Octojin
El terror blanco
28-08-2024, 11:35 PM
Con el caminar tambaleante, Octojin seguía el paso de Asradi, quien había tomado el mando de la situación en busca de un refugio más seguro. Había asegurado que conocía una cueva cerca, asi que iban hacha allí. La cercanía del río les proporcionaba un sonido tranquilizador y constante, un contraste con el susurro ominoso de las aves que, por el momento, parecían haberse alejado algo, quizá fruto de que no podían identificar a los dos habitantes del mar. Mientras avanzaban, la frescura del agua se convirtió en un aliado vital, y Octojin no desaprovechaba ninguna oportunidad para hacer una pequeña parada y mojarse la cara y el pecho, intentando calmar la fiebre que aún le consumía. Lo cierto es que lo consiguió, ya que cada vez que su cuerpo entraba en contacto con el agua, la sensación era más que agradable y su cuerpo iba encontrando una temperatura más común.
A medida que se acercaban a la cueva mencionada por Asradi, el entorno se tornaba más sombrío. Los árboles, altos y densos, tejían una cubierta casi impenetrable que dejaba pasar solo algunos rayos de luz, creando un mosaico de luces y sombras sobre el suelo del bosque. El ambiente se cargaba con el olor a tierra húmeda y vida silvestre, un recordatorio constante de que no estaban solos en aquel lugar remoto.
Asradi decidió poner su mano en la espalda del gyojin. Algo que sin duda le ayudaba a seguir el ritmo y no caer rendido por sus continuos tambaleos. Cada cierta distancia Octojin cruzaba miradas con la sirena, intentando que sintiese que estaba algo mejor, aunque decidió no cruzar palabra para ahorrar energía.
Finalmente, llegaron a la entrada de la cueva. Oculta parcialmente por la maleza y unas rocas dispersas, la abertura parecía invitarlos a un mundo diferente, un santuario lejos de las amenazas del cielo abierto. Sin embargo, su resguardo prometedor estaba ya ocupado. Una enorme bestia dormía justo en el umbral, su cuerpo era una amalgama peculiar de varios animales: tenía la cabeza de un oso con una boca llena de dientes afilados, los ojos cerrados revelaban una mezcla de párpados escamosos. Su torso era grueso y musculoso, cubierto de un pelaje espeso que se mezclaba con manchas de piel escamosa. Sus patas delanteras eran fuertes y acababan en garras como las de un águila, mientras que las traseras parecían las de un lobo, dándole un aspecto feroz y a la vez extraño. La cola, larga y flexible, se enrollaba a su alrededor, con espinas visibles que se erizaban incluso en su sueño. Aquella bestia parecía sacada de una fábula.
Mientras Octojin observaba con cautela a la criatura, el silencio del lugar se rompió por el sonido del agua corriente y el crujir ocasional de las ramas bajo el peso de la fauna oculta. Los graznidos de las aves habían cesado, quizás desviados por un nuevo interés o disuadidos por la presencia de la bestia en la cueva.
Aprovechando la proximidad del río, Octojin se acercó a la orilla y sumergió sus brazos en el agua fría, intentando aliviar el ardor de su fiebre. Luego, se sentó en una roca grande, mirando hacia la cueva y la bestia que bloqueaba su entrada.
—Asradi, necesitamos un plan,—dijo con firmeza—quizá luchar contra esa bestia no sea lo más inteligente dado mi estado, pero no podemos quedarnos aquí expuestos. Si es necesario, estoy dispuesto a enfrentarla para asegurar nuestro refugio. El primer golpe se lo comerá, está dormido. Quizá si es lo suficientemente fuerte…
Su propuesta reflejaba un valor que, bajo otras circunstancias, podría haber sido considerado temerario. Sin embargo, en aquel momento, era una muestra de su resolución y su deseo de proteger no solo su propia vida sino también la de su inesperada compañera en aquel lugar implacable.
