Octojin
El terror blanco
28-08-2024, 09:41 AM
(Última modificación: 28-08-2024, 09:43 AM por Octojin.
Razón: la imagen del aspecto salía mal
)
Octojin emergió del lago, empapado y aún reverberante con la luz de la bendición de Norfeo. Su piel brillaba con un resplandor sutil, una señal visible de su reciente elevación a máximo adepto de los Norfeicos. La rubia, todavía visiblemente sacudida por la reciente tumultuosidad, permanecía a su lado, mientras el pato, un poco más lejos, observaba la escena con una mezcla de confusión y temor.
Inclinando su cabeza de lado a lado, finalmente aquél pato rompió el silencio con una pregunta punzante. "¿Quién es Norfeo? ¿Sabéis qué hacemos aquí realmente?" La voz del pato vibraba con una incertidumbre palpable, buscando respuestas en un mundo que se había torcido más allá de su comprensión.
Octojin se volvió hacia él, su mirada se cargó de fervor religioso y dejó paso a que actuase su nueva autoridad otorgada por la mismísima deidad.
—Norfeo es la deidad más pura, la esencia de la justicia y el orden en este caos— proclamó con una voz que retumbó en el claro, resonando con el poder de su convicción. .—Estamos aquí para cumplir su misión divina. ¿No lo ves, pato? Esto es un honor, una oportunidad para servir al más grande de los dioses.
La pregunta del pato parecía ahora una blasfemia en los oídos del devoto Octojin. Su semblante se endureció, y su tono se volvió más severo.
—Debes decidir ahora si seguirás a Norfeo o no. Elige sabiamente, pues rechazarlo equivale a condenarte a muerte.
Mientras Octojin dictaba esta sombría advertencia, el ambiente se tensó aún más con la llegada de Yoshi, quien, sin reconocer a un hombre de aspecto extraño y desagradable que había aparecido de la nada, lanzó un ataque rápido y feroz. El gyojin observó brevemente, pero desestimó la escaramuza, entendiéndola como algo menor, su atención se fijaría en las cuestiones más grandes en juego.
El aire se cargó con la intensidad de un enfrentamiento verbal cuando el profeta amenazó a Illyasbabel, el ser alado, argumentando que estaba mancillando la charca sagrada, algo que sin duda el tiburón podía llegar a compartir.
—No es momento para peleas entre nosotros— intercedió Octojin, aunque con un tono que sugería que cualquier duelo entre ellos sería simplemente un testimonio de su devoción por Norfeo. —Pero si lo deseáis, hacedlo. Ambos habéis sido bendecidos por Norfeo.
En ese momento crítico, Asradi decidió unirse a ellos. Octojin, sintiendo un lazo común en su servicio a Norfeo, le dio la bienvenida mientras se acercaba.
—Bienvenida, Asradi. Juntos fortaleceremos nuestra fe y protegeremos el propósito de Norfeo."
Las ráfagas de viento comenzaron a arremolinarse alrededor del grupo con la misma fuerza devastadora de antes, pero esta vez, Octojin se mantuvo inquebrantable, una estatua entre las corrientes furiosas.
—Es gracias a Norfeo que permanezco firme—, declaró, sintiendo que era un semidios que desafiaba el viento. Agarró firmemente a la rubia y a la sirena de las manos, anclándolas a su lado para evitar que fueran arrastradas por el vendaval.
La tensión se rompió brevemente por la llegada de un nuevo humano, de cabello morado oscuro y un atuendo estridente, que se miraba en el reflejo del lago con una expresión mezcla de locura e intensidad. Octojin notó el aroma nauseabundo que acompañaba al hombre y frunció el ceño, pero cuando la rubia amenazó al recién llegado, soltó un chascarrillo.
—Pensé que lo nuestro era algo especial, pero parece que te gusta apuntar a todo el mundo, ¿eh? —comentó a la par que le soltaba su mano a la rubia, para que pudiera apuntar con más facilidad.
Justo entonces, la presencia divina de Norfeo se hizo palpable una vez más. Con reverencia y solemnidad, Octojin apoyó una rodilla en el suelo, bajando la cabeza en símbolo de profundo respeto y adoración. Observó, casi en trance, como Norfeo, desde su trono flotante, decidía el destino de todos presentes con una mezcla de desdén y gracia divina. La isla fue perdonada gracias a la devoción de sus seguidores, y Octojin, con lágrimas de gratitud y fervor en los ojos, se levantó lentamente, listo para liderar a sus compañeros en esta contienda divina impuesta, sintiendo en su corazón que cada acción suya estaba guiada por la mano de Norfeo.
—Las órdenes de Norfeo están claras —gritaría, para que todos le oyeran—. ¡Parad lo que estéis haciendo! Hay que encontrar ese otro territorio y acabar con ellos. ¡Se lo debemos a Norfeo!
Octojin estaba decidido. Juntó las palmas de sus dos manos y miró hacia el cielo, a la posición en la que había aparecido Norfeo, y entonces comenzó su oración, con el fin de saber hacia dónde debían ir.
—Oh, Norfeo. Cumpliremos tu misión, no hay duda. Si tan solo pudieras ayudarnos… Guiarnos hacia dónde debemos ir. ¿En qué dirección está nuestro destino?
