Octojin
El terror blanco
29-08-2024, 09:58 AM
2 de Primavera del año 723, Isla Kilombo.
Tras días de navegación y la escasez que solo el mar abierto puede ofrecer, Octojin sintió un alivio profundo al avistar Isla Kilombo. Su cuerpo, musculoso y curtido por las corrientes marinas, emergió del agua con la gracia innata de su especie, los gyojin. Al acercarse al muelle de Rostock, sus pasos resonaban sobre la madera húmeda, haciendo que cada tabla crujiese bajo el peso de su formidable figura.
A su alrededor, los ojos de los transeúntes no podían ocultar su sorpresa —algunos con temor, otros con curiosidad— al ver a un gyojin caminar entre ellos. Octojin, acostumbrado a las miradas, no les prestó atención. Su estómago rugía más fuerte que cualquier murmullo de desconfianza, y su enfoque estaba fijado en una sola cosa: encontrar una taberna donde pudiera saciar su apetito sin enfrentarse a las complicaciones usuales que surgían por su raza.
Al caminar por el pueblo, Octojin percibió el bullicio típico de un puerto en plena actividad. Pescadores discutiendo sobre sus capturas, vendedores pregonando lo fresco de sus productos y, no muy lejos, la discordante armonía de una pelea entre dos humanos. El gyojin optó por ignorar el altercado; los conflictos humanos en tierra firme eran distracciones innecesarias cuando su misión era tan clara.
Siguiendo el camino que ascendía ligeramente hacia el centro de la isla, Octojin buscaba signos de una taberna. Su instinto le decía que cerca de la base de la marina podría haber un lugar que sirviera a trabajadores y forasteros sin muchas preguntas. Al fin y al cabo, los marinos a menudo se encontraban lejos de casa y apreciaban un lugar donde la compañía era tan efímera como sus estancias.
La pequeña meseta en el centro de la isla ofrecía una vista panorámica del lugar. A lo lejos, el gran faro del norte destacaba contra el cielo, un guardián solitario en los acantilados. Pero más cercano a él, un establecimiento con un letrero que prometía comida y bebida captó su atención.
"El Kraken Amistoso" decía el letrero, con una imagen caricaturesca de un kraken levantando una jarra de cerveza. Octojin se aproximó, aumentando sus esperanzas en encontrar lo que tanto ansiaba con cada paso. Al entrar, el aroma a comida recién preparada y el murmullo de conversaciones casuales lo envolvieron como una bienvenida.
El interior de la taberna era rústico pero acogedor. Vigas de madera oscura sostenían el techo y varias lámparas colgaban, proporcionando una luz cálida y suave. Octojin se acercó al mostrador, donde un hombre robusto y con un delantal manchado lo miró con sorpresa inicial, que rápidamente se transformó en una sonrisa comercial.
—Bienvenido a El Kraken Amistoso, ¿qué le sirvo? —preguntó el tabernero, con una voz extremadamente ronca pero con una sonrisa que lucía amigable.
—Una buena cantidad de vuestra mejor comida y algo para beber que refresque la garganta de un viajero cansado —respondió Octojin con un tono firme pero cortés.
—Por supuesto, toma asiento donde gustes y en un momento te traigo algo que seguro te hará sentir mejor —aseguró el hombre, señalando hacia las mesas libres cerca de una ventana.
Octojin eligió una mesa en una esquina, donde podría ver toda la taberna sin ser el centro de atención. Mientras esperaba, su mente no pudo evitar reflexionar sobre la hospitalidad inesperada que había encontrado en ese pequeño rincón de Isla Kilombo. Quizás, después de todo, no todas las tierras eran tan hostiles a los forasteros como temía. Al sentir el vigor renovado por la perspectiva de un buen alimento, se prometió a sí mismo que, mientras pudiera, seguiría explorando este mundo vasto y a veces sorprendentemente acogedor.