Silver D. Syxel
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29-08-2024, 03:36 AM
El aire en las Cumbres del Destierro era inusualmente tenso, cargado con una energía casi palpable mientras Silver avanzaba, sus patas felinas pisando el suelo con una ligereza desconocida pero bien recibida. El sonido de voces a lo lejos se hacía cada vez más claro, y pronto pudo distinguir una figura imponente entre la niebla y las islas flotantes. Se trataba de un hombre tiburón, enorme y de aspecto feroz, que parecía estar dirigiéndose a un grupo reunido.
Al acercarse, Syxel pudo captar fragmentos de la conversación. El tiburón hablaba con una convicción casi fanática sobre Norfeo, el dios o entidad que aparentemente controlaba este extraño mundo onírico. Su discurso era apasionado, instando a los presentes a seguirlo hacia el otro territorio para enfrentarse a los que allí se encontraban y tomar sus canicas, tal como había indicado la supuesta deidad.
Llegó tarde a la fiesta, y aunque no estaba completamente al tanto de todos los detalles, comprendió lo esencial: había una batalla que librar y, para él, ninguna aventura estaba completa sin un buen combate.
— Parece que el gato con botas ha llegado justo a tiempo para la acción —pensó, de nuevo en voz alta, sonriendo para sí mismo mientras se acercaba más al grupo.
Pero antes de poder integrarse plenamente, una fuerte ráfaga de viento azotó la zona, golpeándolo con la fuerza de un huracán. Sin previo aviso, sus pequeñas patas no pudieron resistir la presión, y Silver fue derribado sin remedio, rodando por el suelo con un par de volteretas.
— ¡Maldita sea! —masculló, levantándose rápidamente y sacudiendo el polvo de su pelaje. — Estos vientos son más traicioneros que un jodido pirata.
Mientras se incorporaba, por instinto llevó la mano al cinturón, buscando la reconfortante presencia de su petaca. Era un gesto habitual para calmar los nervios antes de la acción, pero su mano se encontró con el vacío. No estaba. No había petaca, ni alcohol.
— Esto sí que es un verdadero problema —murmuró con una mezcla de frustración y resignación.
No obstante, no había tiempo para lamentarse por la falta de ron. El tiburón, junto con el resto de los presentes, ya comenzaba a moverse hacia el norte, en dirección a lo que seguramente sería un campo de batalla. Sin pensarlo dos veces, Silver se unió a la marcha, decidido a no perderse ni un segundo de la acción que se avecinaba.
El viento seguía rugiendo a su alrededor, pero esta vez se mantuvo firme, siguiendo al grupo mientras avanzaban hacia lo desconocido. Aunque no estaba seguro de lo que encontrarían al llegar, una cosa era cierta: el capitán no dejaría que esta oportunidad de gloria se le escapara entre las zarpas.