Norfeo
El Poeta Insomne
28-08-2024, 02:18 AM
(Última modificación: 28-08-2024, 02:20 AM por Norfeo.)
Norfeo flotaba sobre la isla, con una mirada aburrida y molesta. El lugar era prácticamente perfecto: aguas cristalinas, edificios relucientes y jardines que parecían sacados de un paraíso terrenal. Sin embargo, lo que más le irritaba no era la belleza de la isla en sí, sino la figura que caminaba por sus calles. Un marine de sonrisa deslumbrante, cabello dorado y una fortuna tan vasta que incluso el sol parecía inclinarse ante él. Era todo lo que los mortales codiciaban: dinero, belleza, poder. Y esa perfección, para Norfeo, era simplemente insoportable.
— Ah, qué maravilla, ¿verdad? — murmuró con sarcasmo, observando al marine con desdén — Dinero, belleza... qué repulsivo...
Con un gesto de su mano, el cielo comenzó a oscurecerse. Nubes negras se arremolinaron sobre la isla, cubriendo la luz del sol. Los primeros relámpagos comenzaron a caer en la distancia, y la ira de Norfeo se concentraba en sus dedos, listo para destruir aquella isla que se atrevía a brillar tan intensamente bajo su mirada. El viento se detuvo, y todo el paisaje quedó suspendido en un silencio tenso.
— Quizás este bello marine encuentre consuelo en saber que, al menos, morirá siendo millonario — dijo con una sonrisa cruel, mientras la energía destructiva crecía a su alrededor.
Pero justo cuando estaba a punto de liberar su poder, algo atrapó su atención. En sus ojos se clavó una figura esbelta y misteriosa. Nagaki, la gyojin medusa, se deslizaba con gracia a través del lugar, con sus cnidocistos ondeando suavemente a su alrededor. Había algo en su presencia que eclipsaba toda la ira de Norfeo, una belleza exótica que no podía ignorar.
El dios bajó lentamente su mano, y la tormenta que había convocado comenzó a disiparse. Las nubes se alejaron, y el sol volvió a brillar sobre la isla, iluminando nuevamente la perfección que tanto lo había irritado. Pero ahora, todo su deseo de destrucción había desaparecido, sustituido por una fascinación inesperada.
— Vaya, vaya... — musitó Norfeo, observando a Nagaki con una sonrisa suave — Quizás el verdadero tesoro no es el oro ni la belleza superficial, sino lo que no se puede poseer.
—Consideren esto un regalo, mis queridos mortales — dijo con una voz suave, pero cargada de ironía que resonó en todas las Cumbres del Destierro — Viven un día más, no porque lo merezcan, sino porque tienen el buen gusto de reconocer quién tiene el verdadero poder. Ahora, intenten que no se les caiga toda esa riqueza, y diviértanme, pues he decidido que ambos territorios sobrevivientes se enfrenten en una contienda sin parangón por su existencia — el prístino gigante, tomó unos instantes de calma para anunciar su propuesta y las nuevas reglas.
—Todos vosotros tendréis un indicador numérico sobre la cabeza en rojo que marcará la cantidad de canicas que tenéis en estos instantes... ¡Y aquellos con canicas doradas, tendréis el mismo icono en dorado!— tomó su tiempo para exhalar una risita que casi parecía interpretada. —¡Ahora complacedme! El territorio con menor número de canicas, caerá...— comentó finalmente agotado por el entusiasmo.
Con una risa suave y sin sarcasmo esta vez, Norfeo se desvaneció en el horizonte, dejando la isla intacta. No fue por piedad ni misericordia, sino porque, en su camino, había encontrado algo mucho más interesante que la simple destrucción.
— Ah, qué maravilla, ¿verdad? — murmuró con sarcasmo, observando al marine con desdén — Dinero, belleza... qué repulsivo...
Con un gesto de su mano, el cielo comenzó a oscurecerse. Nubes negras se arremolinaron sobre la isla, cubriendo la luz del sol. Los primeros relámpagos comenzaron a caer en la distancia, y la ira de Norfeo se concentraba en sus dedos, listo para destruir aquella isla que se atrevía a brillar tan intensamente bajo su mirada. El viento se detuvo, y todo el paisaje quedó suspendido en un silencio tenso.
— Quizás este bello marine encuentre consuelo en saber que, al menos, morirá siendo millonario — dijo con una sonrisa cruel, mientras la energía destructiva crecía a su alrededor.
Pero justo cuando estaba a punto de liberar su poder, algo atrapó su atención. En sus ojos se clavó una figura esbelta y misteriosa. Nagaki, la gyojin medusa, se deslizaba con gracia a través del lugar, con sus cnidocistos ondeando suavemente a su alrededor. Había algo en su presencia que eclipsaba toda la ira de Norfeo, una belleza exótica que no podía ignorar.
El dios bajó lentamente su mano, y la tormenta que había convocado comenzó a disiparse. Las nubes se alejaron, y el sol volvió a brillar sobre la isla, iluminando nuevamente la perfección que tanto lo había irritado. Pero ahora, todo su deseo de destrucción había desaparecido, sustituido por una fascinación inesperada.
— Vaya, vaya... — musitó Norfeo, observando a Nagaki con una sonrisa suave — Quizás el verdadero tesoro no es el oro ni la belleza superficial, sino lo que no se puede poseer.
—Consideren esto un regalo, mis queridos mortales — dijo con una voz suave, pero cargada de ironía que resonó en todas las Cumbres del Destierro — Viven un día más, no porque lo merezcan, sino porque tienen el buen gusto de reconocer quién tiene el verdadero poder. Ahora, intenten que no se les caiga toda esa riqueza, y diviértanme, pues he decidido que ambos territorios sobrevivientes se enfrenten en una contienda sin parangón por su existencia — el prístino gigante, tomó unos instantes de calma para anunciar su propuesta y las nuevas reglas.
—Todos vosotros tendréis un indicador numérico sobre la cabeza en rojo que marcará la cantidad de canicas que tenéis en estos instantes... ¡Y aquellos con canicas doradas, tendréis el mismo icono en dorado!— tomó su tiempo para exhalar una risita que casi parecía interpretada. —¡Ahora complacedme! El territorio con menor número de canicas, caerá...— comentó finalmente agotado por el entusiasmo.
Con una risa suave y sin sarcasmo esta vez, Norfeo se desvaneció en el horizonte, dejando la isla intacta. No fue por piedad ni misericordia, sino porque, en su camino, había encontrado algo mucho más interesante que la simple destrucción.