Airgid Vanaidiam
Metalhead
28-08-2024, 02:37 PM
(Última modificación: 28-08-2024, 02:40 PM por Airgid Vanaidiam.)
Airgid continuó avanzando subida a la espalda de Octojin. Era una visión imponente, la verdad, ambos tenían cuerpos altos y fornidos, él un tiburón de más de cuatro metros y ella una mujer de más de dos, ambos con fuertes músculos y sobre todo, muchas ganas de cumplir la palabra de Norfeo. El arma más peligrosa, la fe. Fue cuando el viento dejó de soplar con la fiereza de las Cumbres cuando bajó de la espalda del gyojin tiburón, corriendo a la vera de Asradi.
El paraje que observaba ante ella era completamente diferente al desolado territorio de las Cumbres de las que procedían los tres. Este contaba con un bonito río, frondosas plantas y una gran cantidad de picudas montañas. Había sitio de sobra desde el cual obtener altura y disparar sin problema. Esta vez no avisaría, no amenazaría, simplemente atacaría, directamente. Estaba segura de que no solo ellos habrían recibido aquel mensaje, de que a quienes fueran que estuvieran en aquella zona también se les habría encomendado la misma misión de acabar con los contrarios y hacerse con sus canicas. Y no iba a dejar que nadie se le adelantase, que nadie apretara el gatillo antes que ella. Airgid era experta en tener el gatillo sueltecillo.
Finalmente llegaron a un claro en la base de la principal cumbre, donde Octojin se sentó sobre una roca, esperando a ver si los demás seguidores de Norfeo se unían. Asradi llegó hasta él, y poco después llegó ella. — No dejéi que o vean. — Susurró, algo raro para Airgid que siempre solía hablar o en voz alta o gritando directamente. Pero entendía la importancia de la situación. — Nos e'condemo, a vé ji se no' une arguien má. Pero ná de hablá ni de sharlá, na má loh veamo', atacamo' a la vé. — O al menos eso sería lo que ella estaba dispuesta a hacer. Nada de hacer amigos, ya no había espacio para eso. Ahora solo tenía en la cabeza esa vena competitiva, esa misma avaricia que sintió nada más despertar en aquel extraño lugar, un sentimiento que le invitaba a ser codiciosa y reunir canicas, todas las que pudiera. Menos las de sus compañeros de las Cumbres.