Ray
Kuroi Ya
01-09-2024, 10:20 PM
Una vez los vencedores hubieron dedicado su victoria a Norfeo la deidad hizo acto de presencia. Bueno, no presencia como se entendería normalmente. Su voz, etérea pero al mismo tiempo profunda y poderosa, se pudo escuchar a lo largo y ancho de todas aquellas montañas como si estuviese en todos los puntos de aquel terreno al mismo tiempo.
Sus palabras felicitaron a los esforzados combatientes que habían derrotado a sus enemigos, mostrando un poder y un coraje sin igual y honrando a aquel caprichoso dios. En su nombre habían matado a muchos adversarios, llevados unos por la fe ciega en él, otros por la convicción de que si no acataban los designios de Norfeo correrían un terrible destino. Fuera como fuese todos y cada uno de ellos habían cumplido sobradamente la misión encomendada, y el dios parecía complacido por ello.
Cuando tan solo los ecos de la divina palabra quedaban ya en el ambiente la niebla comenzó a espesarse. A su vez el cielo fue tiñéndose poco a poco de un tono rojizo que dejaba a las claras que la noche se acercaba. El horizonte, con los picos de las montañas recortándose contra el cielo carmesí, ofrecía un bellísimo espectáculo digno de ser contemplado. Por un instante el joven marine se deleitó con aquella maravillosa visión, hasta que de nuevo la voz de Norfeo volvió a captar su atención.
En esta ocasión el dios fue mucho menos amable. Utilizando un tono más suave pero sin perder un ápice del poder que transmitía con sus palabras, anunció que pese a haber salido victoriosos no podían conformarse con ello. Sin decirlo directamente, utilizando un lenguaje retorcido que no hacía sino confirmar la opinión que Ray tenía de él, les instó a atacarse ahora mutuamente, a acabar con los compañeros que les habían ayudado a cumplir su objetivo.
No tenía intención de hacerlo. Traicionar a las personas junto a las que había combatido codo con codo hasta hacía unos minutos y volverse contra ellas en una solitaria búsqueda de la gloria personal a ojos de Norfeo era algo que se negaba a hacer. Por muy poderoso que fuera aquel dios, o supuesto dios, no podría hacer que fuese en contra de todo lo que creía. Sus valores tenían una importancia que aquella caprichosa deidad parecía obviar, considerando a juzgar por sus acciones a los humanos meros peones a los que manipular a su antojo sin tener en cuenta sus deseos en lo más mínimo.
Él no pensaba participar de ese juego. Pero tampoco iba a abandonar a sus compañeros. Así que se puso en guardia por si alguien decidía volverse contra los que hasta ahora habían sido sus aliados y miró a su alrededor. Mientras el abuelo atacaba a un nuevo enemigo que había aparecido y que había intentado acabar con Octojin sin éxito (y que se parecía sospechosamente al tipo al que Ray había matado apenas unos minutos antes), la joven de cabellos oscuros se dirigía a Norfeo en un intento de comprender por qué eran esos sus designios. Tras esto cantó al dios con su dulce voz, una bella melodía entre oración y súplica que ojalá consiguiese aplacar a la deidad.
Otro tipo había aparecido de la nada e insultado a Norfeo, ante lo que tanto el gyojin pelirrojo como el pato se habían vuelto contra él para vengar la afrenta cometida contra la deidad. Octojin por su parte, tras recibir un impacto del enemigo que ahora estaba siendo atacado por el anciano, se unió a este en devolverle el golpe y, tras ello, comenzó de nuevo a recitar una extraña oración.
En mitad de todo aquello el joven marine se encontraba entre divertido por el peculiar comportamiento de todos y cada uno de los presentes y asqueado por la actitud de Norfeo, quien había dejado claro que sus fieles le importaban poco o nada y que las personas no eran para él sino instrumentos de su divertimento. No podía concebir cómo alguien podía actuar así y sin embargo exigir a los demás lo que les exigía el dios. Así que sin ningún deseo de atacar a sus compañeros y viendo que los dos enemigos que habían aparecido ya estaban siendo enfrentados cada uno por dos de sus aliados Ray continuó observando en silencio a su alrededor, sin intervenir. Que pasara lo que tuviera que pasar.
