Ubben Sangrenegra
Loki
01-09-2024, 09:55 AM
Una vez superados los rigurosos cacheos y revisiones del lugar, el bribón de ojos dorados se tomó un momento para evaluar todas las posibles rutas de escape. Sabía bien que siempre existía la posibilidad de que algo saliera mal, y necesitaba tener un plan para escapar de manera poco convencional, pero efectiva. Las ventanas, aunque amplias, estaban protegidas por ornamentadas rejillas externas que, aunque probablemente se abrían mediante candados, requerirían un tiempo precioso que no podría permitirse si las cosas se torcían. La chimenea encendida en la sala donde los habían hecho pasar tampoco era una opción, ya que cualquier intento de escalar por su ventilación resultaría en una muerte segura. Fue entonces cuando sus ojos dorados se posaron en una ventana al otro lado de la sala. A diferencia de las demás, sus rejillas estaban abiertas, una anomalía que no pasó desapercibida para el peliblanco. Aquella sería su salida de emergencia. Ubben siguió analizando el entorno con la mirada, memorizando cada detalle, cada obstáculo y cada oportunidad. Era parte de su naturaleza ser cauteloso y meticuloso; su vida dependía de ello.
Mientras continuaba con su inspección, una figura captó su atención entre los presentes. Una mujer con orejas de conejo destacaba no solo por su vestimenta llamativa, sino también por su figura sensual que hizo que Ubben mordiera su labio inferior de forma inconsciente. Observó cada uno de sus movimientos mientras analizaba a la susodicha. Sus ojos se detuvieron en una escopeta que la mujer sostenía con su mano derecha, mientras en la izquierda sostenía un cigarrillo, exhalando una nube de humo con una tranquilidad que contrastaba con el peligro latente que transmitía su presencia.
De repente, la mujer de cabello rojo y orejas de conejo se dirigió directamente hacia él, preguntándole quién era. El peliblanco, preparado para responder con la rapidez que lo caracterizaba, fue interrumpido por uno de los hombres encargados de controlar la entrada, quien recibió una reprimenda inmediata de la mujer por interrumpir sin ser requerido. —Sangrenegra. Ubben Sangrenegra, dama— dijo mientras se quitaba el tricornio y la miraba directamente a los ojos con un aire pícaro —¿Puedo preguntar con quién tengo el placer, dama?— agregó sin apartar la mirada, esbozando una leve sonrisa que no desapareció en ningún momento, ni siquiera cuando la coneja apuntó la escopeta hacia los presentes. Por dentro, Ubben podía sentir la tensión y el peligro de la situación, pero no permitiría que otros tomaran el control. Su vida dependía de su capacidad para aparentar calma y dominio.
La mujer, aún con la escopeta en mano, le lanzó una mirada inquisitiva mientras preguntaba de dónde le sonaba su nombre. Ubben se preparó para distraer la conversación con una respuesta ingeniosa, pero antes de que pudiera hacerlo, ocurrió algo inesperado. Un sonido extraño se hizo presente en la sala. —¿Qué?— se preguntó en voz baja al procesar lo que acababa de suceder: el pato había hablado. Subió la mirada hacia la pelirroja, quien también miraba al pato con sorpresa mientras bajaba la escopeta.
En ese momento, Ubben se dio cuenta de su error. El capo estaba allí, era Don Chetony, un cheeta con un porte imponente. Había estado tan distraído con la mujer de las orejas de conejo que no había notado la presencia del verdadero líder de la isla. Don Chetony, con una actitud despreocupada, dio rápidamente su beneplácito al pato que se presentó bajo el nombre de Mc Duck, explicando que venía a hacer negocios propios. Luego fue el turno del bribón de ojos dorados. Ubben, sin perder su compostura, adoptó su clásica mirada pícara y se dirigió al capo. —Soy Ubben Sangrenegra, señor Chetony. Vengo buscando subastas y trabajos pequeños, ajenos a su rubro, he de mencionar. Espero no sea una molestia para usted.—
Tras su presentación, Ubben realizó el saludo correspondiente y se inclinó para besar el anillo del capo como muestra de respeto. Mantuvo la mirada baja por un segundo más de lo necesario, y luego volvió a levantarla lentamente, observando la reacción de Don Chetony y evaluando cada expresión, cada gesto, en busca de una pista sobre lo que el futuro inmediato podría depararle.
Mientras continuaba con su inspección, una figura captó su atención entre los presentes. Una mujer con orejas de conejo destacaba no solo por su vestimenta llamativa, sino también por su figura sensual que hizo que Ubben mordiera su labio inferior de forma inconsciente. Observó cada uno de sus movimientos mientras analizaba a la susodicha. Sus ojos se detuvieron en una escopeta que la mujer sostenía con su mano derecha, mientras en la izquierda sostenía un cigarrillo, exhalando una nube de humo con una tranquilidad que contrastaba con el peligro latente que transmitía su presencia.
De repente, la mujer de cabello rojo y orejas de conejo se dirigió directamente hacia él, preguntándole quién era. El peliblanco, preparado para responder con la rapidez que lo caracterizaba, fue interrumpido por uno de los hombres encargados de controlar la entrada, quien recibió una reprimenda inmediata de la mujer por interrumpir sin ser requerido. —Sangrenegra. Ubben Sangrenegra, dama— dijo mientras se quitaba el tricornio y la miraba directamente a los ojos con un aire pícaro —¿Puedo preguntar con quién tengo el placer, dama?— agregó sin apartar la mirada, esbozando una leve sonrisa que no desapareció en ningún momento, ni siquiera cuando la coneja apuntó la escopeta hacia los presentes. Por dentro, Ubben podía sentir la tensión y el peligro de la situación, pero no permitiría que otros tomaran el control. Su vida dependía de su capacidad para aparentar calma y dominio.
La mujer, aún con la escopeta en mano, le lanzó una mirada inquisitiva mientras preguntaba de dónde le sonaba su nombre. Ubben se preparó para distraer la conversación con una respuesta ingeniosa, pero antes de que pudiera hacerlo, ocurrió algo inesperado. Un sonido extraño se hizo presente en la sala. —¿Qué?— se preguntó en voz baja al procesar lo que acababa de suceder: el pato había hablado. Subió la mirada hacia la pelirroja, quien también miraba al pato con sorpresa mientras bajaba la escopeta.
En ese momento, Ubben se dio cuenta de su error. El capo estaba allí, era Don Chetony, un cheeta con un porte imponente. Había estado tan distraído con la mujer de las orejas de conejo que no había notado la presencia del verdadero líder de la isla. Don Chetony, con una actitud despreocupada, dio rápidamente su beneplácito al pato que se presentó bajo el nombre de Mc Duck, explicando que venía a hacer negocios propios. Luego fue el turno del bribón de ojos dorados. Ubben, sin perder su compostura, adoptó su clásica mirada pícara y se dirigió al capo. —Soy Ubben Sangrenegra, señor Chetony. Vengo buscando subastas y trabajos pequeños, ajenos a su rubro, he de mencionar. Espero no sea una molestia para usted.—
Tras su presentación, Ubben realizó el saludo correspondiente y se inclinó para besar el anillo del capo como muestra de respeto. Mantuvo la mirada baja por un segundo más de lo necesario, y luego volvió a levantarla lentamente, observando la reacción de Don Chetony y evaluando cada expresión, cada gesto, en busca de una pista sobre lo que el futuro inmediato podría depararle.