Primavera 45 - 724
- Uno, dos, uno, dos...- Murmuraba Byron golpeando de forma continua y precisa el tronco de un árbol con un hacha prestada.
Gracias a los consejos, que en busca de un buen barco, pidió el joven en la isla Kilombo, se enteró de que en las Islas Gecko era un buen lugar donde hacerse con un navío. Teniendo esta en sus dominios uno de los mejores astilleros del mar del este, si no era el mejor, era obvio que aquellos que informaron al muchacho, estaban en lo cierto. Curiosamente esos mismos individuos se sorprendieron a ver que el chico tenía el conocimiento de la existencia de un lugar así, algo comprensible por otro lado entendiendo el contexto de que el muchacho de ojos amatistas no pertenecía a este mar, pues pertenecía al Grand Line, y tampoco es que tuviese muchísimos conocimientos sobre aquel siendo sinceros.
Con el recién adquirido conocimiento, no dudó en ponerse en marcha, había malgastado mucho tiempo en aquella tranquila isla, y a la aventura no había que hacerla esperar. Al no disponer de barco, y con la pereza que le suponía volver a usar su viejo, pero confiable truco de seducir a una persona con suficiente capital como para enterrar al joven sobre un centenar de embarcaciones, por el mal trago que suponía para su conciencia el prometerle el cielo a una viuda o una virgen cuarentona, buscó una forma distinta de conseguir su objetivo.
Siendo Kilombo una isla con un cuartel de la marina, llegaban barcos de mercancía casi a diario, simplemente tenía que esperar el que partiese hacia su destino. Nadie negaría que era una tarea complicada, y que teniendo en cuenta como había llegado a esa isla en primer lugar, si el plan no salía como era esperado, los problemas harían acto de presencia. Teniendo esto muy en cuenta elaboró un intrincado plan, en el momento de la descarga del cargamento sorprender a uno de los distraídos trabajadores que se quedaban a bordo, reducirlo, robarle su uniforme y hacerse pasar por él el tiempo que necesitase hasta encontrar un lugar donde esconderse. Sin intenciones asesinas de por medio, obviamente, no había llegado a tal grado de desesperación. Sorprendentemente salió bien, usando la noche para saciar su hambre y hacer sus necesidades, consiguió salir entero de la situación. Cuando llegó y el barco echó el ancla, simplemente se zambulló al agua desde la cubierta y nadó hasta la orilla.
- Uno, dos, uno, dos...- Seguía murmurando Byron golpeando con fuerza aquel árbol, ataviado con prendas de leñador haciendo juego con su hacha.
Cuando el muchacho llegó a la isla Kolima, se encontró con risas por parte de los aldeanos del pueblo. No era para menos, se plantó allí aporreando la puerta de mala manera y exigiendo un barco con emoción, como si pudiese pagarlo para empezar, probablemente un barco costase mucho más de lo que Byron podía permitirse. Al parecer se había confundido de isla, aquellas islas estaban formadas por tres islas concretamente, Kolima, Syrup y Manantial, lastimosamente Kolima no era la que poseía el famoso astillero del que había oído hablar.
La desilusión en el chico fue tal, que a poco se desmaya, se dejó caer de tal forma ante aquellos hombres que acabaron cambiando sus risas por preocupación. Ofrecieron asiento al joven, quien se sentó cruzado de brazos, dejando ver claramente el humor de perros que claramente inundaba su ser. Tampoco tenía intención de esconder sus sentimientos, al fin y al cabo, la transparencia y el leer su ánimo como un libro abierto era una de las cosas que lo caracterizaban.
Al parecer el pequeño pueblo, era un pueblo de leñadores, y ellos se encargaban de abastecer al famoso astillero del que tenía conocimiento. Uno de los pueblerinos se ofreció a guiar a Byron hasta la gastada cabaña del jefe de leñadores, igual él podía darle algo más de información. Gustoso, y haciendo un pequeño gesto con su mano como respuesta, ambos partieron con su propósito en mente.
Con más calma, Byron pudo apreciar el tipo de construcciones de la aldea. Todas de madera tallada y pulida, parecía que la era del ladrillo no había llegado a ese lugar. El verde arropaba la aldea, en parte, parecía un lugar perteneciente a un cuento de hadas, el musgo rodeando los troncos de árboles usados como pilares de los edificios, como la vegetación se abría camino sobre el mismo camino del pueblo, desde luego el lugar era acogedor.
Una vez en la puerta Byron se encontró con un corpulento e imponente hombre, este le dirigió la mirada esperando que el muchacho abriese su boca para ver que quería, parecía ocupado, y el incesante movimiento que hacía con una de sus manos golpeando uno de sus bíceps mientras estaba de brazos cruzados parecía gritarle que se apremiase.
- Si, eh, bueno, a ver, estoy buscando un barco y...- El hombre cortó de inmediato al chico y comenzó a hablar él.
- ¿Con qué un barco eh? Perfecto, trabaja para mí talando árboles durante unos días y veré que puedo hacer.- Antes siquiera de poder reaccionar, ya tenía un hacha en sus manos y aquel musculoso hombre lo empujaba suavemente para que se pusiera a trabajar.
Y así, es como llegó a esa situación, era su tercer día, y tenía las manos llenas de ampollas. A pesar de ser un trabajo similar al que realizaba cuando era más joven para entrenar, la dureza y grosor de estos árboles parecían de otro mundo, no podía ni siquiera imaginar como acabarían sus manos de no estar familiarizado con este tipo de prácticas.
El árbol que estaba cortando finalmente cayó, y él también, debido a esfuerzo, se quedó unos minutos descansado sentado sobre el verde césped, tenía que recobrar el aliento pues la jornada laboral no había hecho más que comenzar.
