Atlas
Nowhere | Fénix
29-08-2024, 02:07 AM
Mentiría si negase que las revelaciones de Masao me dejaron cierto sabor agridulce. La parte agria correspondía a que Shawn, al menos de primeras, creía haber encontrado en Masao alguien en quien confiar y a quien podía encargarle labores como aquélla. La parte dulce, por otro lado, implicaba que el muchacho no había actuado exactamente tal y como el sargento esperaba. Sí, me había ido a buscar. Sí, seguramente me dijese de volver a la base en algún momento. Vale, pero de momento seguía allí y estaba disfrutando del espectáculo. Todo indicaba que, aunque me fuese a comer mi correspondiente castigo, podría presenciar la actuación al completo. A fin de cuentas, ese maldito estirado me encontraría más tarde o más temprano y no dudaría en aplicarme el correctivo, me hubiese llevado Masao o no.
—Mi tierra es muy pequeña, Masao —contesté con total sinceridad, ya con la vista fija de nuevo en la actuación que se había reanudado—. No creo que allí vivan más personas que en los barrios más pequeños de Loguetown y, si te digo la verdad, están tan ocupados con la pesca y la agricultura que no tenemos ningún tipo de música o danza propios; nadie los ha desarrollado... Supongo que aún no hemos tenido a nadie que nazca con algún tipo de inquietud musical. Pero una vez al año hacemos una especie de desfile en el que sacamos a la calle grandes muñecos que vamos haciendo poco a poco durante todo el año, uno por familia, y al final del día se montan en botes que se dejan vagar a la deriva en el mar.
Intenté reprimirlo, pero un matiz de tristeza impregnó mi voz de manera irremediable. Esperaba que con tanto jaleo Masao no lo hubiese podido apreciar. Y es que, a pesar de llevar muy bien la poco satisfactoria situación doméstica —por llamarlo de algún modo que no sea desastre— de mi hogar, el hecho de que nosotros fuésemos los únicos en todo el pueblo que no presentásemos nada era algo que siempre me había molestado. Era cierto que mis amigos me dejaban participar en la elaboración de las figuras de sus familias, turnándose entre ellas año tras año. Aun así, siempre había tenido la espinita de nunca haber podido elaborar un diseño propio, uno que ninguno de ellos hubiese visto y que fuese revelado el mismo día del festival... Tan sólo lo que hacían los demás. Un sueño totalmente infantil, lo sé, pero ¿acaso no son esos los más antiguos y profundos, los más verdaderos, los que más calan y dejan huella al no cumplirse?
A mi lado, Masao comenzaba a mover determinadas partes de su cuerpo al ritmo de la música. Parecía no hacerlo queriendo, no tener que concentrarse en hallar el compás, pues su mirada seguía fija en mí y me dedicaba toda su atención. Era la consecuencia de haberlo mamado desde pequeño; de, tal y como me había explicado, salir a la calle y encontrar arte en estado puro por las esquinas. Cosas como aquélla, por otro lado, eran difíciles de encontrar en zonas donde la gente llevase a cabo una vida considerada como normal en los tiempos que corrían. Unos padres afanados en cumplir con su jornada laboral para llevar un salario limpio y legal a casa con el que alimentar a sus hijos, por ejemplo, lo tendrían difícil para pasar horas y horas cada día acompasando sus palmas con las de otras cinco personas. Absolutamente todo en la vida necesitaba tiempo y práctica, los cuales debían ser robados a otros menesteres para alcanzar la maestría.
—Pero si te digo la verdad me encantaría ser capaz de hacer alguna de las cosas que hacen estos artistas. La voz es un don que se me ha negado, eso seguro, y me da que para aprender a tocar la guitarra de ese modo hay que hacer un esfuerzo que no estoy dispuesto a realizar. Pero las palmas... ¿tú podrías enseñarme?
—Mi tierra es muy pequeña, Masao —contesté con total sinceridad, ya con la vista fija de nuevo en la actuación que se había reanudado—. No creo que allí vivan más personas que en los barrios más pequeños de Loguetown y, si te digo la verdad, están tan ocupados con la pesca y la agricultura que no tenemos ningún tipo de música o danza propios; nadie los ha desarrollado... Supongo que aún no hemos tenido a nadie que nazca con algún tipo de inquietud musical. Pero una vez al año hacemos una especie de desfile en el que sacamos a la calle grandes muñecos que vamos haciendo poco a poco durante todo el año, uno por familia, y al final del día se montan en botes que se dejan vagar a la deriva en el mar.
Intenté reprimirlo, pero un matiz de tristeza impregnó mi voz de manera irremediable. Esperaba que con tanto jaleo Masao no lo hubiese podido apreciar. Y es que, a pesar de llevar muy bien la poco satisfactoria situación doméstica —por llamarlo de algún modo que no sea desastre— de mi hogar, el hecho de que nosotros fuésemos los únicos en todo el pueblo que no presentásemos nada era algo que siempre me había molestado. Era cierto que mis amigos me dejaban participar en la elaboración de las figuras de sus familias, turnándose entre ellas año tras año. Aun así, siempre había tenido la espinita de nunca haber podido elaborar un diseño propio, uno que ninguno de ellos hubiese visto y que fuese revelado el mismo día del festival... Tan sólo lo que hacían los demás. Un sueño totalmente infantil, lo sé, pero ¿acaso no son esos los más antiguos y profundos, los más verdaderos, los que más calan y dejan huella al no cumplirse?
A mi lado, Masao comenzaba a mover determinadas partes de su cuerpo al ritmo de la música. Parecía no hacerlo queriendo, no tener que concentrarse en hallar el compás, pues su mirada seguía fija en mí y me dedicaba toda su atención. Era la consecuencia de haberlo mamado desde pequeño; de, tal y como me había explicado, salir a la calle y encontrar arte en estado puro por las esquinas. Cosas como aquélla, por otro lado, eran difíciles de encontrar en zonas donde la gente llevase a cabo una vida considerada como normal en los tiempos que corrían. Unos padres afanados en cumplir con su jornada laboral para llevar un salario limpio y legal a casa con el que alimentar a sus hijos, por ejemplo, lo tendrían difícil para pasar horas y horas cada día acompasando sus palmas con las de otras cinco personas. Absolutamente todo en la vida necesitaba tiempo y práctica, los cuales debían ser robados a otros menesteres para alcanzar la maestría.
—Pero si te digo la verdad me encantaría ser capaz de hacer alguna de las cosas que hacen estos artistas. La voz es un don que se me ha negado, eso seguro, y me da que para aprender a tocar la guitarra de ese modo hay que hacer un esfuerzo que no estoy dispuesto a realizar. Pero las palmas... ¿tú podrías enseñarme?