Lemon Stone
MVP
31-08-2024, 10:28 PM
Por fin había entrado al Ejército Revolucionario.
-Sí, tráeme el menú para niños, por favor.
Durante mucho tiempo pensó que bastaba con hacer grafitis y desobedecer a los padres, pero un revolucionario es ser alguien peligroso. Lo entendió cuando montó un sindicato en la empresa de su padre. Les jodía la vida a los ricos (principalmente a su propia familia) y se había tatuado el cuerpo, pero no era lo suficientemente rebelde para llamar la atención de RRHH de la Armada. Solían responder que “sus logros eran impresionantes (para un niño), pero, por ningún motivo, lo convertirían en el Comandante Supremo”.
Ante la actitud negativa de la encargada del equipo de reclutamiento y selección de personal, Lemon reflexionó profundamente: bebió con sus amigos de la escuela durante tres días, disfrutando de la piscina en días calurosos. Gracias a ellos, llegó a una conclusión importantísima: debía acumular méritos para postularse como Comandante Supremo, aunque preferiría llamarse Presidente. Aceptando la realidad como personal de escasos recursos resignado a vivir en casa de sus padres hasta la tercera edad, postuló desde la humildad y la perseverancia.
Tras muchísimos extenuantes entrenamientos y demasiadas comidas altas en grasa, Lemon se hallaba preparado para enfrentar su primera misión como recluta oficial del Ejército Revolucionario. Todo saldrá perfecto, aseguró la encargada de misiones para novatos molestos. Sin embargo, Lemon no confiaba mucho en las personas que preferían el chocolate blanco. Por eso, sugirió amablemente (tuvieron que llamar a seguridad) que lo enviasen con un equipo para robar los documentos de una caja fuerte de uno de los tantísimos edificios gubernamentales de Loguetown.
Por ello, Lemon esperaba paciente en una cafetería ubicada cerca de la plaza central de Loguetown. Había pocos placeres superiores al de una cerveza a las 9 de la mañana acompañada de un puro. Su padre le había advertido que agarraría cáncer de pulmón, pero Lemon sabía que los doctores inventaban enfermedades para ganar dinero. Mientras no conociera a muchos médicos todo estaría bien. Es cierto que antes, cuando apenas era un niño de veinte años, iba al hospital hasta porque le dolía una ceja. Sin embargo, el pequeño Lemon se había transformado en un hombre fuerte y resistente, en alguien que no se tropieza con la cola de un perro y termina internado una semana entera en el hospital.
-Señor, esta es la octava vez que se lo repito: no puede consumir bebidas provenientes de otro local en el nuestro. Si no va a pedir nada, por favor retírese -interrumpió una joven de piel bronceada con el ceño fruncido y el cabello negro recogido en una cola.
-Pero si voy a pedir… Estoy viendo la carta, aún no me decido -respondió Lemon sin mirar a la señorita. Su padre le había dicho que era mala educación mirar a los empleados.
-Lleva treinta minutos viendo la misma página de la carta.
-Es que no me acuerdo como se lee -confesó Lemon.
-¿Qué?
-¿Hm? ¿Tú sí sabes?
-C-Claro, aprendí de niña.
-¿Crees que soy un idiota? -le preguntó de pronto, una ligera sonrisa en su rostro. La mesera se moría por decir que sí-. Me lo suelen decir, más de lo que tú crees. “¿Cómo es posible que alguien se olvide de cómo leer? Debe ser un idiota”, es lo que estás pensando. ¿Pero no me hace increíblemente listo anticipar lo que estás pensando? ¡O mejor aún! ¡¿No me hace un genio indiscutible haberte conducido a esta conversación sin que te dieras cuenta de que has sido manipulada todo este tiempo?! -dijo Lemon, emocionándose tanto que se levantó eufórico y golpeó la mesa.
-No diga mamadas, señor. ¿Va a pedir o no?
Ante la frialdad de la mujer, Lemon volvió a tomar asiento reducido a su mínima expresión. Ya no era un hombre, ni siquiera un muchachito. Era un tubérculo. Ni siquiera una arañita que tira telarañas y envenena a sus presas. No, era un maldito tubérculo. Una simple papa que acabaría en aceite hirviendo.