De vez en cuando sus pasos eran más lentos, y también se había detenido en alguna ocasión para permitir que Octojin se refrescase y fuese poco a poco. Ya se habían adentrado en la espesura, dejando atrás a las gigantescas aves. Por ese lado, no era algo tan malo, después de todo. Pero a medida que se adentraban, se escuchaban más sonidos. Cercanos, lejanos. No estaba segura. Podían estar siendo vigilados y no percatarse de si estaban rodeados o no. La sirena aceleró el paso todo lo posible, mientras los sonidos de la selva atravesaban cualquier follaje. Fuese como fuese, no se había apartado de Octojin. No porque tuviese miedo de sus alrededores, aunque no era imbécil. Sino más bien para ofrecerle un silencioso apoyo al gyojin tiburón.
— Estamos cerca. — Musitó, reconociendo aquella ruta como la que había tomado el día anterior.
Lo que no se esperó fue que la cueva estuviese ocupada. Precisamente por esa cosa. Los ojos de Asradi se abrieron de par en par, contemplando a la durmiente bestia. Era enorme, y se encontraba justo en el umbral de la gruta en la que ella había planeado llevar al gyojin tiburón para que descansase.
— No recuerdo que estuviese ahí la última vez... — Quizás simplemente no le había coincidido de verle.
En silencio, la sirena analizó a aquella criatura. Era como una amalgama extraña de varias. Pero era más bien su tamaño y las zarpas peligrosas lo que le tenían en una posición cautelosa. Incluso, casi por inercia, se arrimó un poco más a Octojin.
— Estoy de acuerdo. — Se mordisqueó el labio inferior, pensativa. Necesitaban un plan, y lo necesitaban ya. Y el que Octojin le proponía era arriesgado. No solo para ella, sino también para él, quien era el que estaba en peores condiciones.
Asradi echó un nuevo vistazo a la majestuosa, pero peligrosa, criatura, la cual permanecía dormida al menos por el momento. Todavía no estaba segura. No parecía muy dispuesta a que el gyojin se arriesgase de esa manera. No tal y como estaba.
Aún así, tomó aire. ¿Tenían más opciones? No.
El tiempo apremiaba, ella no conocía de más refugios por la zona. Y él necesitaba descansar cuanto antes. Era arriesgado, pero...
Los ojos azules de la sirena se posaron sobre los de Octojin, con una resolución y una seguridad apabullantes.
— Siento tener que pedirte esto, pero nos tocará enfrentarnos a esa cosa. — En verdad detestaba poner en más apuros, tal y como estaba, a Octojin, pero no quedaba de otra. — Yo te apoyaré. Aprovechemos que está dormido, como has dicho, para asestar el primer golpe.
No sabían si podrían vencerle, pero llegados a ese punto, tenían que arriesgarse.
Asradi retrocedió solo un par de pasos. No por miedo o por cobardía, sino para ponerse en una posición estratégica. Tomó aire unos segundos. ¿Octojin había dicho más fuerza? Bien, se la otorgaría. Solo tenía que entrar unos momentos en trance.
De repente, un cántico empezó a resonar, proveniente de los labios de la sirena. Era, como decían las leyendas, una voz embriagante y atractiva para cualquiera que la escuchase. Y, en este caso, inspiradora. A medida que su voz se alzaba, su concentración en la melodía iba tomando más auge. No era un canto delicado. Era fuerte, poderoso, en alguna antigüa lengua de los mares más norteños. Ese mismo cántico envolvería a Octojin de forma inspiradora. El gyojin sentiría no solo más fuerte, sino también más ligero, mientras la sirena mantuviese ese grado de concentración y voluntad en su canto.
La visión era totalmente hipnótica. Los ojos azules brillantes, reflejando la profundidad y la fuerza del océano. Era una visión peligrosa y hermosa al mismo tiempo. Las escamas plateadas de la cola parecían recibir los pocos rayos de sol que se colaban entre el espeso follaje de los árboles, haciéndolas brillar de manera sutil. Y Asradi con los brazos entreabiertos, semi extendidos hacia el gyojin tiburón. Como si fuese alguna especie de guía otorgándole su bendición.