Muken
Veritas
28-08-2024, 06:41 PM
El sol comenzaba a calentar la piel de Muken mientras afilaba su cuchillo sobre una piedra. El metal chispeaba y el olor a hierro llenaba el aire. Con cada pasada, el filo se volvía más afilado, listo para cortar la carne del ciervo. Al acercarse al animal, sintió una mezcla de respeto y gratitud. Con movimientos suaves y precisos, comenzó a separar la piel del cuerpo, revelando la musculatura rojiza. Mientras trabajaba, pensaba en la vida que había albergado aquel cuerpo y en la importancia de aprovechar al máximo cada parte del animal.
Muken, con la destreza de años de experiencia, trabajaba con rapidez y precisión. Justo cuando estaba por dar el último corte, un sonido agudo y desgarrador lo detuvo. Era el balido de un cervatillo, pequeño y tembloroso, que se escondía entre los arbustos cercanos. El pequeño animal, al ver a Muken, soltó otro balido, esta vez más fuerte, lleno de miedo y confusión.
Muken se quedó inmóvil, observando al cervatillo. Entendió al instante que aquel era el hijo del animal que acababa de abatir. Sintió un nudo en la garganta. Sabía que en la naturaleza, la ley del más fuerte era implacable, pero no podía dejar al pequeño huérfano a su suerte. Con cuidado, se acercó al cervatillo y, con voz suave, lo llamó. El animal se quedó quieto, observándolo con grandes ojos asustados.
Muken, con el corazón oprimido por la compasión, extendió una mano hacia el cervatillo. El pequeño animal, desconfiado al principio, se mantuvo a distancia. Con paciencia y movimientos lentos, Muken continuó acercándose, hasta que finalmente, el cervatillo, impulsado por el hambre y la soledad, se dejó acariciar suavemente.
Con una decisión tomada, Muken se levantó y, con el cervatillo en brazos, se dirigió hacia su campamento. Sabía que alimentar a un animal tan pequeño no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacerlo. Llegado al campamento, preparó una mezcla de leche de cabra y hierbas, que era lo más parecido a la leche materna que podía ofrecer. Con cuidado, acercó el biberón a la boca del cervatillo. Al principio, el pequeño animal se mostró reacio, pero el hambre lo impulsó a probar. Poco a poco, comenzó a beber con avidez.
Muken decidió construir un pequeño refugio para el cervatillo, utilizando ramas y hojas. Allí, el pequeño animal tendría un lugar seguro para descansar y crecer. Día tras día, Muken se encargó de alimentar y cuidar al cervatillo, estableciendo un vínculo especial con él.
El cervatillo, al que llamó "Anya", creció sano y fuerte bajo el cuidado de Muken. Con el tiempo, Anya se convirtió en una compañera inseparable para Muken. Juntos exploraban los bosques, cazaban pequeños animales y compartían momentos de alegría y tranquilidad.
Muken había encontrado en Anya mucho más que una mascota. Había encontrado un amigo, una conexión con la naturaleza que lo llenaba de paz y esperanza. Y aunque sabía que Anya, tarde o temprano, tendría que volver a la vida salvaje, estaba agradecido por el tiempo que habían compartido y por la lección de compasión que había aprendido.
Muken, con la destreza de años de experiencia, trabajaba con rapidez y precisión. Justo cuando estaba por dar el último corte, un sonido agudo y desgarrador lo detuvo. Era el balido de un cervatillo, pequeño y tembloroso, que se escondía entre los arbustos cercanos. El pequeño animal, al ver a Muken, soltó otro balido, esta vez más fuerte, lleno de miedo y confusión.
Muken se quedó inmóvil, observando al cervatillo. Entendió al instante que aquel era el hijo del animal que acababa de abatir. Sintió un nudo en la garganta. Sabía que en la naturaleza, la ley del más fuerte era implacable, pero no podía dejar al pequeño huérfano a su suerte. Con cuidado, se acercó al cervatillo y, con voz suave, lo llamó. El animal se quedó quieto, observándolo con grandes ojos asustados.
Muken, con el corazón oprimido por la compasión, extendió una mano hacia el cervatillo. El pequeño animal, desconfiado al principio, se mantuvo a distancia. Con paciencia y movimientos lentos, Muken continuó acercándose, hasta que finalmente, el cervatillo, impulsado por el hambre y la soledad, se dejó acariciar suavemente.
Con una decisión tomada, Muken se levantó y, con el cervatillo en brazos, se dirigió hacia su campamento. Sabía que alimentar a un animal tan pequeño no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacerlo. Llegado al campamento, preparó una mezcla de leche de cabra y hierbas, que era lo más parecido a la leche materna que podía ofrecer. Con cuidado, acercó el biberón a la boca del cervatillo. Al principio, el pequeño animal se mostró reacio, pero el hambre lo impulsó a probar. Poco a poco, comenzó a beber con avidez.
Muken decidió construir un pequeño refugio para el cervatillo, utilizando ramas y hojas. Allí, el pequeño animal tendría un lugar seguro para descansar y crecer. Día tras día, Muken se encargó de alimentar y cuidar al cervatillo, estableciendo un vínculo especial con él.
El cervatillo, al que llamó "Anya", creció sano y fuerte bajo el cuidado de Muken. Con el tiempo, Anya se convirtió en una compañera inseparable para Muken. Juntos exploraban los bosques, cazaban pequeños animales y compartían momentos de alegría y tranquilidad.
Muken había encontrado en Anya mucho más que una mascota. Había encontrado un amigo, una conexión con la naturaleza que lo llenaba de paz y esperanza. Y aunque sabía que Anya, tarde o temprano, tendría que volver a la vida salvaje, estaba agradecido por el tiempo que habían compartido y por la lección de compasión que había aprendido.