Entonces, una ligera brisa golpeó al gyojin. La brisa iba hacia el norte, por lo que entendió que aquél era su destino. Con una extensa reverencia, el escualo agradeció a Norfeo su ayuda, y sintiendo un fervor cada vez mayor, haría un gesto con la mano invitando a que le siguieran. Saldría corriendo en dirección al Norte, en busca de aquellos impuros con los que debía acabar.
Inclinando su cabeza de lado a lado, finalmente aquél pato rompió el silencio con una pregunta punzante. "¿Quién es Norfeo? ¿Sabéis qué hacemos aquí realmente?" La voz del pato vibraba con una incertidumbre palpable, buscando respuestas en un mundo que se había torcido más allá de su comprensión.
Octojin se volvió hacia él, su mirada se cargó de fervor religioso y dejó paso a que actuase su nueva autoridad otorgada por la mismísima deidad.
—Norfeo es la deidad más pura, la esencia de la justicia y el orden en este caos— proclamó con una voz que retumbó en el claro, resonando con el poder de su convicción. .—Estamos aquí para cumplir su misión divina. ¿No lo ves, pato? Esto es un honor, una oportunidad para servir al más grande de los dioses.
La pregunta del pato parecía ahora una blasfemia en los oídos del devoto Octojin. Su semblante se endureció, y su tono se volvió más severo.
—Debes decidir ahora si seguirás a Norfeo o no. Elige sabiamente, pues rechazarlo equivale a condenarte a muerte.
Mientras Octojin dictaba esta sombría advertencia, el ambiente se tensó aún más con la llegada de Yoshi, quien, sin reconocer a un hombre de aspecto extraño y desagradable que había aparecido de la nada, lanzó un ataque rápido y feroz. El gyojin observó brevemente, pero desestimó la escaramuza, entendiéndola como algo menor, su atención se fijaría en las cuestiones más grandes en juego.
El aire se cargó con la intensidad de un enfrentamiento verbal cuando el profeta amenazó a Illyasbabel, el ser alado, argumentando que estaba mancillando la charca sagrada, algo que sin duda el tiburón podía llegar a compartir.
—No es momento para peleas entre nosotros— intercedió Octojin, aunque con un tono que sugería que cualquier duelo entre ellos sería simplemente un testimonio de su devoción por Norfeo. —Pero si lo deseáis, hacedlo. Ambos habéis sido bendecidos por Norfeo.
En ese momento crítico, Asradi decidió unirse a ellos. Octojin, sintiendo un lazo común en su servicio a Norfeo, le dio la bienvenida mientras se acercaba.
—Bienvenida, Asradi. Juntos fortaleceremos nuestra fe y protegeremos el propósito de Norfeo."
Las ráfagas de viento comenzaron a arremolinarse alrededor del grupo con la misma fuerza devastadora de antes, pero esta vez, Octojin se mantuvo inquebrantable, una estatua entre las corrientes furiosas.
—Es gracias a Norfeo que permanezco firme—, declaró, sintiendo que era un semidios que desafiaba el viento. Agarró firmemente a la rubia y a la sirena de las manos, anclándolas a su lado para evitar que fueran arrastradas por el vendaval.
La tensión se rompió brevemente por la llegada de un nuevo humano, de cabello morado oscuro y un atuendo estridente, que se miraba en el reflejo del lago con una expresión mezcla de locura e intensidad. Octojin notó el aroma nauseabundo que acompañaba al hombre y frunció el ceño, pero cuando la rubia amenazó al recién llegado, soltó un chascarrillo.
—Pensé que lo nuestro era algo especial, pero parece que te gusta apuntar a todo el mundo, ¿eh? —comentó a la par que le soltaba su mano a la rubia, para que pudiera apuntar con más facilidad.
Justo entonces, la presencia divina de Norfeo se hizo palpable una vez más. Con reverencia y solemnidad, Octojin apoyó una rodilla en el suelo, bajando la cabeza en símbolo de profundo respeto y adoración. Observó, casi en trance, como Norfeo, desde su trono flotante, decidía el destino de todos presentes con una mezcla de desdén y gracia divina. La isla fue perdonada gracias a la devoción de sus seguidores, y Octojin, con lágrimas de gratitud y fervor en los ojos, se levantó lentamente, listo para liderar a sus compañeros en esta contienda divina impuesta, sintiendo en su corazón que cada acción suya estaba guiada por la mano de Norfeo.
—Las órdenes de Norfeo están claras —gritaría, para que todos le oyeran—. ¡Parad lo que estéis haciendo! Hay que encontrar ese otro territorio y acabar con ellos. ¡Se lo debemos a Norfeo!
Octojin estaba decidido. Juntó las palmas de sus dos manos y miró hacia el cielo, a la posición en la que había aparecido Norfeo, y entonces comenzó su oración, con el fin de saber hacia dónde debían ir.
—Oh, Norfeo. Cumpliremos tu misión, no hay duda. Si tan solo pudieras ayudarnos… Guiarnos hacia dónde debemos ir. ¿En qué dirección está nuestro destino?
Entonces, una ligera brisa golpeó al gyojin. La brisa iba hacia el norte, por lo que entendió que aquél era su destino. Con una extensa reverencia, el escualo agradeció a Norfeo su ayuda, y sintiendo un fervor cada vez mayor, haría un gesto con la mano invitando a que le siguieran. Saldría corriendo en dirección al Norte, en busca de aquellos impuros con los que debía acabar.