Octojin
El terror blanco
28-08-2024, 11:13 AM
Con el corazón aún latiendo con la fuerza de su devoción y la reciente bendición de Norfeo, Octojin atravesó el terreno cambiante del Abismo de los Lamentos con una gran determinación. Cada paso resonaba con el eco de su nueva misión, llevándolo cada vez más cerca de la Montaña de los Lamentos, un lugar que había escuchado en susurros entre las corrientes y aullidos del viento, pero nunca había visitado personalmente.
A medida que se aproximaba, las montañas se alzaban ante él como gigantes ancestrales, sus picos escarpados y rocosos parecían estar cortando el cielo nublado. El ambiente se llenaba de un aire más frío, y los vientos que azotaban las cumbres parecían cargar con ellos no solo el frescor de las alturas, sino también las voces de los caídos, aquellos que alguna vez intentaron conquistar esas pendientes traicioneras y no regresaron.
Las montañas, con sus laderas decoradas con templos antiguos y caminos serpenteantes, se presentaban como un desafío tanto físico como espiritual. Octojin, con la corona de laurel de oro que le había sido otorgada, sintió un profundo respeto por el lugar sagrado que ahora pisaba, convencido de que era ahí donde los Norféicos encontrarían su fortaleza y renovarían sus votos de lealtad a Norfeo.
El gyojin avanzó por uno de los senderos mientras sus ojos absorbían cada detalle del paisaje, desde los antiguos templos que salpicaban las laderas hasta el río caudaloso que nacía al pie de las montañas. Este último corría vigoroso, sus aguas frías y claras parecían estar murmurando los secretos de la montaña, llevándolos a través de la isla en un canto líquido que parecía purificar el aire mismo. El escualo quiso meterse ahí y nadar, escuchar esos susurros e intentar comprender a aquella isla, pero no era el momento. Era el momento de cumplir una misión. Ya habría tiempo para disfrutar de un apacible nado en aquél río.
El habitante del mar llegó a un claro cerca de la base de la principal cumbre, un lugar que le pareció apropiado para esperar a los otros seguidores de Norfeo. Desde allí, tenía una vista estratégica de los senderos que conducían hacia las alturas y de las rutas que serpenteaban hacia los templos. Era el lugar perfecto para formar un bastión de fe y fuerza, un punto desde donde podrían desafiar a todos los seres que se atrevieran a oponerse a ellos y así cumplir con los deseos de su amado dios.
Mientras esperaba, Octojin reflexionaba sobre la mejor manera de enfrentar los desafíos que sabía que venían. Su mente trabajaba incansablemente, planeando tácticas y estrategias, fortaleciendo su resolución y su fe en Norfeo. No había duda en su mente: saldrían victoriosos. Con la bendición de Norfeo y la lealtad férrea de sus seguidores, no había poder en esa isla, ni en el mundo entero, que pudiera resistir su santa misión.
Allí, en la sombra de la Montaña de los Lamentos, Octojin se sentó sobre una gran piedra, cerró los ojos y permitió que los aullidos del viento le hablaran, llevando sus pensamientos y oraciones al cielo, donde sabía que Norfeo observaba y juzgaba, preparando a su fiel servidor para la batalla que se avecinaba.