Airgid Vanaidiam
Metalhead
27-08-2024, 07:57 PM
Airgid se encontraba cómoda sobre el hombro de aquel gran hombre. Era tan amplio que podrían caber otras dos más como ella, como mínimo, permitiéndole bastante libertad de movimiento. En condiciones normales, donde no estuviera tan magullada y atontada por culpa de una paliza, no dejaría que nadie cargase con ella así en brazos, era vergonzoso como poco, y Airgid odiaba ser la pobre chica rescatada a la que tienen que llevar y de la que cuidar. Pero su fuerza, aquel físico casi sobrehumano le generaba no solo curiosidad, si no también interés. Resultaba apabullante el poder que destilaban sus músculos, la masculinidad que representaba, y aunque le jodiera admitirlo, le estaba gustando un poco sentirse como una princesita, abrazada entre esos enormes brazos que a pesar de que podrían destrozarla en un pestañeo, la estaban cuidando. Con sus colegas nunca era así, había un sentimiento de familia, se cuidaban los unos a los otros como si fueran hermanos. Pero ese hombre rezumaba un aire diferente, bestial, animal, pero cuidadoso a la vez. Puede que se debiera aún a los efectos de los golpes que había recibido en la cara y en la cabeza, puede que no estuviera pensando con demasiada claridad, pero aquel hombre le pareció atractivo desde el primer instante. "Da un poco de morbo así enmascarado... con un cubo de metal... como si fuera un robot medio humano del futuro... ¿qué coño estoy pensando?", sacudió ligeramente la cabeza, tratando de alejar aquellos pensamientos claramente ocasionados por el mareo, no por ninguna otra cosa.
A pesar de sus intentos por intentar establecer alguna conversación con él, no consiguió gran cosa. Le escuchaba bufar y respirar bajo aquel "casco", un sonido metálico que le puso la piel de gallina, en parte queriendo imaginar que tipo de rostro escondería y por otra parte, encantada con la idea de mantener el misterio en el aire. El grito de una niña irrumpió de repente en la escena y la extraña atmósfera creada por los dos, rompiendo el momento en dos y haciéndose paso como un torbellino. Airgid tuvo que girarse un poco más sobre el hombro del enmascarado para mirar en la dirección del sonido, parando en una niña que no aparentaba más de... ¿seis años? Era más moño que otra cosa, bastante graciosa a simple vista, parecía como un duendecillo. Le llamó "Happi", ¿sería su nombre de verdad? ¿Había logrado acaso aquella niña comunicarse con él? ¿Entenderle? Él volvió a responder en su propio idioma, su voz sonaba tan profunda dentro del casco de metal, era un sonido casi hipnótico que se sumaba a lo exótico de aquel acento. Sin embargo, la voz de la niña le resonaba en la cabeza como un timbre estridente. Parecía ser encantadora, pero con el malestar que llevaba encima le era difícil catalogarla de esa manera. Le pidió a su rescatador que la bajase al suelo, y el hombre obedeció. Claramente la había entendido, aunque Airgid se intuyó que no gracias al idioma, si no quizás al tono que empleó con él. No siempre hacían falta palabras para entender a alguien, con gestos y tonalidades se podían decir también muchas cosas. Aunque asumió que debían conocerse desde hacía algún tiempo como para tener esa confianza. No le gustó mucho la idea de volver a tener que caminar por cuenta propia, le había resultado tan cómodo y emocionante ir sobre los brazos de aquel hombre... pero fue un alivio comprobar que podía tenerse en pie sin problema. Parecía que el paseito la había ayudado a estabilizarse un poco, a recuperarse. Aunque seguía con sangre por la nariz y la boca, sonrió ampliamente hacia la niña. — ¡Estoy bien, tranquila! Grasia a tu amigo, si no quizá no lo contaba. — Agarró el cuello de su top negro y se limpió algo de la sangre con él, por suerte gracias al color no se notaría la mancha. La niña le puso una mano sobre la pierna derecha mientras comenzaba a poner a la rubia un poco en contexto con respecto a aquel hombre. Decía que no tenía maldad a pesar de la brutalidad de sus acciones, eso le sonaba familiar. Mencionó a un tal "Josis", refiriéndose a él como si fuera un hombre importante en la ciudad, o en el basurero, que era tan grande como una segunda ciudad. Al parecer algo unía a esos tres, aunque Airgid fuera muy ajena a dicha información, era casi una recién llegada a aquella isla. Happi la miró fijamente durante un segundo, Airgid fue capaz de ver el brillo de sus ojos azules a través de la oscuridad del casco mientras le dedicaba unas nuevas palabras en su idioma. Por el tono parecía algo... serio. Como si le acabara de decir algo importante. Por mucho que Airgid lo deseara, le resultaba imposible adivinar nada más allá de eso, generándole aún más intriga. La niña le instó a que le quitara importancia, que no le hiciera caso, pero Airgid se quedó mirándole unos segundos más, con el ceño ligeramente fruncido. Había algo de preocupación en su mirada. ¿Qué le acababa de decir? No podía no hacerle caso. Pero tampoco podía hacer nada al respecto. Qué impotencia tan extraña.