Sus palabras felicitaron a los esforzados combatientes que habían derrotado a sus enemigos, mostrando un poder y un coraje sin igual y honrando a aquel caprichoso dios. En su nombre habían matado a muchos adversarios, llevados unos por la fe ciega en él, otros por la convicción de que si no acataban los designios de Norfeo correrían un terrible destino. Fuera como fuese todos y cada uno de ellos habían cumplido sobradamente la misión encomendada, y el dios parecía complacido por ello.
Cuando tan solo los ecos de la divina palabra quedaban ya en el ambiente la niebla comenzó a espesarse. A su vez el cielo fue tiñéndose poco a poco de un tono rojizo que dejaba a las claras que la noche se acercaba. El horizonte, con los picos de las montañas recortándose contra el cielo carmesí, ofrecía un bellísimo espectáculo digno de ser contemplado. Por un instante el joven marine se deleitó con aquella maravillosa visión, hasta que de nuevo la voz de Norfeo volvió a captar su atención.
En esta ocasión el dios fue mucho menos amable. Utilizando un tono más suave pero sin perder un ápice del poder que transmitía con sus palabras, anunció que pese a haber salido victoriosos no podían conformarse con ello. Sin decirlo directamente, utilizando un lenguaje retorcido que no hacía sino confirmar la opinión que Ray tenía de él, les instó a atacarse ahora mutuamente, a acabar con los compañeros que les habían ayudado a cumplir su objetivo.
No tenía intención de hacerlo. Traicionar a las personas junto a las que había combatido codo con codo hasta hacía unos minutos y volverse contra ellas en una solitaria búsqueda de la gloria personal a ojos de Norfeo era algo que se negaba a hacer. Por muy poderoso que fuera aquel dios, o supuesto dios, no podría hacer que fuese en contra de todo lo que creía. Sus valores tenían una importancia que aquella caprichosa deidad parecía obviar, considerando a juzgar por sus acciones a los humanos meros peones a los que manipular a su antojo sin tener en cuenta sus deseos en lo más mínimo.
Él no pensaba participar de ese juego. Pero tampoco iba a abandonar a sus compañeros. Así que se puso en guardia por si alguien decidía volverse contra los que hasta ahora habían sido sus aliados y miró a su alrededor. Mientras el abuelo atacaba a un nuevo enemigo que había aparecido y que había intentado acabar con Octojin sin éxito (y que se parecía sospechosamente al tipo al que Ray había matado apenas unos minutos antes), la joven de cabellos oscuros se dirigía a Norfeo en un intento de comprender por qué eran esos sus designios. Tras esto cantó al dios con su dulce voz, una bella melodía entre oración y súplica que ojalá consiguiese aplacar a la deidad.
Otro tipo había aparecido de la nada e insultado a Norfeo, ante lo que tanto el gyojin pelirrojo como el pato se habían vuelto contra él para vengar la afrenta cometida contra la deidad. Octojin por su parte, tras recibir un impacto del enemigo que ahora estaba siendo atacado por el anciano, se unió a este en devolverle el golpe y, tras ello, comenzó de nuevo a recitar una extraña oración.
En mitad de todo aquello el joven marine se encontraba entre divertido por el peculiar comportamiento de todos y cada uno de los presentes y asqueado por la actitud de Norfeo, quien había dejado claro que sus fieles le importaban poco o nada y que las personas no eran para él sino instrumentos de su divertimento. No podía concebir cómo alguien podía actuar así y sin embargo exigir a los demás lo que les exigía el dios. Así que sin ningún deseo de atacar a sus compañeros y viendo que los dos enemigos que habían aparecido ya estaban siendo enfrentados cada uno por dos de sus aliados Ray continuó observando en silencio a su alrededor, sin intervenir. Que pasara lo que tuviera que pasar.