- Uno, dos, uno, dos...- Murmuraba Byron golpeando de forma continua y precisa el tronco de un árbol con un hacha prestada.
Gracias a los consejos, que en busca de un buen barco, pidió el joven en la isla Kilombo, se enteró de que en las Islas Gecko era un buen lugar donde hacerse con un navío. Teniendo esta en sus dominios uno de los mejores astilleros del mar del este, si no era el mejor, era obvio que aquellos que informaron al muchacho, estaban en lo cierto. Curiosamente esos mismos individuos se sorprendieron a ver que el chico tenía el conocimiento de la existencia de un lugar así, algo comprensible por otro lado entendiendo el contexto de que el muchacho de ojos amatistas no pertenecía a este mar, pues pertenecía al Grand Line, y tampoco es que tuviese muchísimos conocimientos sobre aquel siendo sinceros.
Con el recién adquirido conocimiento, no dudó en ponerse en marcha, había malgastado mucho tiempo en aquella tranquila isla, y a la aventura no había que hacerla esperar. Al no disponer de barco, y con la pereza que le suponía volver a usar su viejo, pero confiable truco de seducir a una persona con suficiente capital como para enterrar al joven sobre un centenar de embarcaciones, por el mal trago que suponía para su conciencia el prometerle el cielo a una viuda o una virgen cuarentona, buscó una forma distinta de conseguir su objetivo.
Siendo Kilombo una isla con un cuartel de la marina, llegaban barcos de mercancía casi a diario, simplemente tenía que esperar el que partiese hacia su destino. Nadie negaría que era una tarea complicada, y que teniendo en cuenta como había llegado a esa isla en primer lugar, si el plan no salía como era esperado, los problemas harían acto de presencia. Teniendo esto muy en cuenta elaboró un intrincado plan, en el momento de la descarga del cargamento sorprender a uno de los distraídos trabajadores que se quedaban a bordo, reducirlo, robarle su uniforme y hacerse pasar por él el tiempo que necesitase hasta encontrar un lugar donde esconderse. Sin intenciones asesinas de por medio, obviamente, no había llegado a tal grado de desesperación. Sorprendentemente salió bien, usando la noche para saciar su hambre y hacer sus necesidades, consiguió salir entero de la situación. Cuando llegó y el barco echó el ancla, simplemente se zambulló al agua desde la cubierta y nadó hasta la orilla.
- Uno, dos, uno, dos...- Seguía murmurando Byron golpeando con fuerza aquel árbol, ataviado con prendas de leñador haciendo juego con su hacha.
Cuando el muchacho llegó a la isla Kolima, se encontró con risas por parte de los aldeanos del pueblo. No era para menos, se plantó allí aporreando la puerta de mala manera y exigiendo un barco con emoción, como si pudiese pagarlo para empezar, probablemente un barco costase mucho más de lo que Byron podía permitirse. Al parecer se había confundido de isla, aquellas islas estaban formadas por tres islas concretamente, Kolima, Syrup y Manantial, lastimosamente Kolima no era la que poseía el famoso astillero del que había oído hablar.
La desilusión en el chico fue tal, que a poco se desmaya, se dejó caer de tal forma ante aquellos hombres que acabaron cambiando sus risas por preocupación. Ofrecieron asiento al joven, quien se sentó cruzado de brazos, dejando ver claramente el humor de perros que claramente inundaba su ser. Tampoco tenía intención de esconder sus sentimientos, al fin y al cabo, la transparencia y el leer su ánimo como un libro abierto era una de las cosas que lo caracterizaban.
Al parecer el pequeño pueblo, era un pueblo de leñadores, y ellos se encargaban de abastecer al famoso astillero del que tenía conocimiento. Uno de los pueblerinos se ofreció a guiar a Byron hasta la gastada cabaña del jefe de leñadores, igual él podía darle algo más de información. Gustoso, y haciendo un pequeño gesto con su mano como respuesta, ambos partieron con su propósito en mente.
Con más calma, Byron pudo apreciar el tipo de construcciones de la aldea. Todas de madera tallada y pulida, parecía que la era del ladrillo no había llegado a ese lugar. El verde arropaba la aldea, en parte, parecía un lugar perteneciente a un cuento de hadas, el musgo rodeando los troncos de árboles usados como pilares de los edificios, como la vegetación se abría camino sobre el mismo camino del pueblo, desde luego el lugar era acogedor.
Una vez en la puerta Byron se encontró con un corpulento e imponente hombre, este le dirigió la mirada esperando que el muchacho abriese su boca para ver que quería, parecía ocupado, y el incesante movimiento que hacía con una de sus manos golpeando uno de sus bíceps mientras estaba de brazos cruzados parecía gritarle que se apremiase.
- Si, eh, bueno, a ver, estoy buscando un barco y...- El hombre cortó de inmediato al chico y comenzó a hablar él.
- ¿Con qué un barco eh? Perfecto, trabaja para mí talando árboles durante unos días y veré que puedo hacer.- Antes siquiera de poder reaccionar, ya tenía un hacha en sus manos y aquel musculoso hombre lo empujaba suavemente para que se pusiera a trabajar.
Y así, es como llegó a esa situación, era su tercer día, y tenía las manos llenas de ampollas. A pesar de ser un trabajo similar al que realizaba cuando era más joven para entrenar, la dureza y grosor de estos árboles parecían de otro mundo, no podía ni siquiera imaginar como acabarían sus manos de no estar familiarizado con este tipo de prácticas.
El árbol que estaba cortando finalmente cayó, y él también, debido a esfuerzo, se quedó unos minutos descansado sentado sobre el verde césped, tenía que recobrar el aliento pues la jornada laboral no había hecho más que comenzar.