Jo Sengo
-
27-07-2024, 04:30 AM
— ¡Buenas tardes! — exclamó el pelinegro con un tono de voz bastante entusiasta. El calzado de madera, comúnmente conocido como Getas, resonó sobre el suelo y, posteriormente, la tierra de aquella avenida. Los brazos del pelinegro fueron los primeros en aparecer debido a que la entrada era un tanto pequeña y, considerando su altura, fue un poco tedioso.
— ¡Hey! Deberían hacer estas puertas un poco más amplias. ¡Es solo una sugerencia! — exclamó Sengo. Los pies del Lunarian ahora lo posicionaban casi en el centro del espacio disponible para los transeúntes. Allí, en medio de la poca multitud que tuvo que abrirse hacia los costados para evitar chocar contra él, muchos le dieron una mala mirada al chico. ¿No les agradaba? Quizás era aquella sonrisa burlona que causaba desesperación en quienes lo observaban, un detalle ínfimo pero de suma importancia para el desarrollo social de Sengo.
— Bien. Debería ir por un poco de comida antes de terminar los recados del Cuartel. — Pensó en voz alta mientras levantaba la mirada, acompañando la acción con la palma izquierda de su mano abierta, para poder visualizar en una dirección en particular. Sus gafas reposaban un poco más abajo de lo usual y realmente no eran útiles para este tipo de cosas; más bien, eran un adorno glamuroso de su vestimenta cotidiana.
Acomodó su chamarra y se abrió paso unos cuantos metros hacia el sur del último local visitado. Allí, se toparía con un pequeño puesto de Dangos. El chico se inclinó ligeramente y, con su mano en la mejilla, dejó entrever su interés. El vendedor no tardó en hacer malabares con los ingredientes y la comida en cuestión, sobre la parrilla delante de él, todo un deleite visual.
— ¿Y bien? ¿Vas a querer algo, grandote? — preguntó el encargado. Sengo tan solo sonrió, aunque esta vez fue distinto. No causó esa sensación de incomodidad que usualmente solía provocar; podría decirse que fue una pequeña excepción. — ¡Claro! Me gustaría probar tres Dangos, sorpréndeme. — solicitó.
El cocinero se puso manos a la obra y quitó su atención del cliente. Por ahora, debía esperar a que el pedido estuviese listo; no había de otra para el joven Sengo. Se dio media vuelta y observó a sus espaldas a una chica que rondaba las cercanías y a un joven un tanto peculiar, de cabellera rojiza, bastante llamativa, que parecía buscar interactuar con ella. “Je, todo un casanova. Veamos cómo le va”, pensó, mientras se cruzaba de brazos y se apoyaba a un costado del pequeño local, observando la escena de aquel par.
— ¡Hey! Deberían hacer estas puertas un poco más amplias. ¡Es solo una sugerencia! — exclamó Sengo. Los pies del Lunarian ahora lo posicionaban casi en el centro del espacio disponible para los transeúntes. Allí, en medio de la poca multitud que tuvo que abrirse hacia los costados para evitar chocar contra él, muchos le dieron una mala mirada al chico. ¿No les agradaba? Quizás era aquella sonrisa burlona que causaba desesperación en quienes lo observaban, un detalle ínfimo pero de suma importancia para el desarrollo social de Sengo.
— Bien. Debería ir por un poco de comida antes de terminar los recados del Cuartel. — Pensó en voz alta mientras levantaba la mirada, acompañando la acción con la palma izquierda de su mano abierta, para poder visualizar en una dirección en particular. Sus gafas reposaban un poco más abajo de lo usual y realmente no eran útiles para este tipo de cosas; más bien, eran un adorno glamuroso de su vestimenta cotidiana.
Acomodó su chamarra y se abrió paso unos cuantos metros hacia el sur del último local visitado. Allí, se toparía con un pequeño puesto de Dangos. El chico se inclinó ligeramente y, con su mano en la mejilla, dejó entrever su interés. El vendedor no tardó en hacer malabares con los ingredientes y la comida en cuestión, sobre la parrilla delante de él, todo un deleite visual.
— ¿Y bien? ¿Vas a querer algo, grandote? — preguntó el encargado. Sengo tan solo sonrió, aunque esta vez fue distinto. No causó esa sensación de incomodidad que usualmente solía provocar; podría decirse que fue una pequeña excepción. — ¡Claro! Me gustaría probar tres Dangos, sorpréndeme. — solicitó.
El cocinero se puso manos a la obra y quitó su atención del cliente. Por ahora, debía esperar a que el pedido estuviese listo; no había de otra para el joven Sengo. Se dio media vuelta y observó a sus espaldas a una chica que rondaba las cercanías y a un joven un tanto peculiar, de cabellera rojiza, bastante llamativa, que parecía buscar interactuar con ella. “Je, todo un casanova. Veamos cómo le va”, pensó, mientras se cruzaba de brazos y se apoyaba a un costado del pequeño local, observando la escena de aquel par.