De repente el cuerpo de Happi cayó de rodillas contra el suelo, con los brazos echados hacia atrás. Airgid emitió un grito ahogado debido a la sorpresa, pero fue rápidamente cortado por una nueva voz masculina que le recriminaba a Happi haber intentado escapar, o a Grande, como le llamaba él. ¿Realmente era Happi su nombre? No estaba del todo segura, lo que sí supo gracias a la niña es que aquel nuevo hombre que apareció de la nada, como un fantasma, se llamaba Ming. Y fue la misma niña la que salió en defensa de Grande, se notaba que le caía bien a pesar de entenderse a duras penas. Aunque de poco sirvió, pues el recién llegado se colocó en la espalda de su salvador y con un solo movimiento de su mano levantó los brazos de Happi, colocándole en una dolorosa posición que hizo que el cuerpo de Airgid se estremeciera, empatizando con lo que debía ser sentirse de esa forma. La mirada de la rubia se volvió fiera. No conocía la relación entre esas tres personas, pero si el tal Ming había hablado de "escapar"... esa palabra hacía inmediata referencia a que Happi se encontraba en una posición o lugar en contra de su voluntad, lo cual no le generaba ni un pelo de confianza. ¿Quizás lo que le dijo decir antes tenía algo que ver con todo eso? La mujer escupió hacia un costado, liberando una mezcla de saliva, sangre y desprecio. Aunque el tipo la ignoró, dedicándose a reprocharle cosas a Happi mientras le golpeaba en el caso con la mano, generándole así un retumbar interior que seguro que resultaba tremendamente incómodo. Airgid le observó con detenimiento mientras actuaba. Era un hombre alto, escuálido, con unas greñas oscuras que caían sobre su frente, rizadas, retorcidas, como si representaran su propio interior. Piel de un perturbador tono pálido, rasgos afilados, y por último, quizás lo más llamativo de todo su físico, aquellos ojos. Hundidos, rasgados, oscuros a pesar de su azulado iris. A Airgid le recordó a los ojos de un pez de las profundidades. La luz del sol impactó de tal forma que hizo reflejo sobre los hilos plateados que manejaba entre los dedos, si no, no habría sido capaz de distinguirlos, era gracias a esos hilos que torturaba al enorme hombre como si nada, como si fuera algo a lo que no solo estaba acostumbrado a hacer, si no que disfrutaba con ello incluso. Mencionó a una nueva figura, un tal "Padre". Ahí se había formado una enreversada relación que Airgid, en su condición, le era imposible de resolver o de adivinar. De hecho, solo le confundía aún más. Un nuevo tirón, uno que hizo a Happi gritar de dolor, un grito que recorrió el cuerpo de la rubia de pies a cabeza. ¿Dónde se había metido? No era consciente de que el vertedero podía ser un lugar tan peligroso. Dejándose llevar por un inconsciente impulso, dio un paso hacia delante, como si tuviera intención de enfrentarse a Ming ahí mismo, de plantarle cara. Y lo estaba, todo su cuerpo le decía que tenía que hacerlo. La sangre le hervía de ver una situación como esa frente a sus ojos, de ver cómo se le ocasionaba dolor a un hombre de manera injusta y sibilina. Todo en Ming era sibilino, desde su voz, pasando por su apariencia física, incluso sus hilos lo eran, y Airgid no soportaba a ese tipo de personas. Aunque todo quedó en un mero intento, en una acción cortada gracias a que la niña, Melys, tomó su mano justo a tiempo, interrumpiendo su avance hacia Ming. Tirando de ella con una fuerza superior a la que aparentaba a simple vista, a Airgid no le quedó otra que frenar. Le preguntó por su nombre. — ... Dayana. — Mintió. Quizás no servía de mucho, tampoco es que viviera en aquella isla, pero por algún motivo se sentía más segura dando un nombre falso. Al menos de momento.
