Una pequeña silueta invade las cumbres tras un gran salto, si los que observan a la criatura podrán darse cuenta de que la misma se trata de un Gnomo ataviado con un sombrero blanco, ropajes verdes, una bolsa de canicas de la cual destaca una de color dorado y está pertrechado con una mochila y tres cazamariposas, uno de ellos dorado
Galhard aterrizó en las cumbres del destierro con un suave impacto, su pequeño cuerpo se acomodó en la fría y rocosa superficie con agilidad. La brisa gélida que barría el terreno le recordó lo inhóspito de este lugar, pero no tenía tiempo para disfrutar del paisaje ni para pensar en las dificultades. Su objetivo era claro: sobrevivir y mantener las canicas seguras, especialmente la dorada, que parecía tener un significado más profundo en este mundo de pesadillas.
El gnomo ajustó su sombrero blanco, asegurándose de que no se cayera mientras avanzaba con determinación. Sabía que no estaba solo en estas cumbres. Había escuchado los ecos de la batalla más abajo, las explosiones, los gritos, y ahora el cielo amenazante que se cernía sobre él era testigo de la furia de Norfeo, el temible ser que parecía controlar este mundo. Galhard sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no era momento de flaquear. Tenía que estar preparado para lo que viniera.
A lo lejos, distinguió figuras moviéndose entre las sombras. Los otros participantes en este juego mortal estaban acercándose. Galhard los observó detenidamente mientras aseguraba la mochila a su espalda y empuñaba dos de sus tres cazamariposas, llevando el dorado en la mano derecha con firmeza. No era un arma convencional, pero había aprendido que en este mundo distorsionado, las reglas eran diferentes. Todo podía ser un arma, incluso algo tan trivial como un cazamariposas.
La presencia de los números en las cabezas de los demás le recordó el peligro en el que se encontraba. Su propio número brillaba con un brillo tenue, un recordatorio constante de que estaba siendo evaluado, juzgado. Pero Galhard no se dejaba intimidar fácilmente. Sabía que su astucia y su capacidad para adaptarse lo habían mantenido con vida hasta ahora, y no pensaba dejar que eso cambiara.
Sus ojos se posaron en el grupo que se acercaba desde los puentes de madera. El autoproclamado líder, Octojin, con una extraña mezcla de seres a su alrededor, encabezaba la marcha. Galhard reconoció a algunos de ellos, recordando fragmentos de sus interacciones anteriores en este mundo. La sirena que seguía de cerca a Octojin, el Profeta que había decidido seguir el mandamiento de Norfeo... Todos estaban unidos por un objetivo común: sobrevivir, pero también por el deseo de obtener más poder en este juego.
Galhard sabía que no podía enfrentarse a todos ellos de frente. Pero tampoco podía quedarse quieto y esperar a que lo alcanzaran. Sus pensamientos se aceleraron mientras calculaba sus opciones. La clave estaba en la movilidad, en mantenerse un paso adelante.
Con un último vistazo a los que se acercaban, Galhard se preparó para moverse de nuevo. No tenía tiempo que perder. Debía encontrar un lugar seguro o una estrategia para burlar a sus perseguidores. Y mientras lo hacía, una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Sabía que este juego aún no había terminado, y él no era alguien que se rindiera fácilmente. Con un último ajuste de su sombrero, se adentró más en las cumbres, listo para el próximo desafío.
—He llegado para continuar la batalla y aumentar mi número de canicas, quien quiera enfrentarse a mi que dé un paso al frente!!— Gritó con decisión mientras acababa de aterrizar cerca del bullicio de gente.