Byron
Que me lo otorguen
25-08-2024, 07:53 PM
Flotando sobre aquel lago, en total tranquilidad, como si su propio cuerpo se hubiese fundido con el carmesí agua, se encontraba el apuesto chico, con la convicción total de enamorar a un dios. Ninguna duda era cobijada en la mente del joven, la decisión puesta en sus acciones le envolvían, teniendo claro que cumpliría su objetivo. En aquel instante Byron se sentía como un dios entre mortales, y estaba asumiendo el papel que el destino había preparado para él, el cortejo de un ser primordial en la existencia misma, el relacionarse con los inferiores seres terrenales había llegado a su fin. Con los ojos cerrados y el cuerpo sumergido, esperaba con pequeñas ansias su momento de ocupar un lugar en el firmamento, como la estrella más resplandeciente de aquel panteón de deidades del que buscaba formar parte.
La calma invadió totalmente su ser, las aguas que lo arropaban dejaron de sentirse, el viento sobre su persona cedió, incluso el tiempo parecía haberse detenido. Abrió los ojos, para encontrarse en el centro de una acogedora sala, iluminada con llamas tibias que iluminaban el majestuoso escenario en el que se encontraba. Telas granates decoradas con intrincados patrones dorados adornaban las paredes, dejando el hueco que ocupaban las antorchas encargadas de la atmosfera del lugar. Una larga alfombra, con un diseño acorde al resto, bajo sus pies descalzos, notando el muchacho el suave tacto del pelaje animal del que estaba hecho. Todo en aquel lugar reflejaba el ostentoso mimo con la que estaba preparada aquella audiencia, y a pesar de esa grandilocuencia, se sentía cálida y personal, como cuando alguien íntimo invitaba a su pareja a sus aposentos.
Al final de la sala, a unos cuantos metros de él, una figura gigante y magna se encontraba mirándolo fijamente apoyando su mentón con una de sus manos, sentado sobre un enorme trono cargado en detalles, reforzado su imponente presencia. La figura le observaba de arriba abajo, con una mirada casi lasciva, ocultando sus verdaderas intenciones tras ella, como si esta simplemente fuese una fachada para tomar el control de la situación y dar una sensación de seguridad a su presa.
Aquel dios se levantó, y mientras le dedicaba unas palabras al zagal, se acercó poco a poco disminuyendo la distancia entre ellos. El uso de su oratoria y la sutileza de sus movimientos hacían entender que el juego del cortejo había sido puesto en marcha, y ambos individuos estaban jugando. La preciosa deidad jugaba las cartas de su mano haciendo sentir a Byron el objeto de su deseo, dándole si cabe todavía más confianza en su situación. Sus preguntas sobre el poder y deseo, dejaban caer entremedias las proposiciones que aquel chico había venido a buscar. Con convicción, ante ellas el chico bendecido con una belleza angelical, murmuró sin titubear su respuesta, habiendo conseguido aquella audiencia, no podía echarse atrás.
- Mi propósito es convertirme en su consorte mi señor, y sembrar en el mundo sus deseos como si fuese un avatar de sus mismos objetivos.- Dijo mientras hincaba sus rodillas sobre la mullida alfombra y exponía su pecho desnudo a Norfeo con los brazos abiertos y elevados en forma de alabanza.
Volvió a acercarse, dejando entre ambos unos pequeños palmos de separación entre su rostro y el cuerpo del chico. Era bello, lo más hermoso que Byron había apreciado con sus ojos, dejando la belleza del chico en evidencia al no poder compararse. Siguió jugando sus cartas, cortejando a la par que advertía al chico de las consecuencias que podría traer para él tal atrevimiento. No titubeó, simplemente asintiendo ante sus palabras, conociendo la personalidad de la deidad, parecía ser de los que buscaba sumisión y servidumbre, y estaba hasta orgulloso de como estaba jugando sus movimientos de mano para conseguir su fin.
Un simple movimiento de mano de aquel ser fue suficiente para que aquel enorme trono se convirtiese en una cómoda y resplandeciente cama cubierta por cortinas semitransparentes, elevándose unas pequeñas brumas hacia el techo una vez la transmutación fue finalizada. Allí el dios se tumbó coquetamente, y le ofreció a Byron compartir su lecho, con un sutil gesto de mano. Se incorporó dejando de lado la posición que había adoptado en el momento que hizo su respuesta, como signo de respeto no se había movido ni un centímetro, y con la sensación de haber ganado esa partida, esbozó una sonrisa traviesa mientras se acercaba a la cama.
Agarró el enorme dedo del dios, para subir hasta su misma altura, su pecho se encontraba rebosante de satisfacción, quizás fue ese exceso de confianza el que hizo pecar al muchacho. Sin tiempo de reacción, el dios lo envolvió con grandes manos, con un semblante macabro, y comenzó a aplastar el cuerpo de Byron, sin ningún tipo de misericordia. Durante esos instantes notó como se desvanecía esa seguridad, la voluntad de vivir del joven abandonaba su cuerpo, y un fuerte ardor y quemazón envolvían sus genitales por el pecado carnal que estaba intentando cometer. Este sentimiento de agonía fue tal, que su cuerpo parecía estar siendo engullido por el mismo abismo e infierno.
