Terence Blackmore
Enigma del East Blue
26-08-2024, 06:12 PM
Mi respuesta causó furor, y tal fue la intensidad de este que, de pronto, el demihumano de amplias proporciones comenzó a alzarme sobre sus hombros de un rápido movimiento como si fuera su jinete.
De manera veloz y casi sin dejarnos al resto tiempo de reaccionar, comenzó a dar grandes zancadas hacia lo que a todas luces gritaba la palabra prostíbulo por todos lados. Las rápidas zancadas del bigardo provocaban un traqueteo ciertamente similar al de un caballo con un trote más lento y pesado, quizá lo que podría llegar a sentirse encima de un elefante o algún animal de semejante envergadura. Por si fuera poco, no era lo único similar, pues el roce de la piel de su trapecio se sentía curtido, cálido y húmedo. Esto seguramente se debía al calor sofocante que este bucaneer llevaba toda la mañana sintiendo bajo el sol directo mientras vendía pescado, o puede que se debiera al ejercicio que estaba realizando ahora, pero en sendos casos no eran una situación muy cómoda.
En pocos segundos, pasamos por una entrada amortajada por velos y telas de tonalidades púrpura y gules, que colgaban de manera descuidada, creando una suerte de cortina improvisada que apenas permitía adivinar el interior del lugar. La mezcla de luces cálidas y sombras movedizas proyectadas en las paredes insinuaba lo que aguardaba más allá de esas telas: un ambiente saturado de perfumes dulzones, risas forzadas y miradas furtivas.
El demihumano me depositó con sorprendente delicadeza en el suelo, como si en el fondo supiera que su exuberante tamaño contrastaba con una sensibilidad inesperada. A mi alrededor, las figuras comenzaron a desdibujarse. Voces, siluetas y olores se entrelazaban en un torbellino sensorial que me hizo tambalearme por un momento.
Una vez en el suelo, mi primer impulso fue dar unos pasos hacia atrás para recuperar el equilibrio y tratar de recomponerme. Miré alrededor, intentando orientarme en aquel lugar que parecía tener vida propia, con cada rincón impregnado de una extraña energía. Los colores, los sonidos, las sombras… todo se mezclaba, creando una atmósfera envolvente que casi hacía difícil pensar con claridad.
Procedimos a sentarnos y Hammond, el gigantón, seguía a mi lado, observando todo con una sonrisa satisfecha, como si acabara de realizar una hazaña. La verdad, no entendía del todo qué había motivado su repentina efusividad hacia mí. Tal vez mi comentario había resonado de alguna forma en su mente simple pero apasionada, o quizá simplemente necesitaba una excusa para demostrar su fuerza. De cualquier modo, estaba claro que ahora yo era su nuevo "mejor amigo", al menos por un rato.
Pronto, Juuken y Lance acompañaron la mesa a la que nos habíamos encaramado, algo que en cierto modo me reconfortó. No soportaba mucho a las personas impulsivas, y claramente el nórdico lo era.
Mientras trataba de disimular mi incomodidad, una mujer de las pulseras, la que parecía regentar el lugar, se acercó. Esta vez su mirada estaba más enfocada en Hammond que en mí. Parecía evaluarlo, como si conociera su tipo, o tal vez ya había lidiado con otros como él antes. Su sonrisa, apenas perceptible, denotaba una mezcla de astucia y experiencia.
-Veo que traes a nuevos amigos, Hammond- dijo, su voz deslizándose como seda por la estancia. Estaba claro que el enorme tipo que nos había conducido aquí, era asiduo al local. Quizá por ello no tendría dinero... Vaya pícaro estaba hecho este hombre de Elbaf...
Una camarera con un vestido de gasa púrpura se acercó, colocando una bandeja llena de copas de un licor oscuro y aromático sobre la mesa cercana. Las luces parpadeantes hacían que el líquido reflejara destellos rojizos. Sin dudarlo, agarré una de las copas y, con un sorbo precoz pequeño, tratando de dilucidar acerca de los matices de dicha copa y además de saborear si se encontraba algún tipo de veneno, atisbé que simplemente se trataba de un común combinado.
Con un pequeño estiramiento, me orienté entonces en perspectiva al gigante y sin mayor dilación ni titubeo le pregunté.