Los tres comenzaron la marcha hacia el desconocido lugar llamado "La Granja". Melys había mencionado que allí era donde vivían todos, que allí podrían hablar con Padre y que seguramente él liberaría a Happi. Sonaba bien... si no fuera porque la amenaza de secuestro parecía flotar en el aire alrededor de ellos de forma constante e incesante. Realmente no quería ir a ningún lugar, no conocía a ninguno de ellos, ni si quiera pertenecía a esa isla. Pero no estaba en condiciones de luchar, y la razón de mayor peso: no quería abandonar a su salvador. Se sentía en deuda con él, y aunque las probabilidades fueran tremendamente bajas, casi nulas, se preguntaba si quizás fuera capaz de ayudarle al llegar a la Granja. Le fue inevitable acordarse de sus amigos que seguramente aún recorrían la ciudad de manera despreocupada pero que pronto comenzarían a preguntarse dónde se había metido la rubia. Solo esperaba que no fueran tan tontos de intentar ir a buscarla allí, al vertedero. Se mordió la lengua durante casi todo el trayecto, nerviosa, incómoda, frustrada, envuelta en una situación que jamás se habría imaginado. Los rayos de la tarde aflojaron su intensidad, el sol comenzaba a bajar lentamente por un cielo manchado de diversas nubes, dispersas, preciosas. Pronto comenzaría a refrescar, el verano había quedado atrás hacía ya unos cuantos días y poco a poco los días se hacían más cortos y fríos. En un espacio tan abierto como ese, las ráfagas de aire se movían libremente de un lado para otro, provocando algún que otro escalofrío. Caminar tanto se le estaba haciendo una carga pesada, le dolía todo el cuerpo, pero sabía que si paraba ahora solo sería peor. De vez encuando giraba el rostro para mirar hacia Happi, preocupada por su estado, aún bajo el control de aquellos finos y dolorosos hilos. Parecía que de vez en cuando presionaba contra ellos a propósito, tratando de romperlos, pero en lugar de eso solo se provocaba más daño. El asco que sentía hacia Ming no dejaba de aumentar con cada paso que les acercaba más a su destino.
Estaban llegando. Airgid fue incapaz de ocultar una expresión de sorpresa cuando vio aquel barrio formado por basura. No es que fuera basura, sin más, es que habían utilizado todo lo que pudiera ser mínimamente útil para construir farolas, casitas, locales. — Woah... — Susurró de forma casi inaudible, con la boca abierta. La fascinación de Airgid era obvia, ella siempre había tenido que contentarse con lo mínimo para llevar a cabo sus inventos, nunca había tenido dinero para comprar materiales de primera mano. Por eso le interesó tanto el vertedero en primer lugar. Y ver cómo habían sido capaces de construir todo eso con tanto ingenio y tanta mañana, era a sus ojos fascinante, a pesar de lo poco bonito que resultaba estéticamente. Y olfativamente. Aunque después de caminar entre tanta basura, ya se había medio acostumbrado a ese infernal olor. Pero no frenaron ahí, continuaron andando hasta llegar a lo alto de una gran duna desde la cual Airgid pudo observar lo que eran las puertas de la Granja. Respiró hondo, preocupada pero decidida a la vez. Ella no pintaba nada allí, le explicaría eso a quién sea que estuviera al mando, el Padre o como fuera, y luego le dejarían volverse a su casa. Sí, eso pasaría. Fue a dar un