Shy
"Shy"
01-09-2024, 04:27 AM
¿Y por qué las islas Gecko? Aquella era una pregunta que no estaba de más. Por una vez, Shy no estaba cazando recompensas. Un nutrido pago de Geldhart fue suficiente para responder a algunos de sus acreedores y, al menos, darles la esperanza de que un pago aun mayor estaba por llegar. La avaricia de aquellos tipos, irónicamente, les impedía saber cuándo iban a cobrarse sus deudas.
No, el objetivo de Shy era muy distinto. Si bien este cambio de aires podía traer consigo alguna oportunidad a aprovechar, lo había empujado al lacónico cazador a trasladarse allí desde Loguetown era la presencia de un costurero de cierta Fama en el East Blue, que ofrecía demostraciones públicas de su técnica. Dicho de otro modo, Shy pretendía aprender una o dos cosas para sus remiendos. A Ame le habría encantado estar allí y ver al tejedor practicar su arte.
Sin embargo, Shy era un muy mal turista. No por malhablado, maleducado o proclive a practicar acrobacias letales en balcones, sino por sus dificultades para comunicarse. Protagonizó una embarazosa escena en la oficina turística de la isla en la que había atracado, trastabillando con sus palabras hasta serle imposible hacer algo tan sencillo como pedir un mapa de la localidad.
Así pues, se había lanzado a explorar la villa por su cuenta. Aquello se parecía más a su forma de actuar. Pero más pronto que tarde se dio cuenta de que se había perdido en los paisajes del lugar, su arquitectura y la imagen de las gentes del sitio viviendo su día a día, y no se había acercado ni un paso al local donde el modisto habría de demostrar su técnica.
Shy maldijo para sus adentros cuando se topó, en lugar de la convención, con un prado extenso en el que los tocones cortados protagonizaban el panorama. Bonita imagen, bucólica incluso. Pero no era allí donde pretendía estar. El cazador viudo se dio la vuelta, dando la espalda a los leñadores.
El joven aprovechó el garbeo para recabar información del lugar. Seguramente habría algún carterista, algún granuja díscolo y pendenciero, alguien con una recompensa a su nombre. Sin embargo, nada. Silencio absoluto, en ese sentido. Casi parecía que la villa había llegado a un pacto tácito para encubrir a alguien. Pero, ¿quién sería ese alguien? ¿Y cómo llegaría a saberlo?
Una respuesta llegó a sus oídos. ¿Sobre esta acuciante pregunta, de la que dependía su sustento, su capacidad de volver a llenarse los bolsillos y poder comer esa semana? No. Pero ya había oído dónde estaba Giacometti, el famoso costurero. Siguió a un par de admiradores que estaban hablando demasiado alto -incómodo para los oídos de Shy, pero tremendamente conveniente.
Tras algunos minutos de paseo, Shy arribó a una vivienda de dos plantas, cuyo salón se había habilitado para albergar a un gran número de personas. Con las puertas abiertas de par en par, aquel sitio invitó a Shy a tomar asiento y atender al genio de la aguja y el filamento, que explicaba cómo su tatarabuela desarrolló una técnica de costura sin precedentes.
Aunque estaba muy interesado en el tema de la charla, no pudo evitar observar a dos tipos detrás de Giacometti cuchichear y escabullirse por una puerta. Shy suspiró, exasperado. Aquello parecía demasiado sospechoso como para no seguir su rastro. Se lamentó, porque tendría que perderse el espectáculo, pero era más importante el trabajo. Abandonó la estancia y pegó la oreja a la pared de papel de arroz de la casa, esperando escuchar algún tipo de pista delatora. Concentrado y actuando -con soltura- como el turista distraído que era, se dispuso a escuchar todo lo que pudiera oírse tras el obstáculo.
No, el objetivo de Shy era muy distinto. Si bien este cambio de aires podía traer consigo alguna oportunidad a aprovechar, lo había empujado al lacónico cazador a trasladarse allí desde Loguetown era la presencia de un costurero de cierta Fama en el East Blue, que ofrecía demostraciones públicas de su técnica. Dicho de otro modo, Shy pretendía aprender una o dos cosas para sus remiendos. A Ame le habría encantado estar allí y ver al tejedor practicar su arte.
Sin embargo, Shy era un muy mal turista. No por malhablado, maleducado o proclive a practicar acrobacias letales en balcones, sino por sus dificultades para comunicarse. Protagonizó una embarazosa escena en la oficina turística de la isla en la que había atracado, trastabillando con sus palabras hasta serle imposible hacer algo tan sencillo como pedir un mapa de la localidad.
Así pues, se había lanzado a explorar la villa por su cuenta. Aquello se parecía más a su forma de actuar. Pero más pronto que tarde se dio cuenta de que se había perdido en los paisajes del lugar, su arquitectura y la imagen de las gentes del sitio viviendo su día a día, y no se había acercado ni un paso al local donde el modisto habría de demostrar su técnica.
Shy maldijo para sus adentros cuando se topó, en lugar de la convención, con un prado extenso en el que los tocones cortados protagonizaban el panorama. Bonita imagen, bucólica incluso. Pero no era allí donde pretendía estar. El cazador viudo se dio la vuelta, dando la espalda a los leñadores.
El joven aprovechó el garbeo para recabar información del lugar. Seguramente habría algún carterista, algún granuja díscolo y pendenciero, alguien con una recompensa a su nombre. Sin embargo, nada. Silencio absoluto, en ese sentido. Casi parecía que la villa había llegado a un pacto tácito para encubrir a alguien. Pero, ¿quién sería ese alguien? ¿Y cómo llegaría a saberlo?
Una respuesta llegó a sus oídos. ¿Sobre esta acuciante pregunta, de la que dependía su sustento, su capacidad de volver a llenarse los bolsillos y poder comer esa semana? No. Pero ya había oído dónde estaba Giacometti, el famoso costurero. Siguió a un par de admiradores que estaban hablando demasiado alto -incómodo para los oídos de Shy, pero tremendamente conveniente.
Tras algunos minutos de paseo, Shy arribó a una vivienda de dos plantas, cuyo salón se había habilitado para albergar a un gran número de personas. Con las puertas abiertas de par en par, aquel sitio invitó a Shy a tomar asiento y atender al genio de la aguja y el filamento, que explicaba cómo su tatarabuela desarrolló una técnica de costura sin precedentes.
Aunque estaba muy interesado en el tema de la charla, no pudo evitar observar a dos tipos detrás de Giacometti cuchichear y escabullirse por una puerta. Shy suspiró, exasperado. Aquello parecía demasiado sospechoso como para no seguir su rastro. Se lamentó, porque tendría que perderse el espectáculo, pero era más importante el trabajo. Abandonó la estancia y pegó la oreja a la pared de papel de arroz de la casa, esperando escuchar algún tipo de pista delatora. Concentrado y actuando -con soltura- como el turista distraído que era, se dispuso a escuchar todo lo que pudiera oírse tras el obstáculo.