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[Aventura] [Tier 2] Un Musico, un brócoli y un tesoro
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
El hombre del rostro pálido y ojeroso hizo alguna mención sobre alguien poco tiempo antes de que nosotros nos acercáramos, pero fue lo suficientemente audible como para no caer como un regalo ante nuestros oídos. Simplemente, dediqué una mueca sonriente mientras acercaba mi cabeza al tenso músico, que claramente estaba visiblemente nervioso por la amenaza contra su vida, y establecí un contacto de miradas mientras le susurraba de manera muy simple una oferta que no podría rechazar.

¿Nos contarás la verdad a nosotros si te lo quitamos de encima? —comenté en casi un silbido de manera clara, calmada y taimada, mientras acariciaba una de mis nudilleras dentro del bolsillo del pantalón con la mano que no tenía al descubierto.

Mediante la oferta de esta simple premisa, no pude evitar entornar ligeramente los ojos en una mueca taimada, pero también altiva, aflojando el ceño de mi cara, y simplemente arqueando una ceja mientras el silencio entre ambos se alargaba. Noté cómo las palabras empezaban a trabajar en su mente, pero no había prisa. La urgencia no era mía, después de todo.

La suave presión del metal frío contra mis nudillos me recordó que el tiempo, sin embargo, sí era un recurso limitado. No para mí, sino para él. La vida era, por decirlo de alguna manera, un juego de tensión constante, y siempre había estado en la cúspide, aprendiendo a ser el que decidía cuando soltar la cuerda. Cuestión del ritmo, de aquella pulsión de ritmos regulares que sucedía cuando te jugabas la vida en cada momento. Afinar cada movimiento con precisión quirúrgica. 
Probablemente, desde fuera pareciera que me estuviera precipitando, pero encontrar el auténtico momento era un don. En este caso, la paciencia era la verdadera arma, pero también lo era la necesidad de urgencia. El silencio, bien utilizado, podía ser más delicioso que el ruido de una amenaza explícita.

Mis ojos se fijaron en los suyos, pero mi mente ya estaba mucho más adelante. Sabía que lo había acorralado con solo unas pocas frases, y eso era exactamente lo que necesitaba. El miedo era útil, pero había algo aún más poderoso: la desesperanza. Cuando un hombre cree que no le queda otra salida, cuando sus últimas esperanzas comienzan a desvanecerse, es entonces cuando se vuelve verdaderamente manejable. Lo había visto tantas veces, en tantas caras diferentes, que era casi una historia ya conocida para mí. El día a día en Tequila Wolf.

Mantuve mi postura relajada, casi desinteresada, como si toda la situación no fuera más que un inconveniente menor en mi día. Eso era clave: nunca mostrar urgencia, nunca mostrar impaciencia. Eso le hacía pensar que tenía margen de maniobra, cuando en realidad, todo lo que hacía era hundirse más en la red que yo había tejido para él. Dejé que mi sonrisa se desvaneciera lentamente, y en su lugar, adopté una expresión de fría expectación que escupían casi soberbia. Todo estaba en sus manos ahora, o al menos eso era lo que quería que creyera.

Esperé a ver durante unos instantes la reacción del hombre amortajado, con una mueca ociosa y casi burlona que denotaba la diferencia entre ambos mundos, su inferioridad situacional y mi porte regio. Trataba de provocarlo para tomar partido de una situación desafortunada, pues las personas solían apresurarse. Sin duda, no podía ocultar el efecto que nuestra pequeña invasión había proporcionado a su campaña, y no estaba contento.
  
Moví ligeramente la cabeza, apenas un gesto de asentimiento mientras devolvía la mirada al músico, como si le estuviera dando mi bendición para que hablara. Sabía que cualquier señal de aprobación, por pequeña que fuera, podría empujarlo en la dirección correcta. Al final, los hombres como él solo querían sobrevivir. Y yo era muy bueno en hacerles creer que esa supervivencia dependía únicamente de su cooperación.
No era una mentira completa, claro. Si jugaba bien sus cartas, tal vez podría salir de esta situación con algo más que su vida. Tal vez incluso con una pequeña promesa de protección. Pero eso no significaba que yo fuera a cumplirla. 
Las promesas eran, después de todo, herramientas más que compromisos… Igual que los vínculos.

La luz arrojada de la lámpara que se situaba sobre nuestras cabezas mostraba una iluminación focal que proyectaba sombras alargadas desde nuestra posición, y en ese momento, me sentí como un depredador acechando en la oscuridad. No era una sensación nueva, pero no por ella dejaba de ser menos divertida. Había aprendido a navegar por estos territorios sombríos desde mi nacimiento, a encontrar en la penumbra el lugar perfecto para esperar, para observar y para atacar cuando el momento era adecuado.

El frío del metal en mi bolsillo era un recordatorio constante de que siempre había una opción más directa si las cosas no salían como esperaba. Pero no necesitaba llegar a eso. La amenaza implícita del hombre velado era más que suficiente en la mayoría de los casos. Los hombres como él, los que se encontraban atrapados en situaciones desesperadas, siempre buscaban la salida más fácil, la que les prometía menos dolor, menos consecuencias. Y en este momento, yo era esa salida.

Mis dedos se deslizaron ligeramente sobre la superficie de la nudillera antes de insertar los dedos dentro y cerrar la mano disimuladamente, notando el frío roce del metal. La tensión en mis músculos se relajó, y volví a mirar al hombre de postura desgarbada, sonriéndole con una honestidad y sinceridad que rallaba la extrañeza.
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RE: [Tier 2] Un Musico, un brócoli y un tesoro - por Terence Blackmore - 31-08-2024, 08:06 PM

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