paso adelante cuando el inesperado movimiento de Happi le frenó en seco. ¿Le habían desaparecido los brazos? ¿Cómo podía ser eso? Parpadeó un par de veces mientras observó cómo escapaba, como salía corriendo y saltando hacia su libertad. Y tardó solo unos segundos en caer en que era la ocasión perfecta para escapar ella también. Sin darle más vueltas al asunto, sin pensar en posibles consecuencias y solo en su propia supervivencia, salió también corriendo por el mismo camino que había tomado Happi, aunque algo desviada hacia el costado izquierdo. No quería dejarle solo, pero tampoco podían huir por el mismo y exacto lugar o serían presas más fáciles. Tampoco sabía porqué se estaba preocupando tanto por él, ¿porque le había ayudado antes contra aquellos gilipollas? A ver, sí, era un buen motivo... Mierda, lo de sentirse en deuda con alguien desde luego era una piedra en el zapato. Era la ocasión perfecta, usarle como cebo para huir. Pero no se sentía bien. Y menos cuando se giró para mirarle y vio cómo una aglomeración de personas le habían rodeado y le tenían de nuevo contra las cuerdas. Frenó en seco, sin saber qué hacer. — ¡Mierda! — Maldijo al cabo de unos segundos, cayendo en la idea de que no iba a dejarle solo ante esa situación, por muy mal que eso pudiera repercutir en ella. No era de las que abandonaban a la gente.
Retrocedió unos pocos pasos, acercándose unos metros a Happi. Momento en el que otra voz se alzó, poniendo orden entre todo el caos repentinamente generado. Apareció otro hombre y solo con verle, Airgid supo que se trataba del Padre del que habían hablado en varias ocasiones. Vestía como un cura, con muchas cruces, pelo canoso y de alta estatura, aunque no tanto como su amigo. Y detrás de él, una enorme cantidad de personas que le seguían como si le estuvieran guardando las espaldas, protegiendo. Parecían un ejército. Aquel líder avanzó hasta quedar cerca de Happi, le pidió que se quitase el cubo metálico de la cabeza, y él obedeció sin pensárselo demasiado. Airgid observaba la escena con curiosidad, aunque desde su posición, algo más atrás, solo pudo ver su largo cabello rubio que se meció con el viento hasta que él mismo lo recogió tras su oreja. Entonces pudo ver algo más de su perfil, sin embargo, no su rostro por completo. Le gustaba esa melena, le parecía preciosa. Sí, le gustaban los hombres con el pelo un poco largo, ¿qué tenía eso de malo? Entre los dos comenzaron a conversar, lo cual solo le hizo arquear una ceja con atención, él sí que parecía entenderle del todo. Y le llamó Hammond. ¿Sería ese su nombre real? Puede que lo de Happi solo fuera un apodo cariñoso por parte de la niña. Tenía sentido, de hecho. El Padre le reprochaba su intento de escapar, alegando que le habían dado de todo lo que tenían. "Le hace creer que es elección propia, pero si te intentas escapar te matamos... puta iglesia", Airgid escupió de nuevo, bajo la excusa de sacar sangre de su boca. Realmente ya no le quedaba sangre, solo era puro desprecio. Solo fue consciente de la presencia de Ming cuando el líder le ordenó que frenase sus deseos de matar. Al parecer tenía la habilidad de volverse invisible a voluntad. Una habilidad sibilina para un hombre sibilino. Le pegaba. Por suerte, el tipo hizo caso y se alejó de Hammond.
