Atlas
Nowhere | Fénix
29-08-2024, 12:33 AM
Fue una alegría descubrir que mis palabras habían llegado a Octojin. Realmente pensaba lo que le había dicho y estaba seguro de que el resto del grupo no tendría problema alguno en recibirle con los brazos abiertos. Todo estaba dicho y ya sólo quedaba que el gyojin encontrase el momento justo en el que hacer efectiva la decisión que parecía haber tomado. Sonreí en señal de acuerdo a su invitación. Lo cierto era que tenía bastante hambre, pero antes...
—Para cuando llegue el día, que espero que sea pronto, la puerta a la que tienes que llamar está por allí arriba —expliqué, señalando hacia mi espalda en dirección a la ubicación de la base del G-31. Desconocía hasta qué punto el hombre-pez conocía la ciudad y, de cualquier modo, si hasta el momento había rehuido el contacto con los marines era posible que no la tuviese del todo ubicada en el mapa.
En cuanto comprobó que me parecía buena idea comenzó a mirar hacia los alrededores, probablemente buscando algún lugar en el que poder meternos. Aquella zona no era precisamente la que albergaba más bares o restaurantes. Al estar tan cerca del puerto, estaba plagada más bien de negocios en los que se vendía lo que el mar brindaba, así como todos aquellos relacionados con el mantenimiento y la compraventa de embarcaciones. Pero si algo bueno tenía estar todo el día intentando esconderme de Shawn era que poco a poco iba conociendo los rincones más escondidos y los tesoros mejor ocultos de Loguetown.
—Ven, te voy a enseñar un lugar —dije al tiempo que me internaba en un callejón cercano gobernado por el olor a orín de borracho—. No te dejes llevar por el aspecto, ¿vale? Supondré que te gusta el pescado —bromeé. Bueno, a fin de cuentas era un tiburón y los tiburones comían otros peces, ¿no?
Había descubierto "El loro del capitán tuerto", como tantas otras cosas, por accidente un día que intentaba escaquearme de las labores impuestas por el sargento Shawn. A mi llegada había encontrado un local desangelado, sin un solo cliente y regentado por un señor mayor que, a pesar de conservar la visión de ambos ojos —o eso me reveló más adelante— acostumbrada a usar un parche.
Era un negocio heredado de sus abuelos y continuaba preparando el pescado tal y como le enseñaron, siendo tratado para ser servido en salazón o con diversas especias, pero crudo. No me había topado con un solo lugar en el que se comiese mejor que allí y, en cierto modo, era mi secreto. Se podría decir que Ogino, el dueño, se había convertido en una suerte de amigo y confidente. Parecía el sitio indicado para llevar a un tiburón parlante al que la mayoría de gente miraba raro. Además, pocos sitios más podrían estar abiertos a esa hora.
—Para cuando llegue el día, que espero que sea pronto, la puerta a la que tienes que llamar está por allí arriba —expliqué, señalando hacia mi espalda en dirección a la ubicación de la base del G-31. Desconocía hasta qué punto el hombre-pez conocía la ciudad y, de cualquier modo, si hasta el momento había rehuido el contacto con los marines era posible que no la tuviese del todo ubicada en el mapa.
En cuanto comprobó que me parecía buena idea comenzó a mirar hacia los alrededores, probablemente buscando algún lugar en el que poder meternos. Aquella zona no era precisamente la que albergaba más bares o restaurantes. Al estar tan cerca del puerto, estaba plagada más bien de negocios en los que se vendía lo que el mar brindaba, así como todos aquellos relacionados con el mantenimiento y la compraventa de embarcaciones. Pero si algo bueno tenía estar todo el día intentando esconderme de Shawn era que poco a poco iba conociendo los rincones más escondidos y los tesoros mejor ocultos de Loguetown.
—Ven, te voy a enseñar un lugar —dije al tiempo que me internaba en un callejón cercano gobernado por el olor a orín de borracho—. No te dejes llevar por el aspecto, ¿vale? Supondré que te gusta el pescado —bromeé. Bueno, a fin de cuentas era un tiburón y los tiburones comían otros peces, ¿no?
Había descubierto "El loro del capitán tuerto", como tantas otras cosas, por accidente un día que intentaba escaquearme de las labores impuestas por el sargento Shawn. A mi llegada había encontrado un local desangelado, sin un solo cliente y regentado por un señor mayor que, a pesar de conservar la visión de ambos ojos —o eso me reveló más adelante— acostumbrada a usar un parche.
Era un negocio heredado de sus abuelos y continuaba preparando el pescado tal y como le enseñaron, siendo tratado para ser servido en salazón o con diversas especias, pero crudo. No me había topado con un solo lugar en el que se comiese mejor que allí y, en cierto modo, era mi secreto. Se podría decir que Ogino, el dueño, se había convertido en una suerte de amigo y confidente. Parecía el sitio indicado para llevar a un tiburón parlante al que la mayoría de gente miraba raro. Además, pocos sitios más podrían estar abiertos a esa hora.