Silver D. Syxel
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01-09-2024, 08:50 PM
No quedaba mucho más en él; la montaña seguía drenando su vitalidad, y cada segundo que pasaba era como si una parte de su espíritu se extinguiera lentamente. Apenas había recuperado el aliento cuando escuchó las palabras de su compañero de combate, sugiriendo que era hora de retirarse, de vivir para luchar otro día. Pero esa no era una opción para alguien como él. Salir corriendo no estaba en su naturaleza, y menos en un momento como este.
— ¿Huir? —repitió, apenas conteniendo una sonrisa amarga—. Prefiero morir aquí, con una espada en la mano, que vivir sabiendo que huí de una batalla.
El orgullo y el espíritu del aventurero le prohibían siquiera considerar la retirada. Había llegado demasiado lejos, había luchado demasiado como para echarse atrás ahora. Pero antes de que pudiera decir o hacer algo más, una voz resonó en lo alto de las montañas, interrumpiendo la batalla. La figura etérea de Norfeo apareció, su tono cargado de burla y poder, como si estuviera disfrutando del espectáculo.
Escuchar aquellas palabras hizo que algo se quebrara en su interior. Se quedó inmóvil, observando cómo Balagus, enfurecido por el mensaje del dios, arrojaba su canica al suelo y lanzaba un desafío que resonó por toda la cordillera. El eco de ese grito trajo de vuelta recuerdos que preferiría olvidar, años en los que había sido obligado a luchar por la diversión de otros, como un simple peón en un juego cruel.
Lentamente, se acercó al lugar donde la canica de Balagus había caído. La recogió, mirándola con ojos cansados y heridos. "¿Por esto hemos luchado?" se preguntó, sin entender cómo un objeto tan pequeño podía tener tanto poder sobre ellos.
Finalmente, dejó escapar un suspiro y se dejó caer de espaldas al suelo, sin fuerzas para mantenerse en pie. La niebla que rodeaba las Montañas de los Lamentos parecía envolverlo en un abrazo frío y opresivo, como si la propia naturaleza quisiera recordarle que no había escapatoria. Con la canica aún entre los dedos, levantó la mirada hacia el cielo, donde las nubes oscuras se arremolinaban sobre ellos.
— ¿Todo esto por el entretenimiento de un ser que ni siquiera tiene la decencia de enfrentar a sus propios enemigos? —murmuró, más para sí mismo que para nadie en particular. A su lado, Marvolath parecía seguir en guardia, pero el cansancio y la duda también eran visibles en su postura.
— ¿Qué opinas de todo esto, viejo? —le preguntó, girando la cabeza para mirarlo. Su voz estaba cargada de una amarga ironía—. Peleamos, sangramos, y al final, todo es un juego para otros. ¿Vale la pena seguir luchando cuando no somos más que piezas en un tablero?
El felino se quedó allí, esperando una respuesta, aunque en su corazón ya sabía la verdad. Había jurado que nunca volvería a ser esclavo de nadie, y ahora, más que nunca, se aferraba a esa promesa. Si Norfeo quería un espectáculo, tendría que buscarlo en otro lado. Aquí, en las Montañas de los Lamentos, él ya había terminado.