Ahora la atención recaía sobre ella. La niña, Melys, abrazó a Padre y le dio la idea de que ella podría ser una buena incorporación a la Granja. Así que Padre no tardó en pedirle a Airgid que se acercara. Sonreía, pero no inspiraba demasiada confianza. Al menos no en ella, después de ver lo que había visto. Aún así, se acercó un poco, quedando a la vera de Hammond, en el costado izquierdo. — Os habéi confundío, yo ni si quiera soy de esta isla. — Se apresuró a explicar que todo era un gran malentendido, un error. — En unos día me iré daquí, yo solo... em... me taban dando una paliza unos mamones y él me ayudó. — Señaló a Hammond con el pulgar. — ¡Y el nota ese casi le mata! — Ahora señaló hacia Ming, claramente enfadada. — ¡Y él ni siquiera sintentaba escapar, solo mayudaba a que no me matasen uno gilipolla! — Se estaba alterando debido a la situación, lo cual no le convenía en absoluto en un momento así, pero ya había empezado a soltarse y ahora no podía parar. — ¿Y qué e eso de escapar? ¿Es que lo tenéi retenío? ¿Os parece bien eso? Secuestrá a gente no es algo mu de cura, Padre. — Ahora sí, ya había dicho lo que tenía que decir. Se cruzó de brazos, había sido completamente sincera con sus sentimientos y sus opiniones, aún a costa de que quizás se ganase otra paliza más. No le importaba, le resultaba imposible aparentar nada en ese momento.
A pesar de sus intentos por intentar establecer alguna conversación con él, no consiguió gran cosa. Le escuchaba bufar y respirar bajo aquel "casco", un sonido metálico que le puso la piel de gallina, en parte queriendo imaginar que tipo de rostro escondería y por otra parte, encantada con la idea de mantener el misterio en el aire. El grito de una niña irrumpió de repente en la escena y la extraña atmósfera creada por los dos, rompiendo el momento en dos y haciéndose paso como un torbellino. Airgid tuvo que girarse un poco más sobre el hombro del enmascarado para mirar en la dirección del sonido, parando en una niña que no aparentaba más de... ¿seis años? Era más moño que otra cosa, bastante graciosa a simple vista, parecía como un duendecillo. Le llamó "Happi", ¿sería su nombre de verdad? ¿Había logrado acaso aquella niña comunicarse con él? ¿Entenderle? Él volvió a responder en su propio idioma, su voz sonaba tan profunda dentro del casco de metal, era un sonido casi hipnótico que se sumaba a lo exótico de aquel acento. Sin embargo, la voz de la niña le resonaba en la cabeza como un timbre estridente. Parecía ser encantadora, pero con el malestar que llevaba encima le era difícil catalogarla de esa manera. Le pidió a su rescatador que la bajase al suelo, y el hombre obedeció. Claramente la había entendido, aunque Airgid se intuyó que no gracias al idioma, si no quizás al tono que empleó con él. No siempre hacían falta palabras para entender a alguien, con gestos y tonalidades se podían decir también muchas cosas. Aunque asumió que debían conocerse desde hacía algún tiempo como para tener esa confianza. No le gustó mucho la idea de volver a tener que caminar por cuenta propia, le había resultado tan cómodo y emocionante ir sobre los brazos de aquel hombre... pero fue un alivio comprobar que podía tenerse en pie sin problema. Parecía que el paseito la había ayudado a estabilizarse un poco, a recuperarse. Aunque seguía con sangre por la nariz y la boca, sonrió ampliamente hacia la niña. — ¡Estoy bien, tranquila! Grasia a tu amigo, si no quizá no lo contaba. — Agarró el cuello de su top negro y se limpió algo de la sangre con él, por suerte gracias al color no se notaría la mancha. La niña le puso una mano sobre la pierna derecha mientras comenzaba a poner a la rubia un poco en contexto con respecto a aquel hombre. Decía que no tenía maldad a pesar de la brutalidad de sus acciones, eso le sonaba familiar. Mencionó a un tal "Josis", refiriéndose a él como si fuera un hombre importante en la ciudad, o en el basurero, que era tan grande como una segunda ciudad. Al parecer algo unía a esos tres, aunque Airgid fuera muy ajena a dicha información, era casi una recién llegada a aquella isla. Happi la miró fijamente durante un segundo, Airgid fue capaz de ver el brillo de sus ojos azules a través de la oscuridad del casco mientras le dedicaba unas nuevas palabras en su idioma. Por el tono parecía algo... serio. Como si le acabara de decir algo importante. Por mucho que Airgid lo deseara, le resultaba imposible adivinar nada más allá de eso, generándole aún más intriga. La niña le instó a que le quitara importancia, que no le hiciera caso, pero Airgid se quedó mirándole unos segundos más, con el ceño ligeramente fruncido. Había algo de preocupación en su mirada. ¿Qué le acababa de decir? No podía no hacerle caso. Pero tampoco podía hacer nada al respecto. Qué impotencia tan extraña.
