Ray
Kuroi Ya
31-08-2024, 08:30 PM
El maloliente y deforme joven pudo ver cómo la vida desaparecía de los ojos de su oponente poco a poco tras recibir su golpe. No disfrutó su agonía ni mucho menos, pues no era una persona sádica ni que obtuviera placer del sufrimiento ajeno. De hecho sintió una ligera punzada de arrepentimiento, algo que le decía que lo que acababa de hacer no estaba bien. Al fin y al cabo había matado a dos personas por el simple hecho de que Norfeo, la caprichosa deidad que gobernaba aquella tierra, les había ordenado tanto a él como al resto de los presentes enfrentarse a ellos si no querían morir. Y dado que no le había quedado otro remedio, había obedecido sus dictados.
Tras coger las canicas que llevaba su víctima, el número sobre la cabeza de Ray aumentó repentinamente de uno a ocho. El marine estaba confuso. No sabía cómo era aquello posible si tan solo había conseguido tres canicas más. No obstante una de ellas era diferente, de brillante superficie y un llamativo y verdaderamente elegante color dorado. Era posible que valiese más que las demás.
Cuando levantó la vista vio con alegría que sus compañeros en aquella singular contienda habían salido también triunfadores, y además de eso todos seguían vivos y aparentemente en buenas condiciones. La mujer rubia cargaba con la cantante, y el pato parecía estar ya descansando. A lo lejos, el viejo parecía estar aún estirando como si estuviera preparándose para la batalla que ya había concluido. Octojin alababa a Norfeo, ofreciéndole sus canicas con gestos y palabras que denotaban una devoción absoluta. Ray en cierto modo le envidiaba. Poder adorar con tanto fervor a una fuerza superior, ser capaz de creer en que una deidad como aquella velaba de verdad por ellos y por su seguridad, era algo de lo que él sinceramente no era capaz.
No obstante él también había hecho todo aquello por aquel extraño dios. O mejor dicho, para obtener su perdón. La involuntaria e indecente ofrenda que le había realizado en el lago le había granjeado su ira y desprecio, así que se había esforzado lo máximo posible en cumplir posteriormente sus sangrientos designios por mucho que le desagradara matar innecesariamente. Esperaba que la deidad se diese cuenta de ello, viese el gran desempeño que había tenido en aquel multitudinario combate en su nombre y decidiese perdonar la afrenta que involuntariamente había cometido. Hincó una rodilla en el suelo, manteniendo sus sentidos alerta y sus antenas captando posibles estímulos por si algún enemigo aparecía de la nada, y mirando hacia el cielo dijo:
- Hemos vencido, Norfeo. Los miembros de tu legión hemos cumplido tus designios con valor y esfuerzo, y nuestros enemigos han perecido. Te ofrezco las canicas que he conseguido en compensación por mi involuntaria afrenta anterior, sin pedir nada a cambio más allá de tu perdón.
Y lo decía con sinceridad. Aunque fuera a base de infundirles miedo, Norfeo se había ganado un nuevo soldado que ya había demostrado que mataría por él. Por lograr su perdón y, tal vez, con un poco de suerte también su bendición.
Tras coger las canicas que llevaba su víctima, el número sobre la cabeza de Ray aumentó repentinamente de uno a ocho. El marine estaba confuso. No sabía cómo era aquello posible si tan solo había conseguido tres canicas más. No obstante una de ellas era diferente, de brillante superficie y un llamativo y verdaderamente elegante color dorado. Era posible que valiese más que las demás.
Cuando levantó la vista vio con alegría que sus compañeros en aquella singular contienda habían salido también triunfadores, y además de eso todos seguían vivos y aparentemente en buenas condiciones. La mujer rubia cargaba con la cantante, y el pato parecía estar ya descansando. A lo lejos, el viejo parecía estar aún estirando como si estuviera preparándose para la batalla que ya había concluido. Octojin alababa a Norfeo, ofreciéndole sus canicas con gestos y palabras que denotaban una devoción absoluta. Ray en cierto modo le envidiaba. Poder adorar con tanto fervor a una fuerza superior, ser capaz de creer en que una deidad como aquella velaba de verdad por ellos y por su seguridad, era algo de lo que él sinceramente no era capaz.
No obstante él también había hecho todo aquello por aquel extraño dios. O mejor dicho, para obtener su perdón. La involuntaria e indecente ofrenda que le había realizado en el lago le había granjeado su ira y desprecio, así que se había esforzado lo máximo posible en cumplir posteriormente sus sangrientos designios por mucho que le desagradara matar innecesariamente. Esperaba que la deidad se diese cuenta de ello, viese el gran desempeño que había tenido en aquel multitudinario combate en su nombre y decidiese perdonar la afrenta que involuntariamente había cometido. Hincó una rodilla en el suelo, manteniendo sus sentidos alerta y sus antenas captando posibles estímulos por si algún enemigo aparecía de la nada, y mirando hacia el cielo dijo:
- Hemos vencido, Norfeo. Los miembros de tu legión hemos cumplido tus designios con valor y esfuerzo, y nuestros enemigos han perecido. Te ofrezco las canicas que he conseguido en compensación por mi involuntaria afrenta anterior, sin pedir nada a cambio más allá de tu perdón.
Y lo decía con sinceridad. Aunque fuera a base de infundirles miedo, Norfeo se había ganado un nuevo soldado que ya había demostrado que mataría por él. Por lograr su perdón y, tal vez, con un poco de suerte también su bendición.