El tiburón que le llevaba en su poderoso brazo se llamaba al parecer Octojin. Un nombre bastante curioso a juicio del marine, pero dado que nunca antes se había encontrado a un ser semejante no tenía una referencia con la que compararlo. Tal vez entre los de su especie fuese muy común, como pasaba con nombres como Paul o William entre los humanos.
No tardaron mucho en llegar a una zona escarpada y montañosa. Todo el paisaje era yermo y rocoso, y las cumbres de las montañas se erguían como descomunales colosos hasta tocar el cielo. A lo lejos no eran pocos los templos que se divisaban, todos ellos de aspecto antiguo y algo desgastado por el paso de los siglos. Múltiples caminos, cada cuál menos recto que el otro, ascendían hacia los picos más altos. Y al pie de las montañas un ancho y caudaloso río nacía fruto del agua de lluvia que allí iba a parar tras descender desde las cumbres, su trayectoria perdiéndose en la lejanía.
Junto a ellos habían llegado ya varios de los miembros de aquel improvisado ejército. Las dos mujeres que parecían ser amigas del tiburón iban junto a ellos. Bueno, una de ellas, la rubia, seguía al igual que él siendo cargada por el enorme híbrido. Ella fue quien sugirió una estrategia con su particular acento en el que no pronunciaba la mitad de las letras de cada palabra. Propuso esconderse hasta que el resto de sus aliados llegaran y, en el momento que se encontraran con alguien que no hubiera estado con ellos en las ventosas tierras de las que venían, atacarle sin mediar palabra. No era la estrategia más elaborada del mundo, eso desde luego, pero no dudaba de que fuera eficaz.
El joven asintió, pues no le quedaba más remedio que adaptarse a lo que aquel grupo hiciera. De lo contrario, y dado que no le conocían realmente hasta hacía unos minutos, podían empezar a desconfiar de él y decidir atacarle. Si estuviera en plenas facultades podría atreverse a ello, pero en aquellas condiciones era consciente de sus limitaciones. El diminuto y fofo cuerpo que ahora tenía junto al gran cansancio que sentía hacían que estuviera firmemente convencido de que no tendría nada que hacer si se enfrentaba a ellos. Así que, en cuanto tuvieran a algún enemigo cerca, propondría una estrategia al tiburón.
- Octojin, cuando tengamos a tiro a algún enemigo si quieres puedes lanzarme contra él como si fuera una bala humana. No te preocupes por hacerme daño, ya te darás cuenta cuando lo hagas de que no se me da nada mal desplazarme por el aire ni aterrizar con estilo.
El marine estaba en parte deseoso de que comenzaran las hostilidades. No sabía por qué pero había algo en él que le empujaba a querer conseguir más canicas para complacer a la caprichosa deidad que gobernaba aquel lugar. ¿Sería también esa sensación un efecto secundario de su involuntaria y escatológica ofrenda?