-¿Qué te separó de tu querida Elbaf?- comenté, quizá con un toque incisivo, sin titubeo, pero disimulado en gran medida por la curiosidad que me aportaba.
De manera veloz y casi sin dejarnos al resto tiempo de reaccionar, comenzó a dar grandes zancadas hacia lo que a todas luces gritaba la palabra prostíbulo por todos lados. Las rápidas zancadas del bigardo provocaban un traqueteo ciertamente similar al de un caballo con un trote más lento y pesado, quizá lo que podría llegar a sentirse encima de un elefante o algún animal de semejante envergadura. Por si fuera poco, no era lo único similar, pues el roce de la piel de su trapecio se sentía curtido, cálido y húmedo. Esto seguramente se debía al calor sofocante que este bucaneer llevaba toda la mañana sintiendo bajo el sol directo mientras vendía pescado, o puede que se debiera al ejercicio que estaba realizando ahora, pero en sendos casos no eran una situación muy cómoda.
En pocos segundos, pasamos por una entrada amortajada por velos y telas de tonalidades púrpura y gules, que colgaban de manera descuidada, creando una suerte de cortina improvisada que apenas permitía adivinar el interior del lugar. La mezcla de luces cálidas y sombras movedizas proyectadas en las paredes insinuaba lo que aguardaba más allá de esas telas: un ambiente saturado de perfumes dulzones, risas forzadas y miradas furtivas.
El demihumano me depositó con sorprendente delicadeza en el suelo, como si en el fondo supiera que su exuberante tamaño contrastaba con una sensibilidad inesperada. A mi alrededor, las figuras comenzaron a desdibujarse. Voces, siluetas y olores se entrelazaban en un torbellino sensorial que me hizo tambalearme por un momento.
Una vez en el suelo, mi primer impulso fue dar unos pasos hacia atrás para recuperar el equilibrio y tratar de recomponerme. Miré alrededor, intentando orientarme en aquel lugar que parecía tener vida propia, con cada rincón impregnado de una extraña energía. Los colores, los sonidos, las sombras… todo se mezclaba, creando una atmósfera envolvente que casi hacía difícil pensar con claridad.
Procedimos a sentarnos y Hammond, el gigantón, seguía a mi lado, observando todo con una sonrisa satisfecha, como si acabara de realizar una hazaña. La verdad, no entendía del todo qué había motivado su repentina efusividad hacia mí. Tal vez mi comentario había resonado de alguna forma en su mente simple pero apasionada, o quizá simplemente necesitaba una excusa para demostrar su fuerza. De cualquier modo, estaba claro que ahora yo era su nuevo "mejor amigo", al menos por un rato.
Pronto, Juuken y Lance acompañaron la mesa a la que nos habíamos encaramado, algo que en cierto modo me reconfortó. No soportaba mucho a las personas impulsivas, y claramente el nórdico lo era.
Mientras trataba de disimular mi incomodidad, una mujer de las pulseras, la que parecía regentar el lugar, se acercó. Esta vez su mirada estaba más enfocada en Hammond que en mí. Parecía evaluarlo, como si conociera su tipo, o tal vez ya había lidiado con otros como él antes. Su sonrisa, apenas perceptible, denotaba una mezcla de astucia y experiencia.
-Veo que traes a nuevos amigos, Hammond- dijo, su voz deslizándose como seda por la estancia. Estaba claro que el enorme tipo que nos había conducido aquí, era asiduo al local. Quizá por ello no tendría dinero... Vaya pícaro estaba hecho este hombre de Elbaf...
Una camarera con un vestido de gasa púrpura se acercó, colocando una bandeja llena de copas de un licor oscuro y aromático sobre la mesa cercana. Las luces parpadeantes hacían que el líquido reflejara destellos rojizos. Sin dudarlo, agarré una de las copas y, con un sorbo precoz pequeño, tratando de dilucidar acerca de los matices de dicha copa y además de saborear si se encontraba algún tipo de veneno, atisbé que simplemente se trataba de un común combinado.
Con un pequeño estiramiento, me orienté entonces en perspectiva al gigante y sin mayor dilación ni titubeo le pregunté.
-¿Qué te separó de tu querida Elbaf?- comenté, quizá con un toque incisivo, sin titubeo, pero disimulado en gran medida por la curiosidad que me aportaba.