Su piel se tornó verde a sus ojos, dejó de sentir el tacto de las manos de aquel dios, de su presencia solo quedaban unas carcajadas maquiavélicas. Su cuerpo, en un limbo de total oscuridad frente a un espejo, que le dejó ver su actual estado, hasta que el suelo bajo sus pies se convirtió en brea y se sumergió lentamente, solo viendo su reflejo durante aquel proceso que para él duró horas.
Entre lágrimas despertó, volvía a encontrarse en aquel lago rojo, observó su mano sobrante sin titubeo para comprobar que aquella pesadilla que acababa de vivir, era cierta. Un huesudo brazo verde frente a sus ojos, su cuerpo desprendía un fuerte olor a cebolla putrefacta, y lo más importante, no sentía nada en sus bajos. Dirigió hacia allí su mirada, y una enorme cicatriz, de quemadura, había sustituido los atributos de los que Byron tanto se enorgullecía. No solo eso, debido a que su estado era este, su angelical rostro también había sido arrebatado. No tuvo fuerzas ni de gritar, el vacío que sentía en aquel momento había engullido sus palabras.
Por uno de sus lados apareció la chica sirena, ofreciendo un suculento trato, la euforia hubiese recorrido hasta el último rincón de su cuerpo en otras circunstancias, pero ahora, Byron solo era un amasijo de sentimientos negativos. Aun así, lo usaría como único consuelo, aunque siendo honestos no le serviría de mucho. Giró su feo rostro para mirarla, con enormes ríos de lágrimas en su rostro, y echándole su pestilente aliento cebollino susurró mientras asentía.
- Solo me queda una... Norfeo me arrebató las otras...- Dijo señalando tristemente sus genitales. - Para ti...- Y soltó la canica que tenía dejándola flotar en el agua para que la sirena la recogiese.
Sumido en su depresión, esperaba el acto de fe de aquella bella entidad, pero para sorpresa suya, su mala suerte no acabó ahí. Cuando quiso darse cuenta, algo le arrastró a los cielos, con un fuerte y punzante dolor en su costado, sin saber por qué, el mestizo de pelo rojo puntiagudo, lo había atacado con un potente mordisco, con tanta fuerza que lo elevó a los cielos para luego volver a estrellarlo contra el agua. Increíblemente, Byron lo asumió, y una vez aterrizó en el agua, se quedó en la misma posición, flotando sin ninguna voluntad de vivir, no le importaba lo más mínimo perder la vida. Simplemente se hizo un ovillo en el mar, esperando algún motivo que le hiciese recuperar las ganas de vivir.
La calma invadió totalmente su ser, las aguas que lo arropaban dejaron de sentirse, el viento sobre su persona cedió, incluso el tiempo parecía haberse detenido. Abrió los ojos, para encontrarse en el centro de una acogedora sala, iluminada con llamas tibias que iluminaban el majestuoso escenario en el que se encontraba. Telas granates decoradas con intrincados patrones dorados adornaban las paredes, dejando el hueco que ocupaban las antorchas encargadas de la atmosfera del lugar. Una larga alfombra, con un diseño acorde al resto, bajo sus pies descalzos, notando el muchacho el suave tacto del pelaje animal del que estaba hecho. Todo en aquel lugar reflejaba el ostentoso mimo con la que estaba preparada aquella audiencia, y a pesar de esa grandilocuencia, se sentía cálida y personal, como cuando alguien íntimo invitaba a su pareja a sus aposentos.
Al final de la sala, a unos cuantos metros de él, una figura gigante y magna se encontraba mirándolo fijamente apoyando su mentón con una de sus manos, sentado sobre un enorme trono cargado en detalles, reforzado su imponente presencia. La figura le observaba de arriba abajo, con una mirada casi lasciva, ocultando sus verdaderas intenciones tras ella, como si esta simplemente fuese una fachada para tomar el control de la situación y dar una sensación de seguridad a su presa.
Aquel dios se levantó, y mientras le dedicaba unas palabras al zagal, se acercó poco a poco disminuyendo la distancia entre ellos. El uso de su oratoria y la sutileza de sus movimientos hacían entender que el juego del cortejo había sido puesto en marcha, y ambos individuos estaban jugando. La preciosa deidad jugaba las cartas de su mano haciendo sentir a Byron el objeto de su deseo, dándole si cabe todavía más confianza en su situación. Sus preguntas sobre el poder y deseo, dejaban caer entremedias las proposiciones que aquel chico había venido a buscar. Con convicción, ante ellas el chico bendecido con una belleza angelical, murmuró sin titubear su respuesta, habiendo conseguido aquella audiencia, no podía echarse atrás.
