Jun Gunslinger
Nagaredama
25-08-2024, 01:14 AM
(Última modificación: 25-08-2024, 01:25 AM por Jun Gunslinger.)
Con las palabras en la boca y la rapidez de una comadreja escurridiza, Jun se escabulló y encontró refugio detrás de unos barriles de madera apilados junto a la taberna, muy cerquita de aquel grupo de desconocidos que, hasta hace un momento, no eran más que testigos de su infortunio. Desde allí asomó apenas la cabeza para echar un ojo, y entonces pudo ver a Drake, el gigante de brazos inusualmente largos, moviéndose con una calma que contrastaba enormemente con la urgencia de la situación. Jun asumió de inmediato que el muchacho iba a dejarla a merced de sus perseguidores pero, en lugar de eso, lo vio levantar su brazo enorme y hacer señas a los hombres que la buscaban. Su corazón latió con nerviosismo al pensar que podría estar delatando su ubicación, mas al ver la dirección en la que señalaba comprendió que, en realidad, los estaba despistando. Drake apuntaba hacia una calle diferente, alejando a los perseguidores de su rastro.
La sorpresa iluminó sus ojos amatista. ¿Por qué la estaba ayudando?
Jun estaba acostumbrada a la desconfianza e indiferencia de los demás. En su mundo, no se hacían favores sin esperar algo a cambio. La empatía y la amabilidad eran gestos que no solía demostrar, ni tampoco esperaba recibir. Sus experiencias la habían moldeado para ser cautelosa y desconfiada, siempre lista para defenderse, pero rara vez para fiarse de los demás. Sin embargo, allí estaba este desconocido de semblante cansado pero honesto, que había decidido interceder por ella sin pedirle nada a cambio. Probablemente, si los papeles estuviesen invertidos, Jun no se habría molestado en interceder ni en levantar un dedo en favor del otro. No se metía en asuntos ajenos si no tenía un buen motivo para ello, es decir, obtener algún tipo de beneficio.
Mientras observaba, notó que los otros dos jóvenes tampoco hicieron ningún movimiento para delatarla. El albino se limitó a observar la confusión que Drake estaba sembrando entre los perseguidores, mientras que el de ojos violáceos, Byron, simplemente aprobó con un gesto de su mano, como si todo esto fuera parte de un plan no verbalizado. Jun frunció el ceño, confundida por la inesperada muestra de camaradería. No entendía por qué ninguno de ellos la había vendido. ¿Qué ganaban con ayudarla?
A pesar de que no era una muchacha acostumbrada a la empatía ni a la gentileza, sí era agradecida, en especial con aquellos que desinteresadamente le ayudaban, y tenía un código propio que le exigía devolver los favores recibidos. Odiaba sentirse en deuda.
Cuando creyó que el peligro había pasado, decidió que era seguro salir de su escondite y seguir al grupo de tres que había reingresado en la taberna. Se sacudió el polvo de la ropa y ajustó el bolso contra su cuerpo, cerciorándose de que todo estuviera en orden y de que sus perseguidores no la habían visto, antes de empujar la puerta de madera. Al ingresar a la taberna, el aroma de la comida la envolvió de inmediato, y su estómago gruñó recordándole que no había ingerido nada en toda la mañana.
Con la vista logró ubicar al trío a la distancia, ya sentados en una mesa, y se acercó. Arrastró una silla con un movimiento firme, provocando un leve chirrido en el suelo de madera, y sin esperar invitación alguna se sentó entre ellos, interrumpiendo la conversación que habían comenzado. Jun sabía que la gratitud no era algo que se diera por sentado, y ella tenía una manera particular de demostrarla. Con un gesto decidido y tal vez algo brusco, estampó su mano sobre la mesa y, al levantar la palma, reveló una pila de monedas doradas y relucientes. Eran parte de su botín del día, algo que no solía compartir con nadie. Pero esta vez era diferente.
—Yo invito —sonrió, quitándose la capucha y descubriendo su largo y trenzado cabello azul—. Me llamo Jun —dijo inmediatamente después, dirigiendo una mirada significativa a Drake Longspan, que acompañó con un guiño de ojo. Su deuda era principalmente con él, pero estaba dispuesta a compartir con todos.
La sorpresa iluminó sus ojos amatista. ¿Por qué la estaba ayudando?
Jun estaba acostumbrada a la desconfianza e indiferencia de los demás. En su mundo, no se hacían favores sin esperar algo a cambio. La empatía y la amabilidad eran gestos que no solía demostrar, ni tampoco esperaba recibir. Sus experiencias la habían moldeado para ser cautelosa y desconfiada, siempre lista para defenderse, pero rara vez para fiarse de los demás. Sin embargo, allí estaba este desconocido de semblante cansado pero honesto, que había decidido interceder por ella sin pedirle nada a cambio. Probablemente, si los papeles estuviesen invertidos, Jun no se habría molestado en interceder ni en levantar un dedo en favor del otro. No se metía en asuntos ajenos si no tenía un buen motivo para ello, es decir, obtener algún tipo de beneficio.
Mientras observaba, notó que los otros dos jóvenes tampoco hicieron ningún movimiento para delatarla. El albino se limitó a observar la confusión que Drake estaba sembrando entre los perseguidores, mientras que el de ojos violáceos, Byron, simplemente aprobó con un gesto de su mano, como si todo esto fuera parte de un plan no verbalizado. Jun frunció el ceño, confundida por la inesperada muestra de camaradería. No entendía por qué ninguno de ellos la había vendido. ¿Qué ganaban con ayudarla?
A pesar de que no era una muchacha acostumbrada a la empatía ni a la gentileza, sí era agradecida, en especial con aquellos que desinteresadamente le ayudaban, y tenía un código propio que le exigía devolver los favores recibidos. Odiaba sentirse en deuda.
Cuando creyó que el peligro había pasado, decidió que era seguro salir de su escondite y seguir al grupo de tres que había reingresado en la taberna. Se sacudió el polvo de la ropa y ajustó el bolso contra su cuerpo, cerciorándose de que todo estuviera en orden y de que sus perseguidores no la habían visto, antes de empujar la puerta de madera. Al ingresar a la taberna, el aroma de la comida la envolvió de inmediato, y su estómago gruñó recordándole que no había ingerido nada en toda la mañana.
Con la vista logró ubicar al trío a la distancia, ya sentados en una mesa, y se acercó. Arrastró una silla con un movimiento firme, provocando un leve chirrido en el suelo de madera, y sin esperar invitación alguna se sentó entre ellos, interrumpiendo la conversación que habían comenzado. Jun sabía que la gratitud no era algo que se diera por sentado, y ella tenía una manera particular de demostrarla. Con un gesto decidido y tal vez algo brusco, estampó su mano sobre la mesa y, al levantar la palma, reveló una pila de monedas doradas y relucientes. Eran parte de su botín del día, algo que no solía compartir con nadie. Pero esta vez era diferente.
—Yo invito —sonrió, quitándose la capucha y descubriendo su largo y trenzado cabello azul—. Me llamo Jun —dijo inmediatamente después, dirigiendo una mirada significativa a Drake Longspan, que acompañó con un guiño de ojo. Su deuda era principalmente con él, pero estaba dispuesta a compartir con todos.