Atlas
Nowhere | Fénix
29-08-2024, 12:12 AM
Situado al borde de un desfiladero, observaba el paisaje desolador que se extendía ante mí. Aquel lugar rebosante de furia antigua me hacía sentirme pequeño. No sólo físicamente, que también, a consecuencia de la colosal envergadura de los picos más altos que se podían ver a lo lejos. No, simplemente con pensar en los centenares de años que aquellas rocas llevarían allí, casi en el mismo estado, mientras generaciones y generaciones de hombres y mujeres como yo perecían... Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. No éramos ni siquiera un grano en el culo del universo e íbamos por la vida dándonos aires de grandeza.
El aire de las montañas se movía con la fiereza de una bestia acorralada, golpeándome de forma que llegaba a resultar dolorosa. No parecía una idea demasiado buena continuar en aquel lugar sin más, así que contemplé el sendero que hacia mi derecha ascendía y hacia mi izquierda descendía. ¿Hacia abajo o hacia arriba?
No había tomado aún una decisión cuando la voz de Norfeo retumbó desde la nada. Rebotaba en las paredes rocosas de las montañas y, sumergida en el iracundo viento, martilleaba mis tímpanos con saña. Estaba enfadado, se había aburrido, se le había ocurrido un juego nuevo o, quizás, un poco de todo mezclado en una aliño perfecto para una ensalada de destrucción. Fuera cual fuese la respuesta no resultaba especialmente relevante al fin y al cabo, pues el resultado para mí y para todos los demás sería el mismo. ¿Dónde estaría, por cierto? Hasta el momento sólo había podido hablar con dos tipos, pero había podido identificar a varios más a lo lejos en la tundra helada.
Finalmente, dado que como buen dios Norfeo debía estar en lo más alto, opté por recorrer el camino que llevaba hasta la cima. Cuando más ascendía, más violentas eran las ráfagas de aire que circulaban por el espacio que quedaba entre los riscos. Tras unos doscientos metros —medidos completamente a ojo, claro— terminé por alcanzar un punto donde la vereda que subía por el desfiladero perdía su pendiente y se abría para dar lugar a una suerte de explanada. El panorama allí era cuanto menos curioso, puesto que había un montón de personas, a cada cual más peculiar, que por supuesto no conocía de nada. Al menos, no fui capaz de identificar a nadie en un rápido vistazo.
¿Estarían por allí Sid y el tipo de los acertijos? A saber, pero si yo fuese un dios caprichoso probablemente hubiese juntado todos mis juguetes en la misma caja para ver cuál resultaba vencedor.
Me detuve justo donde el sendero se convertía en área abierta, atento, porque no sabía por dónde podía salir todo aquello. ¿Estaría mirando ese niñato caprichoso o ya se habría aburrido de nosotros? Bueno, que se había aburrido estaba claro, porque nos había puesto fecha de caducidad. Y muy próxima, además.
El aire de las montañas se movía con la fiereza de una bestia acorralada, golpeándome de forma que llegaba a resultar dolorosa. No parecía una idea demasiado buena continuar en aquel lugar sin más, así que contemplé el sendero que hacia mi derecha ascendía y hacia mi izquierda descendía. ¿Hacia abajo o hacia arriba?
No había tomado aún una decisión cuando la voz de Norfeo retumbó desde la nada. Rebotaba en las paredes rocosas de las montañas y, sumergida en el iracundo viento, martilleaba mis tímpanos con saña. Estaba enfadado, se había aburrido, se le había ocurrido un juego nuevo o, quizás, un poco de todo mezclado en una aliño perfecto para una ensalada de destrucción. Fuera cual fuese la respuesta no resultaba especialmente relevante al fin y al cabo, pues el resultado para mí y para todos los demás sería el mismo. ¿Dónde estaría, por cierto? Hasta el momento sólo había podido hablar con dos tipos, pero había podido identificar a varios más a lo lejos en la tundra helada.
Finalmente, dado que como buen dios Norfeo debía estar en lo más alto, opté por recorrer el camino que llevaba hasta la cima. Cuando más ascendía, más violentas eran las ráfagas de aire que circulaban por el espacio que quedaba entre los riscos. Tras unos doscientos metros —medidos completamente a ojo, claro— terminé por alcanzar un punto donde la vereda que subía por el desfiladero perdía su pendiente y se abría para dar lugar a una suerte de explanada. El panorama allí era cuanto menos curioso, puesto que había un montón de personas, a cada cual más peculiar, que por supuesto no conocía de nada. Al menos, no fui capaz de identificar a nadie en un rápido vistazo.
¿Estarían por allí Sid y el tipo de los acertijos? A saber, pero si yo fuese un dios caprichoso probablemente hubiese juntado todos mis juguetes en la misma caja para ver cuál resultaba vencedor.
Me detuve justo donde el sendero se convertía en área abierta, atento, porque no sabía por dónde podía salir todo aquello. ¿Estaría mirando ese niñato caprichoso o ya se habría aburrido de nosotros? Bueno, que se había aburrido estaba claro, porque nos había puesto fecha de caducidad. Y muy próxima, además.