- Mi propósito es convertirme en su consorte mi señor, y sembrar en el mundo sus deseos como si fuese un avatar de sus mismos objetivos.- Dijo mientras hincaba sus rodillas sobre la mullida alfombra y exponía su pecho desnudo a Norfeo con los brazos abiertos y elevados en forma de alabanza.
Volvió a acercarse, dejando entre ambos unos pequeños palmos de separación entre su rostro y el cuerpo del chico. Era bello, lo más hermoso que Byron había apreciado con sus ojos, dejando la belleza del chico en evidencia al no poder compararse. Siguió jugando sus cartas, cortejando a la par que advertía al chico de las consecuencias que podría traer para él tal atrevimiento. No titubeó, simplemente asintiendo ante sus palabras, conociendo la personalidad de la deidad, parecía ser de los que buscaba sumisión y servidumbre, y estaba hasta orgulloso de como estaba jugando sus movimientos de mano para conseguir su fin.
Un simple movimiento de mano de aquel ser fue suficiente para que aquel enorme trono se convirtiese en una cómoda y resplandeciente cama cubierta por cortinas semitransparentes, elevándose unas pequeñas brumas hacia el techo una vez la transmutación fue finalizada. Allí el dios se tumbó coquetamente, y le ofreció a Byron compartir su lecho, con un sutil gesto de mano. Se incorporó dejando de lado la posición que había adoptado en el momento que hizo su respuesta, como signo de respeto no se había movido ni un centímetro, y con la sensación de haber ganado esa partida, esbozó una sonrisa traviesa mientras se acercaba a la cama.
Agarró el enorme dedo del dios, para subir hasta su misma altura, su pecho se encontraba rebosante de satisfacción, quizás fue ese exceso de confianza el que hizo pecar al muchacho. Sin tiempo de reacción, el dios lo envolvió con grandes manos, con un semblante macabro, y comenzó a aplastar el cuerpo de Byron, sin ningún tipo de misericordia. Durante esos instantes notó como se desvanecía esa seguridad, la voluntad de vivir del joven abandonaba su cuerpo, y un fuerte ardor y quemazón envolvían sus genitales por el pecado carnal que estaba intentando cometer. Este sentimiento de agonía fue tal, que su cuerpo parecía estar siendo engullido por el mismo abismo e infierno.
Su piel se tornó verde a sus ojos, dejó de sentir el tacto de las manos de aquel dios, de su presencia solo quedaban unas carcajadas maquiavélicas. Su cuerpo, en un limbo de total oscuridad frente a un espejo, que le dejó ver su actual estado, hasta que el suelo bajo sus pies se convirtió en brea y se sumergió lentamente, solo viendo su reflejo durante aquel proceso que para él duró horas.
Entre lágrimas despertó, volvía a encontrarse en aquel lago rojo, observó su mano sobrante sin titubeo para comprobar que aquella pesadilla que acababa de vivir, era cierta. Un huesudo brazo verde frente a sus ojos, su cuerpo desprendía un fuerte olor a cebolla putrefacta, y lo más importante, no sentía nada en sus bajos. Dirigió hacia allí su mirada, y una enorme cicatriz, de quemadura, había sustituido los atributos de los que Byron tanto se enorgullecía. No solo eso, debido a que su estado era este, su angelical rostro también había sido arrebatado. No tuvo fuerzas ni de gritar, el vacío que sentía en aquel momento había engullido sus palabras.
Por uno de sus lados apareció la chica sirena, ofreciendo un suculento trato, la euforia hubiese recorrido hasta el último rincón de su cuerpo en otras circunstancias, pero ahora, Byron solo era un amasijo de sentimientos negativos. Aun así, lo usaría como único consuelo, aunque siendo honestos no le serviría de mucho. Giró su feo rostro para mirarla, con enormes ríos de lágrimas en su rostro, y echándole su pestilente aliento cebollino susurró mientras asentía.
- Solo me queda una... Norfeo me arrebató las otras...- Dijo señalando tristemente sus genitales. - Para ti...- Y soltó la canica que tenía dejándola flotar en el agua para que la sirena la recogiese.
Sumido en su depresión, esperaba el acto de fe de aquella bella entidad, pero para sorpresa suya, su mala suerte no acabó ahí. Cuando quiso darse cuenta, algo le arrastró a los cielos, con un fuerte y punzante dolor en su costado, sin saber por qué, el mestizo de pelo rojo puntiagudo, lo había atacado con un potente mordisco, con tanta fuerza que lo elevó a los cielos para luego volver a estrellarlo contra el agua. Increíblemente, Byron lo asumió, y una vez aterrizó en el agua, se quedó en la misma posición, flotando sin ninguna voluntad de vivir, no le importaba lo más mínimo perder la vida. Simplemente se hizo un ovillo en el mar, esperando algún motivo que le hiciese recuperar las ganas de vivir.