Balagus
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29-08-2024, 08:34 PM
Órdenes vociferadas en cubierta. Reprimendas y exabruptos hacia los grumetes haraganes. Las pisadas del oni retumbando contra las planchas de madera, haciéndolas crujir sin misericordia, y una pregunta que volvía a salir de sus pulmones a todo volumen: ¿Dónde está el capitán?
Balagus se dejó caer contra el mástil principal, deslizándose hasta dar con el suelo. El cansancio y el calor habían comenzado a hacerle mella. Sólo necesitaría descansar un rato para recobrar las fuerzas, y, a fin de cuentas, la tripulación no era tan necia como para no saber mantener el barco a flote durante unos cuantos minutos sin su supervisión, ¿no?
Y de pronto, lluvia. Lluvia fría, amarga, dolorosa. Arrugó el gesto, pues no había visto ninguna señal de lluvia o tormenta en el cielo. Refunfuñando, empezó a removerse para tratar de incorporarse cuando, aullando cual llanto agónico como si no fuera el mar lo que atravesaba, un viento, aún más gélido que las finas gotas de agua, se coló en su espina dorsal.
El cansancio se evaporó por arte de magia, y nada le impidió ya plantar los pies en el suelo y abrir los ojos. A su alrededor ya no había barco, sino el saliente traicionero de una escarpada montaña, incrustada entre una extensa cordillera de otras como ella, con antiguas ruinas surgiendo desde la piedra aquí y allá como setas de un tronco viejo. Él tampoco era el mismo: sus manos y dedos se habían vuelto verdes, y no quedaba rastro ni de sus imponentes colmillos, ni de sus tupidas melenas y barbas, ni de sus ropas de pieles: en su lugar, sólo le asomaban dos extrañas trompetillas de los lados de la cabeza, y llevaba encima una camisa de lino blanca y sucia, media chaqueta sin mangas roída y mugrienta de algún tipo de piel de reptil, unos pantalones demasiado pequeños para mis piernas, y unas botas desgastadas que ya eran sacos de cuero con cuerdas más que botas.
Y, aunque sorprendido y anonadado por el descubrimiento, no tardó en hacerse a ello con un encogimiento de hombros.
- Pues vale. ¿Qué hay para cenar? –
Pensó que todo aquello podía ser una mera alucinación, fruto del calor. O algún sueño que me hubiese abordado al caer rendido. O podía ser que toda la vida hubiera estado soñando y que esto fuera la realidad. Se rascó la cabeza con un gesto despreocupado, sintiendo que empezaba a dolerle de pensar tanto. Al menos, su hacha seguía fielmente colgada a su espalda. Solo que ya no era un hacha, sino una rama resistente de gran peso y tamaño.
- Oye, mientras siga sirviendo para reventar a la gente, me vale. –
Muy despacio, fue tanteando el terreno con los pies para asegurarse de que el saliente podía aguantar su peso. Entre su ropa encontró una bolsa con una misteriosa canica dentro. Mirarla era casi hipnótico, y sentía que, de alguna forma, tenía una especial relevancia, y que necesitaba hacerse con más de ellas. Además de esto, un número “uno” en rojo flotaba sobre su cabeza como si nada, acrecentando su corazonada.
Bufó con la nariz, pensando en que ya iba estando bien de ver cosas raras. Sin embargo, las extravagancias siguieron atormentándole cuando oyó unas voces resonando entre las montañas. Alarmado, se ocultó rápidamente entre los peñascos que le habían dado refugio, y miró más allá.
En lo alto del monte más cercano, un grupo variopinto, con aspecto de importantes y con brillos dorados en la cabeza, comenzaron a bajar, uno detrás de otro. Balagus esperó a que todos hubieran pasado, y salió de su escondite.
Ya estaba poniendo los pies sobre el inestable borde del saliente, cuando una última silueta apareció de improviso. La sorpresa y la alarma le pillaron en mal momento, y el oni perdió su punto de apoyo.
- ¡OH, MIERDA! –Fue todo lo que pudo gritar, antes de caer rodando sobre la grava de la ladera.