De repente el cuerpo de Happi cayó de rodillas contra el suelo, con los brazos echados hacia atrás. Airgid emitió un grito ahogado debido a la sorpresa, pero fue rápidamente cortado por una nueva voz masculina que le recriminaba a Happi haber intentado escapar, o a Grande, como le llamaba él. ¿Realmente era Happi su nombre? No estaba del todo segura, lo que sí supo gracias a la niña es que aquel nuevo hombre que apareció de la nada, como un fantasma, se llamaba Ming. Y fue la misma niña la que salió en defensa de Grande, se notaba que le caía bien a pesar de entenderse a duras penas. Aunque de poco sirvió, pues el recién llegado se colocó en la espalda de su salvador y con un solo movimiento de su mano levantó los brazos de Happi, colocándole en una dolorosa posición que hizo que el cuerpo de Airgid se estremeciera, empatizando con lo que debía ser sentirse de esa forma. La mirada de la rubia se volvió fiera. No conocía la relación entre esas tres personas, pero si el tal Ming había hablado de "escapar"... esa palabra hacía inmediata referencia a que Happi se encontraba en una posición o lugar en contra de su voluntad, lo cual no le generaba ni un pelo de confianza. ¿Quizás lo que le dijo decir antes tenía algo que ver con todo eso? La mujer escupió hacia un costado, liberando una mezcla de saliva, sangre y desprecio. Aunque el tipo la ignoró, dedicándose a reprocharle cosas a Happi mientras le golpeaba en el caso con la mano, generándole así un retumbar interior que seguro que resultaba tremendamente incómodo. Airgid le observó con detenimiento mientras actuaba. Era un hombre alto, escuálido, con unas greñas oscuras que caían sobre su frente, rizadas, retorcidas, como si representaran su propio interior. Piel de un perturbador tono pálido, rasgos afilados, y por último, quizás lo más llamativo de todo su físico, aquellos ojos. Hundidos, rasgados, oscuros a pesar de su azulado iris. A Airgid le recordó a los ojos de un pez de las profundidades. La luz del sol impactó de tal forma que hizo reflejo sobre los hilos plateados que manejaba entre los dedos, si no, no habría sido capaz de distinguirlos, era gracias a esos hilos que torturaba al enorme hombre como si nada, como si fuera algo a lo que no solo estaba acostumbrado a hacer, si no que disfrutaba con ello incluso. Mencionó a una nueva figura, un tal "Padre". Ahí se había formado una enreversada relación que Airgid, en su condición, le era imposible de resolver o de adivinar. De hecho, solo le confundía aún más. Un nuevo tirón, uno que hizo a Happi gritar de dolor, un grito que recorrió el cuerpo de la rubia de pies a cabeza. ¿Dónde se había metido? No era consciente de que el vertedero podía ser un lugar tan peligroso. Dejándose llevar por un inconsciente impulso, dio un paso hacia delante, como si tuviera intención de enfrentarse a Ming ahí mismo, de plantarle cara. Y lo estaba, todo su cuerpo le decía que tenía que hacerlo. La sangre le hervía de ver una situación como esa frente a sus ojos, de ver cómo se le ocasionaba dolor a un hombre de manera injusta y sibilina. Todo en Ming era sibilino, desde su voz, pasando por su apariencia física, incluso sus hilos lo eran, y Airgid no soportaba a ese tipo de personas. Aunque todo quedó en un mero intento, en una acción cortada gracias a que la niña, Melys, tomó su mano justo a tiempo, interrumpiendo su avance hacia Ming. Tirando de ella con una fuerza superior a la que aparentaba a simple vista, a Airgid no le quedó otra que frenar. Le preguntó por su nombre. — ... Dayana. — Mintió. Quizás no servía de mucho, tampoco es que viviera en aquella isla, pero por algún motivo se sentía más segura dando un nombre falso. Al menos de momento.
