Octojin
El terror blanco
29-08-2024, 09:47 AM
Octojin siguió a Atlas por el intrincado laberinto de calles de Loguetown, maravillándose en silencio por cómo las fachadas desgastadas y las sombras de los edificios altos se mezclaban con el bullicio de la vida cotidiana. A pesar de la descripción inicial de Atlas sobre la cercanía con el puerto y el carácter utilitario de la zona, Octojin no pudo evitar sentir un cosquilleo de anticipación ante la promesa de descubrir un lugar nuevo y, aparentemente, bien guardado.
Cruzaron un callejón estrecho que exhalaba un fuerte olor a mar y a tiempos mejores. Atlas, con una sonrisa en los labios, le aseguró que no se dejara llevar por las primeras impresiones. Octojin, a pesar de su tamaño y aspecto feroz, sonrió ante la broma sobre su supuesta preferencia por el pescado. Aunque era un tiburón, las expectativas de Atlas sobre sus gustos culinarios le parecieron divertidas y apropiadas.
Finalmente, llegaron a "El loro del capitán tuerto". El restaurante, escondido entre las sombras del callejón, se reveló como una joya oculta. La fachada era modesta, casi podrías pasarla por alto si no fuera por un pequeño cartel de madera que colgaba torcido, anunciando el nombre del establecimiento con letras desgastadas. Octojin observó con interés cómo el lugar se desplegaba ante sus ojos: mesas de madera pulida, un mostrador lleno de peces frescos en hielo, y paredes adornadas con redes y conchas, creando una atmósfera acogedora y auténticamente marina.
Una vez dentro, el aroma del mar se intensificó, mezclándose con el olor a especias y a pescado fresco. Octojin y Atlas se sentaron en una mesa cerca de la ventana, desde donde podían ver el movimiento ocasional en el callejón. El gyojin examinó el menú, su mirada se detuvo en varios platos que prometían deleitar su paladar.
—Voy a pedir el atún en salazón y quizás algo de calamar, ¿te apetece algo? —preguntó Octojin a Atlas, ansioso por saber las preferencias del humano. Decidió, impulsado por un sentimiento de gratitud hacia su nuevo amigo por haberle traído a ese lugar encantador, que él invitaría la cena.
La conversación entre ellos fluyó con naturalidad mientras esperaban su comida. Octojin, sintiéndose cada vez más cómodo, compartió algunas anécdotas de sus viajes por los mares, evitando cualquier mención directa a su especie o al prejuicio que a menudo enfrentaba. Era claro que Atlas no solo le ofrecía una nueva oportunidad, sino también una aceptación sin reservas que Octojin no había experimentado a menudo.
—Realmente aprecio que me hayas traído aquí y por la oportunidad en la Marina —confesó Octojin, con un tono relajado reflejando una mezcla de sinceridad y una rara vulnerabilidad—. No es común encontrar a alguien dispuesto a pasar por alto las diferencias entre especies tan fácilmente.
La noche continuó en armonía, con risas compartidas y historias intercambiadas, sellando una amistad improbable en un rincón inesperado de Loguetown. Octojin sentía que, quizás por primera vez, podría haber encontrado un lugar donde verdaderamente podría pertenecer.
Cruzaron un callejón estrecho que exhalaba un fuerte olor a mar y a tiempos mejores. Atlas, con una sonrisa en los labios, le aseguró que no se dejara llevar por las primeras impresiones. Octojin, a pesar de su tamaño y aspecto feroz, sonrió ante la broma sobre su supuesta preferencia por el pescado. Aunque era un tiburón, las expectativas de Atlas sobre sus gustos culinarios le parecieron divertidas y apropiadas.
Finalmente, llegaron a "El loro del capitán tuerto". El restaurante, escondido entre las sombras del callejón, se reveló como una joya oculta. La fachada era modesta, casi podrías pasarla por alto si no fuera por un pequeño cartel de madera que colgaba torcido, anunciando el nombre del establecimiento con letras desgastadas. Octojin observó con interés cómo el lugar se desplegaba ante sus ojos: mesas de madera pulida, un mostrador lleno de peces frescos en hielo, y paredes adornadas con redes y conchas, creando una atmósfera acogedora y auténticamente marina.
Una vez dentro, el aroma del mar se intensificó, mezclándose con el olor a especias y a pescado fresco. Octojin y Atlas se sentaron en una mesa cerca de la ventana, desde donde podían ver el movimiento ocasional en el callejón. El gyojin examinó el menú, su mirada se detuvo en varios platos que prometían deleitar su paladar.
—Voy a pedir el atún en salazón y quizás algo de calamar, ¿te apetece algo? —preguntó Octojin a Atlas, ansioso por saber las preferencias del humano. Decidió, impulsado por un sentimiento de gratitud hacia su nuevo amigo por haberle traído a ese lugar encantador, que él invitaría la cena.
La conversación entre ellos fluyó con naturalidad mientras esperaban su comida. Octojin, sintiéndose cada vez más cómodo, compartió algunas anécdotas de sus viajes por los mares, evitando cualquier mención directa a su especie o al prejuicio que a menudo enfrentaba. Era claro que Atlas no solo le ofrecía una nueva oportunidad, sino también una aceptación sin reservas que Octojin no había experimentado a menudo.
—Realmente aprecio que me hayas traído aquí y por la oportunidad en la Marina —confesó Octojin, con un tono relajado reflejando una mezcla de sinceridad y una rara vulnerabilidad—. No es común encontrar a alguien dispuesto a pasar por alto las diferencias entre especies tan fácilmente.
La noche continuó en armonía, con risas compartidas y historias intercambiadas, sellando una amistad improbable en un rincón inesperado de Loguetown. Octojin sentía que, quizás por primera vez, podría haber encontrado un lugar donde verdaderamente podría pertenecer.