El escualo se caracterizaba más por sus agallas que por su inteligencia en el campo de batalla. Lo tendrías que tumbar cinco veces antes de que se rindiera, y probablemente no lo haría hasta estar inconsciente. Quizá esa forma de actuar fuese totalmente en contra de la sirena. Aunque quizá ella se defendiese bien en el campo de batalla. La cosa es que de no entrar allí y estar a resguardo, el tiburón no podría descansar tranquilamente. Aunque… ¿qué habría en aquella cueva? ¿La curiosidad mataría a los habitantes del mar? ¿O los premiaría? En cualquier caso, solo quedaba esperar a que la sirena decidiese.
A medida que se acercaban a la cueva mencionada por Asradi, el entorno se tornaba más sombrío. Los árboles, altos y densos, tejían una cubierta casi impenetrable que dejaba pasar solo algunos rayos de luz, creando un mosaico de luces y sombras sobre el suelo del bosque. El ambiente se cargaba con el olor a tierra húmeda y vida silvestre, un recordatorio constante de que no estaban solos en aquel lugar remoto.
Asradi decidió poner su mano en la espalda del gyojin. Algo que sin duda le ayudaba a seguir el ritmo y no caer rendido por sus continuos tambaleos. Cada cierta distancia Octojin cruzaba miradas con la sirena, intentando que sintiese que estaba algo mejor, aunque decidió no cruzar palabra para ahorrar energía.
Finalmente, llegaron a la entrada de la cueva. Oculta parcialmente por la maleza y unas rocas dispersas, la abertura parecía invitarlos a un mundo diferente, un santuario lejos de las amenazas del cielo abierto. Sin embargo, su resguardo prometedor estaba ya ocupado. Una enorme bestia dormía justo en el umbral, su cuerpo era una amalgama peculiar de varios animales: tenía la cabeza de un oso con una boca llena de dientes afilados, los ojos cerrados revelaban una mezcla de párpados escamosos. Su torso era grueso y musculoso, cubierto de un pelaje espeso que se mezclaba con manchas de piel escamosa. Sus patas delanteras eran fuertes y acababan en garras como las de un águila, mientras que las traseras parecían las de un lobo, dándole un aspecto feroz y a la vez extraño. La cola, larga y flexible, se enrollaba a su alrededor, con espinas visibles que se erizaban incluso en su sueño. Aquella bestia parecía sacada de una fábula.
Mientras Octojin observaba con cautela a la criatura, el silencio del lugar se rompió por el sonido del agua corriente y el crujir ocasional de las ramas bajo el peso de la fauna oculta. Los graznidos de las aves habían cesado, quizás desviados por un nuevo interés o disuadidos por la presencia de la bestia en la cueva.
Aprovechando la proximidad del río, Octojin se acercó a la orilla y sumergió sus brazos en el agua fría, intentando aliviar el ardor de su fiebre. Luego, se sentó en una roca grande, mirando hacia la cueva y la bestia que bloqueaba su entrada.
—Asradi, necesitamos un plan,—dijo con firmeza—quizá luchar contra esa bestia no sea lo más inteligente dado mi estado, pero no podemos quedarnos aquí expuestos. Si es necesario, estoy dispuesto a enfrentarla para asegurar nuestro refugio. El primer golpe se lo comerá, está dormido. Quizá si es lo suficientemente fuerte…
Su propuesta reflejaba un valor que, bajo otras circunstancias, podría haber sido considerado temerario. Sin embargo, en aquel momento, era una muestra de su resolución y su deseo de proteger no solo su propia vida sino también la de su inesperada compañera en aquel lugar implacable.
El escualo se caracterizaba más por sus agallas que por su inteligencia en el campo de batalla. Lo tendrías que tumbar cinco veces antes de que se rindiera, y probablemente no lo haría hasta estar inconsciente. Quizá esa forma de actuar fuese totalmente en contra de la sirena. Aunque quizá ella se defendiese bien en el campo de batalla. La cosa es que de no entrar allí y estar a resguardo, el tiburón no podría descansar tranquilamente. Aunque… ¿qué habría en aquella cueva? ¿La curiosidad mataría a los habitantes del mar? ¿O los premiaría? En cualquier caso, solo quedaba esperar a que la sirena decidiese.