Los tres comenzaron la marcha hacia el desconocido lugar llamado "La Granja". Melys había mencionado que allí era donde vivían todos, que allí podrían hablar con Padre y que seguramente él liberaría a Happi. Sonaba bien... si no fuera porque la amenaza de secuestro parecía flotar en el aire alrededor de ellos de forma constante e incesante. Realmente no quería ir a ningún lugar, no conocía a ninguno de ellos, ni si quiera pertenecía a esa isla. Pero no estaba en condiciones de luchar, y la razón de mayor peso: no quería abandonar a su salvador. Se sentía en deuda con él, y aunque las probabilidades fueran tremendamente bajas, casi nulas, se preguntaba si quizás fuera capaz de ayudarle al llegar a la Granja. Le fue inevitable acordarse de sus amigos que seguramente aún recorrían la ciudad de manera despreocupada pero que pronto comenzarían a preguntarse dónde se había metido la rubia. Solo esperaba que no fueran tan tontos de intentar ir a buscarla allí, al vertedero. Se mordió la lengua durante casi todo el trayecto, nerviosa, incómoda, frustrada, envuelta en una situación que jamás se habría imaginado. Los rayos de la tarde aflojaron su intensidad, el sol comenzaba a bajar lentamente por un cielo manchado de diversas nubes, dispersas, preciosas. Pronto comenzaría a refrescar, el verano había quedado atrás hacía ya unos cuantos días y poco a poco los días se hacían más cortos y fríos. En un espacio tan abierto como ese, las ráfagas de aire se movían libremente de un lado para otro, provocando algún que otro escalofrío. Caminar tanto se le estaba haciendo una carga pesada, le dolía todo el cuerpo, pero sabía que si paraba ahora solo sería peor. De vez encuando giraba el rostro para mirar hacia Happi, preocupada por su estado, aún bajo el control de aquellos finos y dolorosos hilos. Parecía que de vez en cuando presionaba contra ellos a propósito, tratando de romperlos, pero en lugar de eso solo se provocaba más daño. El asco que sentía hacia Ming no dejaba de aumentar con cada paso que les acercaba más a su destino.
Estaban llegando. Airgid fue incapaz de ocultar una expresión de sorpresa cuando vio aquel barrio formado por basura. No es que fuera basura, sin más, es que habían utilizado todo lo que pudiera ser mínimamente útil para construir farolas, casitas, locales. — Woah... — Susurró de forma casi inaudible, con la boca abierta. La fascinación de Airgid era obvia, ella siempre había tenido que contentarse con lo mínimo para llevar a cabo sus inventos, nunca había tenido dinero para comprar materiales de primera mano. Por eso le interesó tanto el vertedero en primer lugar. Y ver cómo habían sido capaces de construir todo eso con tanto ingenio y tanta mañana, era a sus ojos fascinante, a pesar de lo poco bonito que resultaba estéticamente. Y olfativamente. Aunque después de caminar entre tanta basura, ya se había medio acostumbrado a ese infernal olor. Pero no frenaron ahí, continuaron andando hasta llegar a lo alto de una gran duna desde la cual Airgid pudo observar lo que eran las puertas de la Granja. Respiró hondo, preocupada pero decidida a la vez. Ella no pintaba nada allí, le explicaría eso a quién sea que estuviera al mando, el Padre o como fuera, y luego le dejarían volverse a su casa. Sí, eso pasaría. Fue a dar un paso adelante cuando el inesperado movimiento de Happi le frenó en seco. ¿Le habían desaparecido los brazos? ¿Cómo podía ser eso? Parpadeó un par de veces mientras observó cómo escapaba, como salía corriendo y saltando hacia su libertad. Y tardó solo unos segundos en caer en que era la ocasión perfecta para escapar ella también. Sin darle más vueltas al asunto, sin pensar en posibles consecuencias y solo en su propia supervivencia, salió también corriendo por el mismo camino que había tomado Happi, aunque algo desviada hacia el costado izquierdo. No quería dejarle solo, pero tampoco podían huir por el mismo y exacto lugar o serían presas más fáciles. Tampoco sabía porqué se estaba preocupando tanto por él, ¿porque le había ayudado antes contra aquellos gilipollas? A ver, sí, era un buen motivo... Mierda, lo de sentirse en deuda con alguien desde luego era una piedra en el zapato. Era la ocasión perfecta, usarle como cebo para huir. Pero no se sentía bien. Y menos cuando se giró para mirarle y vio cómo una aglomeración de personas le habían rodeado y le tenían de nuevo contra las cuerdas. Frenó en seco, sin saber qué hacer. — ¡Mierda! — Maldijo al cabo de unos segundos, cayendo en la idea de que no iba a dejarle solo ante esa situación, por muy mal que eso pudiera repercutir en ella. No era de las que abandonaban a la gente.
