Silver D. Syxel
-
31-08-2024, 05:31 AM
El corte en la pierna del gigante arrancó un rugido de dolor que resonó por toda la zona. Syxel sabía que no iba a dejarlo pasar tan fácilmente. El coloso alzó su improvisada arma con una rapidez que no esperaba, la furia era evidente en cada movimiento.
"Esto no pinta nada bien..." pensó mientras se lanzaba a un lado, apenas esquivando el primer golpe. Pero no había acabado. La inercia del primer ataque llevó a un segundo, más rápido y con aún más fuerza. La enorme rama se abalanzó sobre él con la velocidad de un relámpago, demasiado rápida para esquivarla por completo.
El impacto lo golpeó como un ariete, lanzándolo al suelo. Rodó sobre sí mismo, usando toda su agilidad para girar y tratar de reducir el daño. A pesar del dolor que le recorría el cuerpo, logró ponerse en pie de nuevo. El golpe había sido fuerte, pero por suerte, no tan devastador como podría haber sido.
"Este tipo no se rinde" pensó mientras observaba a su oponente, quien respiraba con dificultad, claramente afectado por el combate, pero aún con fuerzas para seguir luchando. El pirata felino, por su parte, comenzaba a sentir el agotamiento acumulado. La montaña no solo estaba drenando su energía, sino que cada segundo en este lugar parecía robarle un poco más de vitalidad.
Aun así, no estaba solo. Notó cómo Marvolath se movía por el campo de batalla. A pesar de su tamaño y armadura, intentaba acercarse con sigilo, buscando una oportunidad para atacar. La presencia del extraño caballero le daba un margen de maniobra que no estaba dispuesto a desaprovechar.
Apretando los dientes, se levantó, sacudiendo el polvo de su pelaje y preparándose para el siguiente movimiento. La batalla no había terminado, y no tenía intención de ceder sin dar pelea. En el fondo, a pesar de la tensión, no podía evitar sentir una chispa de emoción. Esto era lo que más disfrutaba: el desafío, el riesgo, la adrenalina de saber que cada decisión podría ser la última.
Con la mirada fija en su oponente, se preparó para lo que vendría. El viento seguía aullando, y los lamentos de la montaña no cesaban. Pero él estaba atento, buscando cualquier apertura que pudiera explotar para tratar de acestar un golpe que cambiase las tornas del combate.