aceptado la ayuda de aquella sirena, observaba el entorno continuamente, en busca de algún tipo de prueba que facilitase su decisión. No había rastro de nadie más allí, pero era un poco raro que una sirena ascendiera hasta la superficie y estuviese allí sola, frente al peligro. La isla Momobami, con sus criaturas y misterios, de repente parecía menos amenazante con alguien a su lado. No sabía si la sirena se quedaría allí con él o sabría tratar sus heridas, pero la presencia de otro ser, especialmente uno de su mundo acuático, le ofrecía un consuelo que no había esperado encontrar en esa selva hostil.
En ese momento de vulnerabilidad y necesidad, Octojin sentía una conexión rudimentaria pero real, un lazo forjado no solo por la necesidad de supervivencia, sino también por el reconocimiento mutuo como criaturas de un mundo subacuático en un ambiente extraño y a veces hostil. Mientras la luz del día se fortalecía, iluminando la pequeña zona donde se habían encontrado, Octojin permitió que, por un momento, su guardia se bajara, abriéndose a la posibilidad de no solo sobrevivir a la isla sino de entenderla junto a aquella sirena.
—Y dime —susurró intentando poner la voz más amigable que le saliese en esa situación—, ¿qué haces aquí sola? Por cierto, mi nombre es Octojin.
Un ser se erguía a poca distancia, su figura esbelta delineada por la luz que filtraba el dosel de la selva lo hizo fruncir el ceño, como aquello pudiera no ser real. La primera cosa que Octojin notó fue la cola de escamas plateadas y azuladas que terminaban en una aleta caudal distintiva, revelando su identidad como una sirena tiburón. Sus ojos, de un azul profundo y afilado que le evocaban al mar, lo estudiaban con una mezcla de preocupación y cautela. Su larga cabellera negra contrastaba vivamente con su piel tostada, y pese a la situación tensa, no pudo evitar admirar la majestuosidad de su presencia.
Octojin, con la respiración entrecortada y la vista nublada por el dolor, asintió lentamente en respuesta a su pregunta. La voz de Asradi, aunque cautelosa, llevaba un tono de genuina preocupación que le calmaba de alguna manera. "¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?" resonaban en su cabeza mientras intentaba formular una respuesta coherente.
—Estoy... vivo —consiguió decir con un hilo de voz. Su garganta se sentía áspera, y cada palabra resultaba todo un esfuerzo—. Pero he visto mejores días.
Aunque la desconfianza habitual hacia los desconocidos le instaba a mantenerse reservado, algo en el tono de Asradi y su oferta de ayuda tocó una fibra sensible en su ser. Con esfuerzo, trató de levantarse, apoyándose en un tronco cercano, pero el dolor de sus heridas lo hizo caer, golpeando su espalda el suelo y quedándose boca arriba.
Octojin, superado por el dolor y la debilidad, finalmente asintió, reconociendo que en su estado actual, la desconfianza era un lujo que no podía permitirse. Reptó ligeramente y apoyó su espalda en el tronco con el que se ayudó a levantarse antes. Suspiró y se dirigió a la sirena, no sin antes intentar centrar la mirada donde se suponía que estaba ella, aunque la niebla que el tiburón veía no ayudaba mucho.
—Va a ser que sí necesito ayuda. Gracias —fue todo lo que pudo susurrar.
El escualo, pese a haber aceptado la ayuda de aquella sirena, observaba el entorno continuamente, en busca de algún tipo de prueba que facilitase su decisión. No había rastro de nadie más allí, pero era un poco raro que una sirena ascendiera hasta la superficie y estuviese allí sola, frente al peligro. La isla Momobami, con sus criaturas y misterios, de repente parecía menos amenazante con alguien a su lado. No sabía si la sirena se quedaría allí con él o sabría tratar sus heridas, pero la presencia de otro ser, especialmente uno de su mundo acuático, le ofrecía un consuelo que no había esperado encontrar en esa selva hostil.
En ese momento de vulnerabilidad y necesidad, Octojin sentía una conexión rudimentaria pero real, un lazo forjado no solo por la necesidad de supervivencia, sino también por el reconocimiento mutuo como criaturas de un mundo subacuático en un ambiente extraño y a veces hostil. Mientras la luz del día se fortalecía, iluminando la pequeña zona donde se habían encontrado, Octojin permitió que, por un momento, su guardia se bajara, abriéndose a la posibilidad de no solo sobrevivir a la isla sino de entenderla junto a aquella sirena.
—Y dime —susurró intentando poner la voz más amigable que le saliese en esa situación—, ¿qué haces aquí sola? Por cierto, mi nombre es Octojin.