Retrocedió unos pocos pasos, acercándose unos metros a Happi. Momento en el que otra voz se alzó, poniendo orden entre todo el caos repentinamente generado. Apareció otro hombre y solo con verle, Airgid supo que se trataba del Padre del que habían hablado en varias ocasiones. Vestía como un cura, con muchas cruces, pelo canoso y de alta estatura, aunque no tanto como su amigo. Y detrás de él, una enorme cantidad de personas que le seguían como si le estuvieran guardando las espaldas, protegiendo. Parecían un ejército. Aquel líder avanzó hasta quedar cerca de Happi, le pidió que se quitase el cubo metálico de la cabeza, y él obedeció sin pensárselo demasiado. Airgid observaba la escena con curiosidad, aunque desde su posición, algo más atrás, solo pudo ver su largo cabello rubio que se meció con el viento hasta que él mismo lo recogió tras su oreja. Entonces pudo ver algo más de su perfil, sin embargo, no su rostro por completo. Le gustaba esa melena, le parecía preciosa. Sí, le gustaban los hombres con el pelo un poco largo, ¿qué tenía eso de malo? Entre los dos comenzaron a conversar, lo cual solo le hizo arquear una ceja con atención, él sí que parecía entenderle del todo. Y le llamó Hammond. ¿Sería ese su nombre real? Puede que lo de Happi solo fuera un apodo cariñoso por parte de la niña. Tenía sentido, de hecho. El Padre le reprochaba su intento de escapar, alegando que le habían dado de todo lo que tenían. "Le hace creer que es elección propia, pero si te intentas escapar te matamos... puta iglesia", Airgid escupió de nuevo, bajo la excusa de sacar sangre de su boca. Realmente ya no le quedaba sangre, solo era puro desprecio. Solo fue consciente de la presencia de Ming cuando el líder le ordenó que frenase sus deseos de matar. Al parecer tenía la habilidad de volverse invisible a voluntad. Una habilidad sibilina para un hombre sibilino. Le pegaba. Por suerte, el tipo hizo caso y se alejó de Hammond.
Ahora la atención recaía sobre ella. La niña, Melys, abrazó a Padre y le dio la idea de que ella podría ser una buena incorporación a la Granja. Así que Padre no tardó en pedirle a Airgid que se acercara. Sonreía, pero no inspiraba demasiada confianza. Al menos no en ella, después de ver lo que había visto. Aún así, se acercó un poco, quedando a la vera de Hammond, en el costado izquierdo. — Os habéi confundío, yo ni si quiera soy de esta isla. — Se apresuró a explicar que todo era un gran malentendido, un error. — En unos día me iré daquí, yo solo... em... me taban dando una paliza unos mamones y él me ayudó. — Señaló a Hammond con el pulgar. — ¡Y el nota ese casi le mata! — Ahora señaló hacia Ming, claramente enfadada. — ¡Y él ni siquiera sintentaba escapar, solo mayudaba a que no me matasen uno gilipolla! — Se estaba alterando debido a la situación, lo cual no le convenía en absoluto en un momento así, pero ya había empezado a soltarse y ahora no podía parar. — ¿Y qué e eso de escapar? ¿Es que lo tenéi retenío? ¿Os parece bien eso? Secuestrá a gente no es algo mu de cura, Padre. — Ahora sí, ya había dicho lo que tenía que decir. Se cruzó de brazos, había sido completamente sincera con sus sentimientos y sus opiniones, aún a costa de que quizás se ganase otra paliza más. No le importaba, le resultaba imposible aparentar nada en ese momento.